Rezando en la cárcel - Alfa y Omega

Luis y Artur venían todos los días al comedor social de nuestra parroquia. Ambos se habían metido en asuntos turbios y por eso andaban taciturnos y con mirada esquiva. Se mostraban siempre desconfiados. Pero cada día se marchaban más contentos, porque encontraban un alivio a sus penurias y un ambiente de familia durante las comidas.

Luis se entusiasmó tanto con las actividades de la parroquia que se hizo cargo del mantenimiento del comedor, encargándose de los arreglillos, e incluso promovió un grupo de deporte para sacar a la gente de la depresión. Artur comenzó a frecuentar el templo y a rezar cada día. Sin embargo, estando en un momento excelente, fueron condenados a la cárcel por delitos anteriores. Fue un duro golpe, especialmente ahora que habían rehecho sus vidas. Pero se ofrecieron voluntariamente a cumplir su condena en lugar de huir, para afrontar su responsabilidad. Un voluntario les acompañó en todo momento, arreglando todo el papeleo. Rezamos con ellos y les dimos la bendición antes de presentarse en el centro penitenciario.

Tanto rezamos, que consiguieron estar en la misma cárcel, en el mismo módulo y en la misma celda. Les habíamos entregado el Evangelio y libros espirituales. Cada mañana, en la celda, juntos rezaban y leían el Evangelio. Después comentaban lo que les había parecido y hacían una especie de lectio divina. De esta manera, se sentían unidos a toda la gente de la parroquia que rezaba por ellos. Cuando fuimos a visitarles se pusieron contentísimos –fue la única visita que recibieron– y nos narraban sus historias. Nos pedían más libros de santos, porque les habían gustado mucho. Una luz brillaba en su oscuridad.