La flaqueza del pescador - Alfa y Omega

La flaqueza del pescador

El Museo del Prado acoge, hasta el 12 de junio, una treintena de obras del autor francés Georges de La Tour

Cristina Sánchez Aguilar
El recién nacido. Foto: Museo del Prado

Son las lágrimas que reflejan la angustia de un santo que acaba de negar, por tres veces, a Jesucristo. Pedro ya lo sabía, estaba avisado. Fuerte y con arrojo, el hombre sabio se creía incapaz de traicionar al Hijo de Dios. Pero llegado el momento y la hora indicados, la debilidad humana venció, aunque solo por unos instantes. Ahora, derrotado, se arrepiente amargamente.

Job y su mujer. Foto: Museo del Prado

El pintor francés Georges de La Tour, siempre observador de «ángeles sin alas y santos sin aureolas» –como le definiría el académico francés Pierre Rosenberg–, inmortalizó el dolor del arrepentimiento, para recordar a los mortales de los siglos venideros que hasta la Piedra Angular de la Iglesia tuvo sus momentos de la flaqueza. «El cuadro representa la tragedia de un viejo privado de cualquier resto de confianza en sí mismo, plasmada con una autenticidad que no tiene paralelo en ninguna otra obra de De La Tour», explica la historiadora Paulette Choné, gran escrutadora del artista.

Este San Pedro arrepentido, una de las pocas obras del francés que se conserva firmada y fechada (data de 1645), se puede contemplar en la nueva exposición temporal del Museo del Prado. El monográfico sobre el artista, que reúne 31 pinturas de las 40 en total que se conservan del maestro del XVII, cubre los dos aspectos principales de su obra: la de los lienzos protagonizados por personajes populares, «algo toscos, pendencieros y miserables, casi todos representados con luz diurna», como señala en el catálogo el ministro de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo. Frente a la etapa luminosa se sitúa la producción final del pintor, en la que reduce la iluminación –la mayor parte de los lienzos tienen una vela como foco de luz–, las formas se simplifican y la paleta se concentra en tonos oscuros y pardos. Se despojó de los artificios para representar, sin adornos, al ser humano en su faceta más espiritual.

San Pedro arrepentido. Foto: Museo del Prado

La Sagrada Familia

El farol iluminado a los pies de Pedro recuerda al pecador arrepentido que el fuego nunca se apaga, pase lo que pase. En otra de las grandes obras de Georges de La Tour, el San José Carpintero –de fecha desconocida– es el pequeño Jesús el que porta la Luz, iluminando con una vela encendida la cara de su padre. En el lienzo, el artesano, doblado sobre su trabajo, se detiene un instante para mirar a su pequeño. La escena es íntima, silenciosa y conmovedora. La complicidad entre los dos acerca al gran público la relación tan poco conocida entre el Hijo y su padre terrenal. «La espiritualidad emana aquí de una cotidianeidad fácil de comprender por todos», explica Nicolas Milovanovic, conservador de patrimonio de Versalles, que aporta su conocimiento sobre el pintor en el catálogo de la muestra madrileña.

De La Tour no solo no deja fuera de la escena a la Virgen María, sino que le regala una de las obras cumbres de su última etapa, El recién nacido, que data de 1648 aproximadamente. «Cuanto más pintor es un hombre, más incesante y eternamente se esfuerza en recrear la verdad», diría Hyppolite Taine, padre del naturalismo, al contemplar el cuadro en 1860. «¡Todo lo que la fisiología puede decir sobre los comienzos del hombre está ahí! ¿Cómo ha podido el artista captar, con qué medios, con qué profundidad ha comprendido la realidad física, coloreada y viva?», se preguntó Taine. El cuadro que representa la Natividad, con María acompañada de su madre santa Ana, no está documentado con anterioridad al 12 de septiembre de 1794, día en que se inscribió en el inventario de obras de arte de las confiscaciones a los bienes del clero de la ciudad francesa de Rennes. Ahora, durante tres meses, estará al alcance de todos en Madrid.

San José carpintero. Foto: Museo del Prado

San Jerónimo, su favorito

San Jerónimo ocupa un puesto prioritario en las obras más emblemáticas del autor francés. De hecho, el Museo del Prado exhibe en su muestra permanente una de ellas, San Jerónimo leyendo una carta. Para la exposición temporal, ha llegado desde Grenoble un San Jerónimo penitente –otro cuadro similar ha sido cedido por el Museo Nacional de Estocolmo–, que muestra al doctor de la Iglesia casi desnudo, con una rodilla en tierra. En una mano sostiene el crucifijo. En la otra una disciplina machada de sangre tras la flagelación. «Si aquí aparece la sangre, único caso en la producción del pintor, es solo para significar la autenticidad de la penitencia infligida a un cuerpo que, aunque marchito, tiene una noble prestancia», advierte Guy Tosatto, director del museo de Grenoble, a cuya colección pertenece la pieza.

Lo característico en esta pintura del santo penitente es la representación de la lucha entre el espíritu y el cuerpo. En la parte inferior, De La Tour reúne todos los signos del mundo: las piedras y la soga, para purificarse del pecado; la Biblia, transcripción humana de la Palabra, e incluso la calavera, símbolo de la muerte terrena. En lo alto, solo la Cruz, símbolo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado para la redención de los pecados. «Jerónimo libra en esta pintura la batalla contra sí mismo, contra su amor a las letras y creaciones humanas», añade Tosatto.

San Jerónimo penitente. Foto: Museo del Prado

En el san Jerónimo no hay luz que ilumine la escena, al contrario del resto de cuadros de temática religiosa del maestro francés. «El hombre está solo frente a Dios, desnudo, en su verdad más cruda. San Jerónimo, asceta e intelectual, se presenta como el símbolo del combate de todo artista de la época: el riesgo permanente de sucumbir a la tentación».