«La Eucaristía es don de Dios para la vida del mundo» - Alfa y Omega

«La Eucaristía es don de Dios para la vida del mundo»

El primer día del triduo pascual comenzó este Jueves Santo en la catedral de Madrid con la celebración comunitaria de la Penitencia. Por la tarde, a las 18:00 horas, comenzó la Misa de la Cena del Señor, con lavatorio de los pies, y finalmente, se dejó expuesta la Eucaristía para la adoración de los fieles hasta medianoche. A la importancia del sacramento de la Eucaristía, precisamente, dedicó monseñor Carlos Osoro su homilía. Este es el texto:

Carlos Osoro Sierra

En el Jueves Santo, cuando comenzamos el Triduo Pascual y lo comenzamos evocando aquella Cena Santa en la cual Jesucristo, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, y se lo entregó a los apóstoles como alimento, mandándoles que ellos y sus sucesores también lo hiciesen. En este día, nuestra atención se centra en estos misterios que en el Cenáculo el Señor nos regaló: la institución de la Eucaristía, la institución del Orden Sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna.

En este Año de la Misericordia y en este Jueves Santo, quiero hablaros de la Eucaristía y del amor fraterno, valiéndome de una de las parábolas de la misericordia, la de la moneda perdida. ¿Por qué? Porque a la humanidad se le ha perdido la verdadera moneda con la que puede comprar todo lo que necesita para ser feliz y hacer felices a los demás. La moneda perdida es el mismo Jesucristo.

La parábola es clara: una mujer tiene diez monedas, pero se le pierde una. Debía de ser muy importante esa moneda perdida, para olvidarse de las otras y decidirse a buscarla. Las otras las tenía. ¿Qué tenía entonces esa moneda para realizar todo lo que hizo hasta encontrarla? Contenía el tesoro más valioso para cualquier persona: un tesoro que cambia la vida y las relaciones. La moneda es Jesucristo mismo.

¿Por qué os quiero presentar esta parábola en el Jueves Santo? Sencillamente, porque la Eucaristía es don de Dios para la vida del mundo. Es la moneda valiosa. A nadie empobrece; al contrario, a todos los que la tienen y se acercan a Ella les hace ricos. Es nuestro tesoro más valioso. La Eucaristía es el sacramento por excelencia, contiene todo el misterio de nuestra salvación. Es la fuente, la cumbre de la acción y de la vida de la Iglesia. Lleva la fecundidad para la vida personal y para la vida y acción de la Iglesia. ¿Cómo no buscar esa moneda que se ha perdido? ¿Cómo no desear que la tengan todos los hombres, que la conozcan, que se alimenten de Ella? La necesitamos los hombres y la necesita el mundo, pues la Eucaristía es Dios mismo para la vida del mundo. No hay vida sin la presencia de Dios. Es presencia de Dios mismo. Esta presencia hay que meterla en el corazón del mundo.

Por eso, en la mujer de la parábola, veamos a la Santísima Virgen María. Ella fue el primer sagrario que contuvo a Jesucristo. La mujer de la parábola inicia una acción singular para que la Eucaristía entre y llene este mundo. Esa acción conlleva tres actitudes existenciales:

I) Encender. Encender la luz de la Vida; es decir, ponerse a la luz de quien nos hace ver la oscuridad y las pérdidas que tiene el ser humano cuando se aleja, prescinde o retira a Dios de su vida personal y colectiva.

II) Limpiar. Limpiar nuestra vida, es decir, barrer la casa. ¿Cómo nos dijo María que se hacía? Con las palabras con las que acepta ser Madre: «Hágase en mí según tu Palabra», es decir, aquí me tienes Señor, ocupa mi vida entera, no necesito nada más que a Ti, límpiala.

III) Buscar. Buscar la verdad siempre, busca con cuidado. Descubre si esa moneda es la que te hace feliz, da respuesta a todas tus aspiraciones, a todos tus deseos y anhelos; si te hace el corazón más grande, si remite a dar, a repartir, a no vivir para ti mismo.

