Misma lucha, distintos retos - Alfa y Omega

Misma lucha, distintos retos

La Iglesia ha intentado responder a las necesidades de cada época. En el siglo XIX, una de las prioridades fue la promoción de la mujer en el mundo laboral y en el acceso a la educación. A ello se dedicó a fondo santa Bonifacia, fundadora de las Siervas de San José, a quien canonizó Benedicto XVI en 2011. Sor Bonifacia es una de las figuras más luminosas de la Iglesia en España, en un siglo que dio también figuras como santa Carmen Sallés, o la Beata Madre Janer, grandes defensoras de la dignidad de la mujer

Victoria López Luaces
Tapiz de santa Bonifacia, en la basílica vaticana, el día de su canonización

Santa Bonifacia tuvo que comenzar a trabajar muy temprano por necesidad, como tantas mujeres. Había nacido en 1837, y contaba 15 años. Supo lo que eran muchas horas de trabajo para un exiguo jornal, como todas las trabajadoras de mediados del XIX, que percibían una tercera o cuarta parte del salario del varón. Vivió a la sombra de la pobreza, como ocurría en todos los hogares de la época cuando faltaba el cabeza de familia, única fuente de recursos.

Superadas las primeras dificultades económicas, estableció un modesto taller de su propiedad, en el que trabajaba con el mayor recogimiento posible. Aunque gozaba de una situación más desahogada, optó por seguir viviendo pobremente. Sus amigas la buscaron, atraídas por su testimonio de vida, para disfrutar de su compañía y enseñanzas las tardes de días festivos. Eran trabajadoras como ella. Juntas decidieron formar la Asociación de la Inmaculada y San José, con sede en su casa.

El encuentro providencial con Francisco Butiñá, jesuita catalán, apóstol del mundo del trabajo, cambió la orientación de su vida. Él descubrió en seguida los tesoros de gracia que escondía el corazón de aquella chica y la fue preparando para la misión que creía era la voluntad de Dios sobre ella: dedicar la vida a la evangelización de otras trabajadoras. Juntos fundaron, en 1874, una congregación religiosa femenina que perpetuaría su taller. Y Bonifacia comienza a buscar y hallar a Dios en su trabajo de cada día, hermanándolo con la oración en la sencillez de la vida cotidiana. Lo ofrecía cada mañana, lo agradecía al caer de la tarde e intercalaba cada media hora, durante la tarea, breves jaculatorias que la ayudaban a permanecer en la presencia de Dios y a contemplar a Jesús, María y José, trabajadores en Nazaret.

Mujeres en el Taller de Nazaret

Trabajaba codo a codo en el taller con otras mujeres pobres que carecían de trabajo, enseñándoles un oficio. También les enseñaba a encontrarse con Dios en el trabajo, de la manera que lo hacían las Siervas de San José; pues la espiritualidad de la Congregación iba dirigida a todas las moradoras del Taller de Nazaret. Las Siervas vestían como las artesanas del país. No entregaban dote y tenían caja común. Seguían siendo trabajadoras, no se desclasaban. Aquel novedoso proyecto de vida religiosa femenina supone una valiente apuesta por la mujer trabajadora, a la que se consideraba capaz de llevarlo a cabo sin otros medios que el trabajo de sus manos.

Así, Bonifacia logra hacer de su trabajo cotidiano un lugar de la presencia de Dios. «Piadosísima siempre, no menos en el trabajo que en la capilla, pues cuando, durante las labores del taller, rezaba en voz alta las jaculatorias y renovaba la presencia de Dios, lo hacía con fervor extraordinario. Trabajaba siempre en unión de la Sagrada Familia», a la que tenía una gran devoción. «Siempre estaba en presencia de Dios; tenía don de oración».

Fruto de su propia experiencia son estas palabras: «Para estar unidas con Dios, no hay mejor cosa que andar siempre en su presencia. Dios está delante de mí y yo delante de Él, me está viendo, me está animando». Repetía a las Hermanas con frecuencia: «Hijas, que no tenemos otras rentas que nuestro trabajo y en él hemos de mirar el ejemplo del taller de Nazaret. La Sagrada Familia ha de ser nuestro modelo».

Gozó de íntima amistad con el Señor. Así, en el momento de la prueba, estaba madura para seguirle por el camino de la cruz. Humillada, desprestigiada, calumniada, no se quejó nunca, siempre guardó silencio y perdonó: «Se sentía dichosa de imitar el silencio de Jesús y su caridad en perdonar a los que lo crucificaron».

En la homilía de canonización, Benedicto XVI subrayó de Bonifacia que «supo unir el seguimiento de Jesús con el esmerado trabajo cotidiano. Faenar, como había hecho desde pequeña, no era sólo un modo para no ser gravosa a nadie, sino que suponía también tener la libertad para realizar su propia vocación, y le daba al mismo tiempo la posibilidad de atraer y formar a otras mujeres, que en el obrador pueden encontrar a Dios y escuchar su llamada amorosa».

La mujer trabajadora ya tiene en quien poner los ojos para seguir a Jesús: santa Bonifacia, una trabajadora de tantas, que supo descubrir en su trabajo diario un lugar privilegiado de encuentro con Dios.