Monseñor Juan Carlos Elizalde, nuevo obispo de Vitoria: «Un obispo puede seguir siendo párroco» - Alfa y Omega

Monseñor Juan Carlos Elizalde, nuevo obispo de Vitoria: «Un obispo puede seguir siendo párroco»

Aguarda sentado en un cubículo de 2×2 metros en el centro diocesano de Dirección Espiritual de Pamplona, que coordina. El 12 de marzo será consagrado obispo de Vitoria, pero mientras tanto ha continuado su labor habitual. Dentro de dos horas, se le espera en la colegiata de Roncesvalles (a 60 kilómetros llenos de curvas), donde es prior y atiende a peregrinos. Es además vicario episcopal y atiende nueve parroquias locales

Teresa Gutiérrez de Cabiedes
El próximo obispo de Vitoria, en su encuentro con el Papa Francisco, el pasado 2 de marzo. Foto: L’Osservatore Romano

Me pregunto qué hace un cura normal y corriente cuando le nombran obispo…
Me llamó mi arzobispo después de una catequesis. Me preguntó: «¿Estás sentado? Si no, siéntate. El martes te espera el nuncio del Papa…». Mi sorpresa fue mayúscula. Nunca viví pensando en la posibilidad de ser obispo; solo de imaginármelo hubiera temblado.

O sea, que no logró dormir esa noche…
Hice lo que pude. De entrada, despedí a las catequistas y, aunque no podía decirles nada y me invadía una sensación de irrealidad, me ayudó mucho la naturalidad de vivir rodeado de amigos de Dios, en la Iglesia. Luego, ya solo, tuve la suerte de arrodillarme ante el mismo sagrario delante del que había sido ordenado presbítero hace 28 años.

Aquel día su padre le pidió que fuera cura-cura. ¿Cómo se es obispo-obispo?
Como no tenía sosiego, aquella noche paseé unas horas por un paraje precioso de Roncesvalles. Orando, comprendí que ser obispo es una manera distinta de ser sacerdote, pero la misma gracia. Eso me remitió a la primera llamada de Jesús. Luego, releí la homilía de la elección de Benedicto XVI, un hombre que no deseaba ser Papa. Todo hilaba con el «sígueme»; sentirme acompañado de Jesús, de los santos, de toda la Iglesia, logró que rompiera en lágrimas. También pude ver un trozo de la película Karol (cuando llaman a Karol Wojtyla para anunciarle su nombramiento como obispo). Ese fragmento, que tantas veces he trabajado con universitarios para hablar sobre la llamada, logró hacerme dormir.

Ese paralelismo con la vida de Karol Wojtyla… Usted es un cura todoterreno. Siempre cerca de matrimonios, rodeado de jóvenes (clases, en la montaña, de peregrinación…). ¿Desgarra ser apartado de la pastoral para dedicarse al gobierno de la Iglesia?
En efecto, la primera misión del obispo es ser padre, amigo y hermano de los sacerdotes. Esto, en cierto modo, forma ya parte de mi vida. Ahora esta nueva vocación me capacita para dar un salto en la caridad que, como decía el cardenal Piacenza, se medirá también en mi trato con los críticos o los de mal carácter. Pero me ha consolado mucho conocer obispos que no han dejado de ser párrocos, volcados en una pastoral muy directa. De hecho, la Iglesia está volviendo al modelo apostólico de los primeros siglos, en el que los pastores vivían en medio de la comunidad.

Hay sociedades políticamente convulsas y eso afecta a la Iglesia. ¿Cómo se plantea su llegada a Álava?
La Iglesia anhela estar muy pegada a la sociedad concreta, social, política… Y tiene el deber moral de posicionarse en temas como la violencia de género, el respeto a la vida o a la libertad religiosa… Es justo que la sociedad nos exija una concreción: despierte simpatías o antipatías.

Sí, pero resulta cuando menos chocante que a un obispo se le clasifique, antes de llegar, por su dominio o no de una lengua local.
También eso es importante en la vida cotidiana. En mi caso, este destino no me plantea prejuicio alguno: al ser de la montaña navarra, amo profundamente la cultura vasca; y ahora la conoceré más, precisamente por las necesidades pastorales. Que la Iglesia descuidara esa riqueza sería injusto. Ahora bien, absolutizar un idioma para evangelizar es una aberración. Quiero ser un pastor cercano a mi pueblo, pero sin desvirtuar el mensaje de Jesús.

Escudo episcopal de monseñor Juan Carlos Elizalde, con el lema: Tu es filius meus dilectus

Pastores… Va a una diócesis en la que no hay seminario. ¿Qué tiene pensado hacer?
Hace meses planteé esto en una clase a seminaristas. Y sus ideas coincidían plenamente con la propuesta de la Iglesia. No tengo recetas mágicas, solo la realidad que he constatado: de una comunidad cristiana viva, nacen vocaciones. No podemos cansarnos de promover, alentar y acompañar a matrimonios que vivan el modelo de familia que propone la Iglesia, a sacerdotes entusiasmados con su ministerio, a religiosos convencidos.

Casi nada…
Y es fundamental una atención pastoral específica a los jóvenes, por parte de toda la comunidad cristiana: facilitar ejercicios espirituales, peregrinaciones, encuentros en los que brindar ese testimonio gozoso de vida, en los que mimar su crecimiento en la fe, en los que trabajar codo con codo por los necesitados.

¿Es verdad que ellos le han regalado el lema episcopal?
Sí. En una cena de despedida unos universitarios me escribieron una frase en una tarjeta y cantaron una canción que la coreaba en el estribillo. Según ellos, es lo que más repito. Yo querría que quien se cruce conmigo encuentre esas palabras: «Tú eres el hijo amado».

Ha podido estar también con el Papa Francisco. ¡Qué bien se lo pasaron al saludarse!
Tenemos mucha suerte de poder vivir la alegría del Evangelio. Y de ser enviados a la misión por Pedro; somos bendecidos por Jesús, para ser bendición.