Si después de hacer esa acción, con esas actitudes existenciales, encuentras la única moneda que hace falta en la vida, que es Dios mismo que se nos ha manifestado y revelado en Jesucristo, verás que todas las demás sobran. Convoca y reúne a todos los que conozcas para anunciarles y decirles así: ¡Alegraos conmigo! He encontrado la verdadera moneda, la que había perdido. Es la moneda de la desproporción que es el mismo Jesucristo, que da su vida por mí y me regala su vida. Pone su vida en mi vida, ¿hay más desproporción? De tal manera que convierte mi vida en donación, entrega, fidelidad. Me hace estar atento siempre a los demás, me hace repartir, crear fraternidad, dar vida, la de Jesús, eliminar la muerte. Vivir para hacer vivir, regalar convivencia, fraternidad, entrega, generosidad, amor incondicional como es el amor de Dios.

Lo que sale de las manos de Jesús siempre es la desproporción: toma un poco de pan y un poco de vino, pronuncia esas palabras: «tomad y comed que esto es mi Cuerpo» y «tomad y bebed que esta es mi sangre derramada por vosotros y por todos los hombres», «haced esto en conmemoración mía». La desproporción va más allá de todo cálculo humano; es un cálculo que reta a todos los hombres y a todas las ciencias. Pueden comer hasta saciarse, hay sobreabundancia y regala el amor verdadero que necesitan los hombres, lleva a la entrega total de la vida, a dar y no a guardar, a repartir y no acumular, a dejar vivir a todos y no a los que son como yo; pues en el misterio de la Eucaristía el Señor nos enseña que Él no es una idea, es una persona que entra en la vida del hombre y la cambia. Es un gesto inédito; gasta todo en darse a sí mismo a los hombres, en permanecer con nosotros, para que nosotros, contemplándolo y alimentándonos de Él, nos demos como Él. Nos transforma, pues teníamos las manos y el corazón vacío o lleno de banalidades, y ahora se llena con esa desproporción y medida de Cristo.

Tres llaves se nos entregan en la Eucaristía, que abren tres tesoros

  1. Amar hasta el extremo. La llave que nos abre el corazón para amar hasta el extremo: Encontrar esta moneda que es el mismo Jesucristo, supone descubrir algo esencial para nuestra vida; que Dios ama a los hombres y nos lo muestra: «Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo». ¿Estoy dispuesto a amar dando la vida como Jesús? ¿La daría por todos los hombres sin excepción? Nos abre el tesoro de permanecer en su amor siempre.
  2. Hacerme esclavo de todos los hombres. Lavar sus pies. «Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y tomando una toalla se la ciñe, echa agua en la jofaina…». ¿Qué significa lavar los pies? En su cultura era un trabajo de esclavos. Jesús rompe los esquemas religiosos y sociales, invierte los valores. Que el Señor, el Maestro, el Mesías, se ponga a lavar los pies es incomprensible. De ahí la reacción de Pedro: «Tú no me lavarás los pies jamás». Y la respuesta de Jesús: «Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo». Y es que nos cuesta dejarnos amar de verdad, como lo hace Jesús.
  3. Construir la fraternidad con el amor de Jesús. Amar con obras y a todos. «Que os améis unos a otros, como Yo os he amado». Necesitamos que Jesús nos toque los pies. Los pies significan la base de la persona; sin una experiencia básica de amor no podemos vivir, nos tiene que tocar el Señor el corazón, para que desaparezcan las diferencias y las indiferencias, para compartir la mesa, para abrirla y que no excluya a nadie. Nos abre el tesoro de salir al camino con sentido y con metas.

En esta tarde del Jueves Santo te decimos: gracias Señor por invitarnos a compartir la cena en la que nos haces contemporáneos de tu Pasión, Muerte y Resurrección; en la que nos revelas tu Amor, instituyes el ministerio sacerdotal regalándonos tu presencia y en la comunión contigo engendras que nuestra vida, con tu Vida en nosotros, promueva la fraternidad entre los hombres y los pueblos. Amén.