Los franciscanos, con los refugiados en el Líbano - Alfa y Omega

Los franciscanos, con los refugiados en el Líbano

María Martínez López
Un franciscano con niños iraquíes en El Líbano. Foto: Custodia de Tierra Santa

«Cada día llega alguna familia nueva de refugiados» a Harissa (Líbano). Lo cuenta a este semanario, desde el convento de San Antonio de Padua, el franciscano Tony Choucry. «Son familias sirias e iraquíes. Algunos han dejado atrás muchos bienes. Otros no eran ricos, pero lo poco que tenían les bastaba para vivir con dignidad». Llegan con heridas interiores. Los ancianos han dejado atrás el fruto de décadas de trabajo y fatiga, en vez de disfrutar de una vejez tranquila. «Los jóvenes sienten una gran desesperación porque sus sueños han desaparecido en el humo negro de la guerra. Los niños tienen miedo, no saben sonreír y algunos han perdido la facultad de hablar. Están llenos de rabia», y solo juegan a la guerra. Los jóvenes y las familias no quieren volver a su país: «No tienen esperanza de tener un futuro mejor allí. Aquí han hecho una parada, mientras esperan soluciones alternativas».

Con todo –explica fray Choucry– la llegada de refugiados «ya no es como antes», por las restricciones que intenta poner el Gobierno. El Líbano tiene cuatro millones de habitantes, y ha acogido en los últimos cinco años a más de un millón de refugiados sirios. «Este es un país pequeño, sus estructuras son limitadas, y su frágil economía no permite acoger a una cantidad tan grande de gente. Para la población es un gran peso». Si la situación se prolonga –pronostica el franciscano– «no hará bien a nadie», ni a los libaneses ni a los refugiados.

Los franciscanos del Líbano forman parte, junto con los de Siria y Jordania, de la región de San Pablo, dentro de la Custodia de Tierra Santa. Gestionan tres centros de acogida, y ayudan a los refugiados pagándoles el alquiler y dándoles muebles y ropa. También les buscan trabajo, para que puedan establecerse, y pagan la escolarización a niños y jóvenes. «La educación es una necesidad persistente». Protege de «la ignorancia que genera injusticia, y crea una sociedad sana que respeta la dignidad del hombre. Educar a un hombre es ahorrarse un terrorista», subraya fray Choucry. En Jordania, los franciscanos ayudan a los refugiados a través del colegio Tierra Santa, que destina parte de su presupuesto a pagar el alquiler, la luz, los medicamentos y la educación de varias familias.

Sin embargo, hay algo igual de importante que la ayuda material: «Para ellos es primordial sentirse escuchados, aceptados y amados –explica fray Choucry–. Es necesario acercarse con mucho amor y una gran fe para decirles que la vida no es esto, y que el hombre no está hecho para la muerte y la corrupción. Tratamos de convencerles de que Dios es justo y ama la justicia y está presente en su vida, los ha protegido y sigue estando con ellos» a pesar de todo, porque son «hijos de Dios».

No tienen muchos recursos, pero «hacemos lo que podemos compartiendo nuestro pan con esta gente necesitada que el Señor nos pone cerca. La Providencia no falla, y el Señor siempre nos manda gente que nos ayuda». En los casos de emergencia no escatiman recursos, «pero, sinceramente, no llegamos siempre a hacer todo lo que queremos».