Memoria de Shahbaz Bhatti - Alfa y Omega

Hace cinco años caía asesinado el ministro pakistaní para las minorías religiosas, Shahbaz Bhatti, un nombre apenas recordado en nuestras latitudes. Desde su juventud, Bhatti había hecho de su vida una ofrenda y se había gastado incansablemente por los derechos de las minorías y por la paz en su país. Y lo había hecho consciente de responder a la llamada de Jesús, dispuesto a seguirle en el camino del calvario, tal como ha dejado escrito en una bellísima confesión.

Bhatti sabía que los chacales eran su sombra y su desprotección, brutal. Pudo abandonar su compromiso, incluso exiliarse… nadie se lo habría podido reprochar. Y sin embargo, como su Señor, decidió «subir a Jerusalén». Si hay una pequeña esperanza para Pakistán, y humanamente cuesta creerlo, radica en la vida de gentes como Bhatti, y como su amigo el gobernador musulmán del Punjab, Salman Taseer, asesinado por los mismos matarifes que usan el santo nombre de Dios para justificar su odio y sus crímenes.

Pakistán es un inmenso país siempre a punto de ahogarse en la violencia y el fanatismo, que no alienta solo en la frondosa galaxia de los grupos terroristas que pululan por el país, sino en numerosas madrasas en las que se predica el odio al diferente, en los mercados y escuelas, en la vida cotidiana de millones de personas. El propio Ejército y los servicios de inteligencia están infiltrados por este virus, y el Gobierno es demasiado frágil para defender a los amenazados. En ese paisaje de tormento viven hoy más de tres millones de cristianos, que viven su fe en condiciones que ni nos atrevemos a imaginar.

La noche del pasado 1 de marzo, miles de cristianos se reunieron para celebrar la eucaristía en memoria de Shahbazz Bhatti en la catedral de Islamabad, rodeada de alambres de espino y fuertemente protegida por la policía. Ese pueblo cristiano espera el reconocimiento del martirio de Bhatti por la autoridad de la Iglesia pero, sobre todo, vive de la misma fe que le movió a luchar y exponer su vida por la libertad y la justicia, en un país que era tan suyo como de cada uno de los pakistaníes. Hoy la comunidad cristiana reclama al Gobierno la reposición del Ministerio para las Minorías, la cancelación de la perversa ley de la blasfemia y la reforma de un sistema de enseñanza que perpetúa la inoculación del odio. Hoy quiero recordar, humildemente, a Shahbaz Bhatti y rendir homenaje a nuestros hermanos de Pakistán.