Parando el tiempo - Alfa y Omega

Sábado, diez y media de la mañana en Beirut. Una treintena de chavales espera impaciente a la puerta de la escuela. Pasan los minutos y comienza el nerviosismo hasta que por fin, al fondo de la calle, surge la tan ansiada figura portando consigo el bien más preciado por todos ellos: el balón. De repente las puertas se abren y el tiempo se detiene. Al cruzar el umbral que separa la escuela de la calle dejan atrás la pesada mochila que cargan y vuelven a ser aquello que nunca debieron dejar de ser. Niños. Sin adjetivos: ni sirio, ni refugiado, ni pobre, ni desgraciado. Tan solo niños.

Durante un par de horas, los chavales aprenden a pasar y a chutar, a jugar en equipo y a respetar al contrario, a alegrarse por la victoria y a aceptar la derrota con deportividad. Pero esto es lo de menos. Durante un par de horas a la semana, los chavales olvidan que han tenido que dejar sus casas por culpa de la guerra, olvidan que malviven en un país que no les quiere y se lo hace saber a diario, olvidan que mañana puede que tengan que hacer las maletas de nuevo en busca de una oportunidad en otra parte.

Termina el entrenamiento, se abren las puertas y el hechizo se rompe de golpe. Algunos se van al trabajo, otros vuelven a sus casas. Pero algo ha cambiado: ya nadie mira al suelo. Se van alejando con la cabeza erguida, sin orgullo pero con la dignidad del niño que tiene derecho a serlo. La semana será larga y el peso de la realidad hará que más de uno agache la cabeza. Pero el sábado está a la vuelta de la esquina y entonces de nuevo se abrirán las puertas. Y pararemos el tiempo.