De los narcos al perdón a los indígenas. Los colores de México - Alfa y Omega

De los narcos al perdón a los indígenas. Los colores de México

Andrés Beltramo Álvarez
Una familia de indígenas de Chiapas espera la llegada del Papa para la celebración de la Eucaristía en San Cristóbal de las Casas. Foto: REUTERS/Edgard Garrido

«¡Qué tristeza el despojo a tierras indígenas, pidamos perdón!». Las palabras de Francisco resonaron con fuerza en aquella explanada repleta de hombres y mujeres de los pueblos originarios. En San Cristóbal de las Casas, emblema de un pueblo empobrecido y un indigenismo católico constantemente hostilizado, el Papa enterró años de desconfianza vaticana hacia las etnias de esa región. Aquella defensa de los indígenas, pronunciada la mañana de este lunes 15 de febrero, fue una pieza más del complejo rompecabezas en que se ha convertido su viaje apostólico a México.

Un país azotado por las bandas criminales, con violentas ejecuciones a menudo, que afronta otros problemas como la contaminación ambiental, la desigualdad, la escasa –cuando no nula– movilidad social y la pobreza. El Papa trazó un diagnóstico realista, pero sin dejarse condicionar a la hora de establecer la agenda de su visita.

México tiene muchos valores. Es una enorme reserva de fe, con un potencial que los mismos mexicanos muchas veces olvidan. Sus valores culturales y sociales fueron reconocidos por el Papa en su mensaje de bienvenida, pronunciado la mañana del sábado 13 de febrero en el patio central del Palacio Nacional, la sede del Gobierno de la República.

Nunca antes un Papa había sido recibido en la sede emblemática del Gobierno de la República. El presidente, Enrique Peña Nieto, quiso que esa recepción (histórica) fuese con todos los honores. Ambos, Pontífice y mandatario, dialogaron en privado en el estudio presidencial y luego caminaron por las galerías del palacio, otrora templo del laicismo mexicano. «Su Santidad, México lo quiere. México quiere al Papa Francisco por su sencillez, por su bondad, por su calidez. Papa Francisco: Usted tiene un hogar en el corazón de millones de mexicanos», afirmó el presidente. Y con esas palabras enterró, de un plumazo, décadas de confrontación ideológica y espiritual.

Allí mismo, frente a buena parte de la clase política, Francisco destacó la «cultura ancestral y un capital humano esperanzador» de la nación mexicana y llamó a partir de esos tesoros para cambiar toda la realidad. Pidió encontrar «nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario».

La respuesta de los presentes lejos estuvo del protocolo y la moderación. La figura del Pontífice atrajo todas las miradas, las cámaras fotográficas y dispositivos móviles. Recibió un largo aplauso y hasta varios espontáneos «¡Viva el Papa!». Una dinámica que fue una constante de la visita, el entusiasmo desbordado. Salvo extrañas excepciones, como ocurrió en el Zócalo, la plaza principal de la Ciudad de México.

Dos niños abrazan al Papa durante su visita al hospital pediátrico Federico Gómez. Foto: CNS

Los medios y todos los observadores esperaban encontrar una plaza llena para ver a Francisco a su paso –en papamóvil– del Palacio Nacional hasta la catedral. Pero el lugar no se llenó. Al contrario, muchos espacios quedaron vacíos, un detalle que desató especulaciones de todo tipo. E incluso algún cronista pretendió vincular ese vacío con un supuesto fracaso de la visita apostólica a México. Un dato que prescindió de contabilizar los centenares de miles de personas que salieron a las calles a ver al Papa no solo en la capital, sino también en las otras ciudades del país visitadas. A ellos, Francisco se entregó en cuerpo y alma.

Un revulsivo para los obispos

En la catedral de la Ciudad de México, el mismo sábado 13, el obispo de Roma puso el dedo en la llaga. Al reunirse con más de 150 obispos del país, pronunció un crudo pero eficaz diagnóstico de los problemas eclesiásticos. Les pidió no tener miedo a la transparencia, porque la Iglesia «no necesita oscuridad para trabajar». Los instó a no dejarse corromper «por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa». Además les solicitó no minusvalorar el impacto del narcotráfico en toda la sociedad, porque se trata de un «cáncer que devora» y, por eso, llamó a no refugiarse en «condenas genéricas». Deploró también la violencia de quienes tienen «las manos manchadas de sangre, aunque tengan los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada». Y urgió a los obispos a comportarse no como «príncipes», sino como «testigos del Señor». La comunión, añadió, es un valor fundamental: «Si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal».

«Con el demonio no se negocia»

Estas palabras sacudieron a los obispos y treparon hasta las primeras planas de los diarios. Pero la gira continuó, con un encuentro largamente esperado: la visita al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, donde el Papa celebró la Misa y pasó 25 minutos de oración silenciosa ante la imagen del Tepeyac, cumpliendo así el deseo que había expresado antes de comenzar el viaje.

El domingo 14 tocó el turno al distrito más populoso y violento del país: Ecatepec. En la periferia de la Ciudad de México y ante 300.000 personas, Bergoglio advirtió contra las tres tentaciones cotidianas del cristiano: riqueza, vanidad y orgullo. «Métanselo bien en la cabeza: ¡con el demonio no se negocia, porque siempre va a ganar!». Al terminar la celebración, durante el rezo del Ángelus, convocó a todos los mexicanos a involucrarse en procesos de cambio para que nadie más deba ser víctima de la explotación o deba padecer la destrucción de su vida a manos de los «traficantes de muerte».

En su paso fugaz por el Seminario de Ecatepec, Francisco firmó el libro de visitantes con una frase emblemática: «Prepararse para ser pastores del pueblo fiel de Dios y no clérigos de Estado». Ya de regreso en la Ciudad de México, vivió uno de los momentos más emocionantes con su recorrido por el hospital pediátrico Federico Gómez. Ante un grupo de enfermos, acompañados por familiares y médicos, acuñó un nuevo término: la «cariñoterapia», un tratamiento más allá de las medicinas. El propio Francisco ofreció una buena dosis de esa «cariñoterapia» con sus caricias, abrazos, besos y autofotos que les regaló a los pequeños y a sus familias. A un niño, José Rodrigo Aguilar Martínez, de 5 años, el Papa le dio su vacuna en la boca. «¡Trágalo!», le advirtió. Con ese gesto, Francisco inauguró oficialmente la campaña nacional de vacunación contra la poliomelitis.

Clamor por los migrantes

El lunes comenzaron las etapas por el interior de la República Mexicana. Primero Chiapas, donde comió con indígenas y se reunió con miles de familias. El martes a Morelia, para el encuentro con los religiosos y el clero, además de la reunión con los jóvenes. La gira culminó con la visita a la cárcel y la cita con el mundo del trabajo en Ciudad Juárez. La última gran imagen de Francisco en México fue su bendición y Misa a escasos metros de la frontera con Estados Unidos. Una misa binacional, con un mensaje de esperanza. Esperanza para México y también para el vecino del norte. Hacia allí dirigió sus baterías Francisco, clamando por los migrantes como legado de su histórica e inolvidable vista.