«Los enfermos sois un cántico a la ternura de Dios» - Alfa y Omega

«Los enfermos sois un cántico a la ternura de Dios»

Carlos González García
Foto: Carlos González García/Archimadrid.org

Esta mañana, en el marco del Jubileo de la Misericordia, el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, ha presidido una celebración eucarística en la catedral de Santa María la Real de la Almudena. Han bastado una mirada y miles de gestos para cerciorarse de que la celebración que hoy iluminaba la catedral custodiaba la esencia de ese Dios que, vestido de enfermo, guarda una especial sensibilidad hacia los que aman por encima de las reglas, las barreras o las enfermedades. Religiosas, enfermos, trabajadores y voluntarios del Cottolengo del Padre Alegre, de la mano de las Hermanas Servidoras de Jesús, acudían a la Eucaristía que les abriría la puerta de la esperanza en este Año de la Misericordia.

Con los pobres, enfermos y desahuciados

«Para mí todo el mundo se reduce a amar a Dios y a los pobrecitos por amor de Dios, pero amor de obras, no de palabras», rezaba el padre Alegre en el único idioma en el que supo entregar su vida: con los pobres, con los enfermos y con los desahuciados de todo lo esencial para vivir con dignidad. Al hilo de este admirable mensaje ha girado toda la celebración, presidida por un arzobispo que, despojado de toda rectitud, ha confirmado que, tal y como diría en su toma de posesión en la ciudad madrileña, es necesario que todos los cristianos «podamos vivir una relación tal con Jesucristo que, cuando nos acerquemos a los demás, podamos decir con obras y palabras que hemos visto al Señor».

En su homilía, ha contado que, cuando recibió la carta de la hermana Claudia, la madre superiora, «inmediatamente» buscó lugar para poder estar con ellos. Así, perpetuando el Salmo que se acababa de pronunciar -«Ojalá escuchéis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón»-, reveló que «vosotros nos ayudáis a no endurecer el corazón» y «a escuchar al Señor con una felicidad más grandes; sois como altavoces» que, permanentemente, «hacéis resonar en el corazón de todos los hombres la necesidad de escuchar a quien tiene vida, a quien tiene amor y a quien nos regala ese amor». Porque enfermos, hermanas y voluntarios «hacéis posible que los corazones de los hombres seamos más sensibles a la voz de Jesucristo, que nos dice que nos cuidemos, que no dejemos que se robe nada del ser humano, y vosotros hacéis posible que recordemos esto».

Gracias por hacernos palpitar el corazón

Así, dirigiéndose a los enfermos, ha recordado que son «un cántico a la ternura de Dios», porque «nos hacéis a los demás capaces de conmover y de mover nuestro corazón». A veces, «nuestro corazón es de piedra, y Dios no lo ha hecho de piedra, lo ha hecho de carne; tiene que palpitar de tal manera que el corazón del hombre vaya a quien más lo necesite». De esta manera, ha dado las gracias «por hacernos palpitar este corazón, por hablarnos hoy, porque hoy el Señor nos pide que ojalá escuchemos su voz y que no endurezcamos nuestro corazón». «Vosotros sois voz del Señor y hacéis posible que nuestro corazón no se endurezca», ha aseverado para luego incidir en que la Iglesia diocesana de Madrid «no sería lo que es si faltáis vosotros».

Jesucristo: la puerta de la esperanza

«Escuchad al Señor, el Señor siempre habla», ha dicho, «no solamente en su palabra, nos habla en todo». Esta mañana, «veníais a esta peregrinación contentos porque queríais pasar esta puerta que, como os decía antes, significa y representa a Jesucristo». «Queríais pasar por Jesucristo, que es la verdadera puerta: la puerta de la alegría, de la esperanza, que salva, que da sentido a nuestra vida, que nos anima a vivir por los demás, que no nos encierra en nosotros mismos, que nos regala un corazón cada día más grande», ha añadido, antes de subrayar que Él «nos hace el corazón mucho más grande» y pedir que «no nos dejemos robar a Dios, no nos lo dejemos robar».

En la Primera Lectura, ha continuado monseñor Osoro, «el Señor ha dicho “sois mi pueblo” y el pueblo del Señor es un pueblo que camina por el camino que Él nos manda», que «es un camino de fraternidad, de entrega, de paz, de servicio, de fidelidad, en el que nos tenemos que acercar a quienes más necesiten de nosotros». «A nadie podemos retirar de este camino; al contrario, cuanto más necesiten, más tengo que entrar por ese camino y recoger y coger y vivir con los que están en ese camino. Escuchemos la voz del Señor siempre», ha reiterado.

