6 de junio: san Marcelino Champagnat, el maestro de maestros que no quería ir a clase - Alfa y Omega

6 de junio: san Marcelino Champagnat, el maestro de maestros que no quería ir a clase

Fundó los maristas tras conocer a un adolescente moribundo a quien nadie había hablado de Dios. Desde entonces, no podía ver a un joven «sin decirle cuánto lo ama Dios»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Marcelino Champagnat', de Goyo Domínguez. Mural realizado para el centenario del Colegio Chamberí Maristas (Madrid).
San Marcelino Champagnat, de Goyo Domínguez. Mural realizado para el centenario del Colegio Chamberí Maristas (Madrid). Foto: FMS Champagnat.

Dicen que cuando Marcelino Champagnat se dio cuenta un día de la gran cantidad de niños y jóvenes de su época que no conocían a Jesucristo, exclamó: «Necesitamos hermanos». Podría haber intentado hacer de llanero solitario y realizar a solas un apostolado que, sin duda, desbordaba sus fuerzas, pero reconoció la necesidad de una misión compartida que años después daría lugar al Instituto de los Hermanitos de María, la familia religiosa que hoy conocemos con el nombre de maristas.

Curiosamente, el fundador de esta ingente obra educativa, presente en 80 países de todo el mundo, de niño no quería ir a la escuela. Había nacido en 1789 en Rosey, una pequeña aldea al sureste de una Francia en pleno apogeo revolucionario. Fue el noveno de diez hermanos y muy pronto dejó claro a sus padres que lo suyo no eran las aulas, sino trabajar como pastor al cuidado del rebaño familiar. ¿La razón? En clase había observado los malos tratos que un profesor había infligido a un compañero y eso le provocó tal rechazo que nunca más quiso volver.

El contacto con la naturaleza le llevó a una relación natural y sencilla con el autor de la creación, una incipiente introducción a la vida de fe que una tía monja se encargó de ir encauzando hasta dar fruto vocacional. En 1805 ingresó en el seminario menor de Verrières, y unos años más tarde en el seminario de Lyon, donde llegó a coincidir con un joven llamado Juan María Vianney, que luego sería el santo cura de Ars.

Después de ser ordenado sacerdote, en julio de 1816, fue enviado a La Valla-en-Gier, al sur de Lyon. El 28 de octubre, mientras recorría su parroquia tratando de conocer a sus fieles, le llamaron para que visitara al joven Jean Baptiste Montagne, de 17 años, que se estaba muriendo en su cama. El párroco se dio cuenta enseguida de que a Montagne nadie le había hablado nunca de Dios, por lo que aquella misma tarde, tras la muerte del chico, se propuso propagar la fe a toda costa entre los jóvenes.

Pidió dinero prestado y compró una pequeña casa cerca de su parroquia, en la que acogió, en enero de 1817, a dos jóvenes campesinos de 15 y 23 años. El objetivo estaba claro: crear una comunidad de religiosos dedicados a formar a los niños en la fe, además de darles educación formal. Así nació el Instituto de los Hermanitos de María, «que al principio fue uno más de las cerca de 50 congregaciones dedicadas a la enseñanza que nacieron justo después de la Revolución francesa», cuenta el misionero marista Eugenio Sanz, excolaborador de Alfa y Omega. Lo novedoso en Champagnat fue «su objetivo de democratizar la enseñanza, sacándola de los monasterios y de las ciudades para llevarla a los pueblos, donde las demás congregaciones no llegaban», añade.

Los siguientes años los dedicó a hacer crecer su obra. Lo hizo sin protagonismos: dejó que los hermanitos eligieran a su superior mientras él se limitaba a hacer de director espiritual. Fundó nuevas escuelas, 43 en total, por las que pasaron 7.000 alumnos durante los 22 años siguientes. A los más de 300 hermanitos que llegó a formar en vida simplemente les exhortaba: «Proclamad el Evangelio directamente a los jóvenes, haced que Jesús sea conocido y amado por ellos, especialmente por los más necesitados».

«Su historia es un ejemplo de una vida sin ascensor, con escaleras, subiendo los peldaños uno a uno», afirma Sanz. De este modo, «sudó la gota gorda yendo por el camino que le sugería Dios. Mostró que para que las cosas pasen, hay que trabajarlas», abunda. Por este motivo, agotado por tanto esfuerzo y por tantos viajes y fundaciones, murió con solo 51 años de edad en el noviciado que había conseguido levantar para los maristas de Saint Chamond. Así dejó este mundo aquel que un día dijo: «No puedo ver a un niño sin querer decirle cuánto lo ama Dios».

Bio
  • 1789: Nace en Rosey, Francia
  • 1816: Es ordenado sacerdote y meses después atiende a un joven a punto de morir
  • 1817: Acoge a los dos primeros hermanos maristas
  • 1818: Se convierte en el director espiritual de la congregación
  • 1840: Muere en Saint Chamond
  • 1999: Es canonizado por Juan Pablo II