Como santa María, hagamos la cultura del encuentro - Alfa y Omega

Como santa María, hagamos la cultura del encuentro

Monseñor Carlos Osoro celebra su primera fiesta de la Almudena como arzobispo de Madrid, e invita a la diócesis a construir la cultura del encuentro, con un llamamiento a ser discípulos apasionados con ardor misionero:

Carlos Osoro Sierra

Vamos a celebrar este próximo fin de semana la fiesta de la Virgen de la Almudena. Como siempre, el Señor nos sorprende y nos regala este encuentro con su Madre, la Santísima Virgen María, con esta advocación entrañable para todos los madrileños, Santa María la Real de la Almudena. Este encuentro con la Virgen María tiene mucha importancia, pues ella nos enseña y nos regala el rostro de Dios y nos dice que hay que dar espacio al Señor en nuestras vidas, que debemos dejar tiempo en la jornada de la vida diaria para que Él actúe en nosotros y a través de nosotros. Nos enseña a verificar que no puedo estar ocupado en hacer yo las cosas y no acordarme de dejarle entrar, «porque para Dios nada hay imposible».

En estos días he tenido muchos encuentros personales y con grupos. Me he dado cuenta de que lo más importante es hacer presente a Cristo, tener la mirada de Cristo, hacer la cultura del encuentro. Él hace que nos encontremos. El ser humano que mejor realizó esa presencia, mirada y cultura fue la Santísima Virgen María. Por eso, en estos encuentros quise ver cómo detrás de cada una de las personas con las que me encontré había una llamada, una elección, una vocación: sacerdotes, consagrados, laicos de edades muy diferentes y con compromisos muy distintos. Necesitamos acoger a la Virgen María para poder aprender a hacer presencia, mirada y encontrarnos con todos los hombres que van por los caminos de este mundo. No se trata de pasar por los caminos sin más: hemos de pasar realizando encuentros, a la manera que nos enseña el Señor y que su Santísima Madre vivió con singular intensidad. La cantidad y la calidad de los problemas con los que nos encontramos diariamente nos llevan a la acción: aportamos soluciones, ideas, caminos, construcciones para todos, en las diversas edades en las que los encontramos: niños, jóvenes, adultos, ancianos. Pero, ¿provocamos el encuentro con Jesucristo? María lo hizo, y el Señor la encargó que nos lo enseñara: «haced lo que Él os diga».

Seamos valientes, audaces e inteligentes, en una cultura que genera desencuentros, que pregona unos principios y valores que provocan angustias, pesimismos y hombres vagabundos, que no saben a dónde ir, o que les da igual estar en una parte que en otra. ¡Qué fuerza tiene encontrarnos con quien es el origen de la cultura del encuentro, Jesucristo, que tiene una vasija en la que por vez primera se muestra y se nos manifiesta cómo se construye esa cultura en la que nadie sobra, y todos somos necesarios! Me refiero a la Virgen María. Ella es la vasija elegida para hacerse presente quien engendra el encuentro entre los hombres con las medidas que Dios da a todo ser humano. ¡Qué bien nos lo dice el apóstol Pablo!: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho hombre semejante a los hombres» (Fl 2, 5-7a).

Os invito a tener el atrevimiento y la osadía de decir a todos los hombres lo que tan maravillosamente dijo una mujer excepcional y única como es la Virgen María. Ante la llamada, Ella respondió con prontitud: «Hágase en mí según tu palabra». Prestó su vida enteramente a Dios diciendo un absoluto para provocar la cultura del encuentro. Esa cultura que se inicia en su vida, y que comienza en el momento en que dice a Dios: «Hágase en mí según tu palabra». Se complicó la vida para que los hombres nos enterásemos de una vez para siempre de que somos hijos de Dios y, por ello, hermanos entre nosotros, y que nadie puede prescindir de nadie. Todos estamos llamados a no olvidar esta pregunta: ¿dónde está tu hermano? Esto, en su vida, desde aquél “sí” incondicional, tiene unas manifestaciones públicas, primero en casa de su prima Isabel, más tarde en Belén, posteriormente en la vida de Nazaret, y en toda la vida pública de Jesús, a quien acompañó siempre su Madre. ¡Qué bien viene contemplar y hacernos conscientes de que nuestra vida es una iniciativa de amor, que es la que está en el origen de todo lo que somos! Reconocer que todos somos don y gracia y que estamos llamados a estar con Él, como Él y en Él, es toda una revolución, como lo es «complicarse la vida por los demás».

Os invito a vivir desde tres dimensiones, como lo hizo la Santísima Virgen María, para construir la cultura del encuentro: 1) ser discípulos enamorados; 2) viviendo con ardor misionero y 3) siendo constantes en el andar por todos los caminos:

1. Ser discípulos enamorados: como Santa María seguimos al Señor, dejamos que entre en nuestra vida, vivimos de su Palabra. Pasamos tiempos largos de encuentro con el Señor, le miramos y nos dejamos mirar por Él, lo escuchamos y nos escucha. Nuestra vida está centrada cuando no escuchamos cualquier palabra, sino cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía y descubrimos que la Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada.

2. Viviendo con ardor misionero: como Santa María, que después de decir «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» se puso en camino de prisa hacia la montaña. Sale al encuentro de todos los hombres, y lo hace con ardor misionero: provoca que un niño en el vientre de su madre sienta la presencia de Dios, que hace que salte de gozo. Provoca ardor en los demás que reconocen a Dios, como Isabel: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá».

3. Siendo constantes en andar por los caminos: como Santa María, también en la Cruz. Ella nos acompaña en todos los caminos, para darnos y contagiarnos su amor al Hijo, su ardor misionero, su constancia en salir a todos los caminos.