Resucitó - Alfa y Omega

Resucitó

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

Aurelio García Macías
San Juan y san Pedro corriendo hacia el sepulcro, de Eugène Burnand. Foto: Museo d’Orsay, París

La celebración de la Semana Santa y del Santo Triduo Pascual culmina con la celebración del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor. El protagonista de todos estos santos días ha sido Jesucristo. El Jueves Santo actualiza su entrega por toda la humanidad. El Viernes Santo recuerda su pasión y muerte en la cruz. El Sábado Santo evoca su sepultura silenciosa durante el gran sábado judío. Y el Domingo de Pascua conmemora su Resurrección. El canto del pregón pascual y la proclamación del Evangelio durante la solemne Vigilia Pascual, en la gran noche sacramental, anuncia a toda la Iglesia el mensaje más revolucionario de toda la historia: Cristo Jesús ha resucitado de la muerte y vive para siempre.

En medio de toda esta atmósfera pascual, se proclama en el domingo más importante de todo el año un hermoso texto del Evangelio según san Juan que evoca aquellos primeros momentos en el que los discípulos conocen la noticia de la Resurrección del Señor.

Es importante advertir la referencia al «primer día de la semana». Jesús murió la víspera del gran sábado judío en el que se paralizaban todas las actividades. Por eso, las mujeres tuvieron que esperar hasta el día siguiente al sábado, el primer día de la semana, para acercarse al sepulcro de Jesús y completar las tareas de embalsamamiento del cuerpo que, por las prisas, no había podido culminar antes de su entierro. La sorpresa fue mayúscula cuando, muy temprano, advirtieron que la gran piedra que cerraba la tumba estaba abierta, literalmente «sacada de su surco». Estaba abierta no para sacar a Jesús, sino para que pudieran entrar los testigos oculares. Las mujeres no entraron. Ante el desconcierto, fueron corriendo para avisar a los discípulos, a quienes informaron de que «se han llevado del sepulcro al Señor…». María Magdalena es la primera que descubre y comunica los indicios de la gran noticia, pero no puede interpretarlos todavía; piensa que han robado el cuerpo. En otros evangelios, es el primer testigo de la Resurrección. Por eso, en algunos escritos medievales se la llamaba la «superapóstola», porque es la primera que anuncia a los apóstoles la Resurrección del Señor.

A continuación son Simón Pedro y «el discípulo amado», amigo de Jesús, que la tradición cristiana identifica con Juan, los que entran en escena. Corren juntos hacia el sepulcro por la gravedad de la noticia. Tienen que inclinarse, agacharse para entrar por la cavidad de la tumba y, al entrar, Pedro queda perplejo. Se fija, sobre todo, en los lienzos y el sudario «enrollado en un sitio aparte». ¿Por qué? Porque los lienzos y el sudario tendrían que estar pegados al cuerpo de Jesús por el agua y la sangre. Si se han llevado su cuerpo, tendrían que haberse llevado también el sudario con él. ¿Quién se va a entretener en un robo a doblar perfectamente estas telas? Alguien tuvo el sumo cuidado de doblarlos y ponerlos en un sitio aparte. La armonía que se encuentran en el interior descarta cualquier tipo de robo o asalto violento. Se presiente orden y paz.

Junto con Simón Pedro entra «el discípulo amado», muy probablemente el evangelista que relata este acontecimiento, y en dos palabras magistrales describe su reacción interior: «vio y creyó». Al ver aquella escena, comprendió lo que había dicho Jesús y creyó en su Resurrección. Por eso, el último versículo de este texto evangélico ayuda a interpretar mejor la reacción de Juan: «No habían entendido la Escritura… él había de resucitar de entre los muertos».

En el gran día de Pascua, solemnidad de las solemnidades del año, este texto del Evangelio según san Juan anuncia a todos los hombres y mujeres de este momento histórico, que Jesús, el Cristo, ha resucitado y está vivo, vivo para siempre. Los discípulos de Jesús son testigos de su sepulcro vacío, y testigos, también, como veremos en los próximos domingos, del Resucitado. El sepulcro es lugar de muerte, no de vida. Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; así lo había comunicado el mismo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la Resurrección y la vida» (Jn 11,25). Antes lo habían escuchado, ahora comprueban que es verdad.

Termino con las palabras con las que se saludarán en este Domingo de Pascua todos los hermanos orientales; y que, además de un saludo, suponen una auténtica profesión de fe: «Christós alethós anesti» («Verdaderamente ha resucitado Cristo»). A lo que se contesta: «Alethós anesti» («Verdaderamente ha resucitado»).

Evangelio / Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.