El arte de Jesús es la misericordia

El prelado, que no ha dejado en ningún momento de mirarles a los ojos, les ha alentado a no olvidarse de María, la Virgen: «Ella sí que escuchó a Dios, es la que mejor ha escuchado a Dios de todos los seres humanos. Ella no dudó y, rápidamente, dijo: “Hágase en mí según tu palabra, no quiero otra palabra, solo la tuya”».

En segundo lugar, «tengamos fe en el Señor». Recordando el Evangelio, ha señalado que «el Señor cura, saca un demonio de un hombre que lo tenía mudo, que no le dejaba hablar, ni pronunciar palabra… Algunos pensaban que el arte de curar de Jesús era malo. ¡Qué torpeza! El arte de curar de Jesús es acercarse a los hombres, es abrazar a todo ser humano; es entregarle la medicina de la misericordia».

La medicina de la cariñoterapia

El arzobispo de Madrid ha querido también recordar las palabras del Papa Francisco durante su estancia en México, donde visitó a los enfermos: «Hay una medicina que es imprescindible, que solo la puede dar Dios», como decía el Papa, y es la cariñoterapia: es el cariño, es el amor. Y en la casa del Cottolengo esta es la medicina fundamental; hay otras que son necesarias, pero la fundamental es la cariñoterapia».

Las Hermanas, «buenas mujeres», que «lo hacen todo creyendo absolutamente en la Providencia, solo se ocupan de dar cariño, a los enfermos y a quienes llegamos allí, y esta experiencia la tenéis todos los voluntarios también. Todos». «¿No os parece -ha preguntado- que tener fe en Jesús es tener fe en esta medicina de la cariñoterapia?» Es decir, «es acoger el amor del Señor, el cariño de Dios, y regalarlo, que es lo que nos cura de verdad, es lo que necesitamos todos los hombres. Podemos tener muchas cosas, pero si nos falta el cariño de Dios, nos falta lo fundamental».

El Señor nos libera y nos cura

Además, monseñor Osoro ha recordado el signo que da el Señor: «nos está dando un signo a todo, me lo dais vosotros porque me volvéis a recordar que el Reino de Dios está aquí, ya, porque está Jesucristo, está el amor de Dios, la entrega de Dios, la acogida de Dios en el corazón de los hombres, el cariño de Dios, la ternura de Dios que se hace presente aquí».

Además, en tercer lugar, creemos que «el Señor nos libera y nos cura». «Nos libera del pecado porque nos transforma», ya que «quien deja que el Señor entre en su vida, nos transforma». De manera personal, ha asegurado que no puede tener odio o egoísmos, porque «si le dejo entrar al Señor en mi vida, yo no puedo vivir para mí mismo, es necesario que viva para los demás, me tengo que olvidar de mí mismo, me libera del pecado y me sana las heridas».

Y en el centro, Jesucristo

El Cottolengo del Padre Alegre no es un hospital, ni un colegio, ni una residencia… Es un hogar donde viven en familia, una familia grande donde todos comparten lo de todos, las alegrías y las tristezas, cada uno contribuyendo en la medida que su corazón le deja. «La casa del Cottolengo del padre Alegre en Madrid es un hospital de cariñoterapia», ha subrayado monseñor Osoro, antes de pedirles que sigan acogiendo a Jesucristo, «que el centro de esa casa sea Jesucristo».

Para concluir, ha aseverado que, como le decía la hermana Claudia cuando le escribió, «estamos viviendo intensamente el año de la Misericordia», y «cuando se está tan cerquita de los pobres y enfermos, es más sencillo descubrir la misericordia de un Padre bueno»; por lo que se hace esta peregrinación de enfermos y voluntarios. Finalmente, ha confesado que la madre superiora le decía que comprendía que su agenda estuviera llena, «pero mi agenda se vacía cuando hay casas donde se da lo que, a veces, el arzobispo no es capaz de dar: el cariño y el amor a los demás».

Una ceremonia especial que se ha consumado con el canto de todos los presentes a la Virgen de la Almudena, patrona de Madrid, y con el abrazo agradecido del arzobispo a todos los presentes, sin excluir a absolutamente nadie, y dejando su impronta fiel de sacerdote de Jesucristo, padre entregado y pastor de los últimos: sin duda alguna, los preferidos de Dios.

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