Lavar los pies - Alfa y Omega

En el Jueves Santo evocamos la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su Pasión y Muerte. En este gesto se entremezclan la despedida, el servicio, el encargo de amor, la traición y la tragedia que se avecina; como la vida misma en la que se entrelazan estos extremos.

Acompaño, en el tanatorio, la despedida de Andrea, la abuela, con una vida cumplida (89 años). Dio vida y sacó adelante a sus cinco hijos, y acompañó a su esposo en la tareas del campo, añadidas a sus responsabilidades como ama de casa.

A los familiares presentes en la sala les hago caer en la cuenta de cómo en ella se han encarnado los rasgos que aparecen en la escena de la última cena: «Como Jesús, ella os ha amado hasta el extremo. Se fue dando, desgastando, desviviéndose por vosotros hasta el último suspiro. Andrea, inclinada a vuestros pies, con el mandil siempre puesto, os ha lavado, sanado, acariciado vuestros cansancios. Os ha alimentado a sus pechos, se ha hecho pan bueno que bendecía y partía entre vosotros para reparar vuestras fuerzas; ha sido vuestro descanso y alivio en cada recodo del camino. Su sueño y encargo es que os queráis como ella os ha querido.

Habéis ido cumpliendo ese mandato con las atenciones que habéis tenido hacia ella en la última etapa de debilidad de su vida, cuando la nieta lavaba sus pies y la aseaba; cuando dedicábais vuestro día libre para hacerla compañía, colmarla de cariño y escuchar sus consejos.

Ahora la confiamos a ese Jesucristo que la ha cuidado a lo largo de sus días, la levanta de la postración de la muerte y la lleva a la casa del Padre para alimentarla con el pan de la eternidad. Tras su muerte, cada vez que remováis las cenizas de su recuerdo, aún notaréis vivo el fuego que prendió en vuestras vidas.

Todos nosotros estamos llamados a continuar la estela que nos marcaron Jesucristo y Andrea viviendo en amor, sin el que no podríamos subsistir, abajándonos para atender al enfermo incapacitado, haciéndonos buenos como el pan que se deja comer».