El Papa clama por «nuestros hermanos y hermanas asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados» - Alfa y Omega

El Papa clama por «nuestros hermanos y hermanas asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados»

Juan Vicente Boo

Cuando la multitud de mártires y de refugiados llega al número más alto en la historia de la humanidad, el Papa no puede callar, y la oración compuesta por Francisco para el Vía Crucis nocturno del Coliseo ha sido la más dura desde que comenzó a celebrarse esta ceremonia. En una plegaria tan personal como intensa, dirigida a la Cruz de Cristo, afirmaba que «aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame».

Era una reflexión sobre la tragedia que se desarrolla no sólo en Siria e Irak sino también en el norte de África, en Nigeria, en Kenia, en Sudán y en tantos otros países donde los fanáticos en nombre del Islam asesinan a personas inocentes.

Aunque muchas personas en Europa y América no lo saben, las victimas cristianos del fundamentalismo islámico son menos del cinco por ciento del total. La gran mayoría son musulmanes sunníes o chiies, asesinados por fanáticos del otro bando, así como yasidíes y otras minorías religiosas.

Las milicias que explotan para el crimen la fe de los musulmanes son blasfemas, y el Papa lo denunciaba en su oración: «Oh Cruz de Cristo, aun hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia».

Igual que había hecho el Jueves Santo después de lavar los pies a doce refugiados musulmanes, coptos e hindúes en un centro de acogida a treinta kilómetros de Roma, el Papa denunció a quienes sacan ganancias de esta tragedia: «Los poderosos y los vendedores de armas, que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos».

Como el Vía Crucis conmemora la Pasión y muerte de Jesús, la cita de los mártires tenía que ser la primera. Pero, en cuanto a número, el drama de los sesenta millones de refugiados que escapan de las catorce zonas de guerra es el mayor, con gran diferencia.

La Cruz, en los rostros

El Papa invitó a ver la Cruz de Cristo «en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos».

Y ahí añadió una referencia dura a quienes les cierran cruelmente las puertas, obligándoles a pagar fortunas a unos 30.000 traficantes de seres humanos y a jugarse la vida en barcos-basura: «Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro Mediterráneo y en el Mar Egeo, convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada».

También invitó a ver, realísticamente, la Cruz de Cristo en «los destructores de nuestra «casa común», que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras». Son quienes contaminan, quienes se enriquecen con el abuso de combustibles fósiles que provocan el «efecto invernadero» y quienes mienten para ocultar el desastroso calentamiento global.

La lista de ejemplos contemporáneos de la Cruz de Cristo era larga, pues incluía a «los doctores de la letra y no del espíritu, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo», así como a los «ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad».

Era una referencia a los sacerdotes y religiosos culpables de abusos sexuales de menores, el más monstruoso de los pecados y delitos que puede cometer un hombre que habla de Dios.

Entre las formas modernas de Cruz

Francisco incluyó también entre las formas modernas de Cruz de Cristo el esfuerzo malvado de «los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista, o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado». Y, por supuesto, «en los ladrones y en los corruptos», así como «los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muere de hambre a sus puertas».

Su larga oración eran muy dura, durísima, pero quizá absolutamente necesarias en un momento de narcotización de la opinión pública, engañada por los promotores de guerras e indiferente ante la tragedia de millones de personas obligadas a escapar de los lugares donde las han creado. Pero quizá hubiera sido hipócrita recordar la Pasión de Jesús sin referencia a la pasión contemporánea de tantos millones de hermanas y hermanos. Francisco sabe que algún día, también él será juzgado.

Juan Vicente Boo / ABC

Texto completo de la oración del Papa

Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos y dan de comer a sus hijos pan ensangrentado.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.

Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio. Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.

En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz. Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.

Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.

Mireia Bonilla / RV