«La verdad molesta» - Alfa y Omega

«La verdad molesta»

El arzobispo de Madrid celebró en la tarde del viernes los oficios del Viernes Santo, ceremonia retransmitida desde la catedral de la Almudena por la 2 de TVE. «La verdad molesta, interpela, nos juzga, nos saca de la mentira», dijo el arzobispo durante la homilía. «¿Buscamos a Jesús de verdad? ¿Creemos que Él es la verdad?». Estas fueron sus palabras:

Carlos Osoro Sierra

El Viernes Santo contemplamos a Jesús en su rostro lleno de dolor, despreciado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre. Pero el Viernes Santo es el día de la esperanza más grande, la esperanza madurada en la Cruz. Os invito a que os pongáis ante la Cruz para ver las tres necesidades más urgentes de la humanidad:

1. Necesidad de poner la vida en manos de Dios: ¿En manos de quién estamos en todas las dimensiones que tiene la vida? Contemplemos y conozcamos al Señor, sepamos quién es y qué nos da a nosotros los hombres. Mientras muere, exhala su último suspiro clamado con voz potente: «Padre a tus manos encomiendo mi espíritu». Pone su existencia en manos del Padre. Sabe que dar la vida para mostrar a los hombres todo lo que Dios nos quiere, se convierte en fuente de vida. ¡Contemplad qué fuerza tienen las palabras del profeta Isaías: «Mirad, […] asombrará a muchos pueblos […] enmudecía y no abría la boca […] quiso entregar su vida como expiación»! (cfr. Is 52, 13-53, 12). Mirad al Señor en la Cruz: «Ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado, […] acerquémonos con seguridad a Él, al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia». ¿Sabéis lo que nos hace descubrir? Que Él es la salvación, esa que todos los hombres buscan y que se identifica con felicidad. Por eso se nos dice que «se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna» (cfr. Hb 4, 14-16; 5, 7-9). ¿Pones la vida en manos de Dios? En sus manos todos los proyectos de los hombres son diferentes: ni descartan ni enfrentan, crean comunión fraternidad y puentes ¿La tienes en tus propias manos o en manos de otros parecidos a ti?

2. Necesidad de buscar la verdad: «¿A quién buscáis?» La humanidad necesita buscar la verdad. Aquellos que iban a prender a Jesús lo dijeron claramente: «Buscamos a Jesús, el Nazareno». Y la respuesta fue tajante: «Soy yo». La verdad molesta, interpela, nos juzga, nos saca de la mentira. ¿Buscamos a Jesús de verdad? ¿Creemos que Él es la verdad? Creemos lo que de sus labios salió? «Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pedro negó incluso conocerlo cuando le preguntaron si era discípulo suyo; mientras Jesús dice «Yo soy», Pedro dice «no lo soy», nada tengo que ver con Él. ¿Tiene que ver con nosotros? Con Pilato nada tenía que ver, por eso lo entregó y prefirió soltar a un bandido, ridiculizando a Jesús poniéndole una corona de espinas, poniéndole un manto, abofeteándolo. Lo entregó para que lo crucificaran. ¿Cuándo entrego yo al Señor? Cuando vivo en la mentira, desde lo que no soy. Ello corrompe todas las relaciones entre los hombres. Para buscar y vivir en la verdad mete en tu vida a la Madre de Jesús, pues Ella metió en este mundo a la Verdad que es su Hijo. Jesús, que nos quiere en la verdad, dice a María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y a Juan, y en él a nosotros: «Ahí tienes a tu madre».

3. Necesidad de vivir mostrando el rostro del amor misericordioso aprendido junto a Jesús: Seamos valientes y atrevidos; llenemos nuestra vida de la gracia y del amor mismo de Jesús. La parábola del hijo pródigo, que a mí me gusta llamar mejor la parábola del Padre misericordioso, nos revela cómo es el amor de Dios revelado en Jesucristo. Para que entendamos este amor, el Señor nos da tres personajes: el padre, el hijo mayor y el pequeño. El padre, que representa a Jesús, ama incondicionalmente. El hijo menor pide marcharse y vivir por su cuenta fuera del amor de Dios. Su vida termina siendo un desastre. Lo reconoce y vuelve a Dios. El hijo mayor se ha quedado en casa, pero tampoco ha vivido del amor de Dios; se constata cuando viene su hermano y lo rechaza. Todos tenemos algo de hijo menor y mayor. Pero Dios nos quiere incluso así y sigue regalándonos su amor, abriendo su vida y corazón. La Cruz es la inclinación más profunda de Dios al hombre, es el amor de Dios dado sin límites. La parábola lo expresa de una forma plástica extraordinaria. Muestra el rostro de Dios contemplado y acogido en la Cruz.

Entregar este amor es comenzar una verdadera revolución, la revolución que da siempre vida, cambia el corazón y rompe fronteras, crea lazos de unidad, diluye y destruye el egoísmo. Comencemos esta revolución; se necesita, las ramas no son caras: Dios se encarga de dárnoslas y meterlas en nuestro corazón. Abre nuevos caminos para la humanidad. El sacerdote san Pedro Poveda, un santo que vivió en Madrid, al que hay dedicado uno de los altares laterales de la catedral y al que la UNESCO ha reconocido como alguien que puede enseñar esta revolución, decía así: «Dios se inclina hacia el hombre; el hombre propende hacia Dios. La humanidad fue tomada por el Hijo de Dios para no dejarla jamás, y esa humanidad adorable, en la persona divina, fue elevada a su mayor perfección. Lo humano perfeccionado y divinizado, porque fue henchido de Dios. La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan para quien lo entiende la norma segura para llegar a ser santo, con la santidad más verdadera, siendo al mismo tiempo humano, con el humanismo verdad. […] Mirar y obrar. Mirar el crucifijo y obrar según el crucifijo. Tienes una duda, pues mira a tu crucifijo y conocerás lo que Dios quiere; te asalta alguna perplejidad para obrar, ajústate a lo que te enseña con su ejemplo Jesucristo. Para todo cuanto se te pueda ocurrir tienes enseñanza y remedio en Cristo crucificado». (cfr. Pedro Poveda: Obras I: Creí, por esto hablé, pág. 315 (74); 779 (257)). Hoy un santo en Madrid nos habla del Amor de Dios. Acojamos este amor que se nos da dando la vida por nosotros. Amén.