Contra el silencio - Alfa y Omega

Contra el silencio

Javier Alonso Sandoica

Sí, nos hemos puesto estupendos con el silencio. Como estamos en la sociedad de la liviandad y la ligereza, donde todo está en tránsito y todo sucede en bullicio, creemos que el silencio es el nuevo dios pagano que paga con felicidad. Pero el silencio no es masculino singular ni tiene tono de voz, no es tratable, ni te mira ni te quiere, solo es una ausencia impersonal que dispone al ser humano a un encuentro. Lo más parecido al silencio es un piano Steinway. Si dejas que los dedos de Lang Lang recorran sobre su marfil el segundo movimiento del concierto Emperador de Beethoven, de repente, aquel monstruo inanimado se convierte en un médium entre el artista y el aficionado, facilita un asombroso encuentro.

Esa palabra viste bien al silencio: facilitador. El Señor no pasaba las noches en silencio, sino en encuentro con el Padre. Bien que lo dejaba caer cuando les explicaba a los suyos el misterio de la oración: «tu Padre que está en lo escondido… y tu Padre que ve en lo escondido…». Aquí los importantes son los pronombres, Él y yo. Es como si redujéramos Madame Bovary a la calidad de la pluma de ave de Flaubert. Las realidades intermedias son valiosísimas cuando recordamos que son decisivas por su utilidad.

Hace un par de meses, paseando por la calle Lafayette de Nueva York, tropecé literalmente con el memorial que los ciudadanos habían improvisado en el edificio donde David Bowie había fallecido. Zapatos de tacón, mucho material glam, fotografías, flores, globos: los componentes habituales de un homenaje de proximidad al cantante. Cada cierto tiempo se hacía un minuto de silencio y una salva de aplausos. En aquel silencio podía caber de todo, la distracción, la contemplación de las fotos, los recuerdos de los conciertos vividos, el revival de una canción que no se olvida, un inicio de oración… Cada uno hace prosa de su silencio.

El silencio no te puede garantizar la oración, solo te la asegura la afanosa búsqueda del Amado. Así aprendimos de los grandes maestros de oración, santa Teresa, san Juan de la Cruz. Sus textos no son tratados sobre el silencio, sino sobre la aventura personal que inician Dios y el hombre. Estos días que andamos en preparación de la Semana de nuestra vida, dicho sin un solo acento de exageración, sería interesante hacer reformas en nuestro silencio, a ver si en vez de instrumento lo hemos convertido en la pareja de nuestro bienestar.