«Nos hace bien un poco de silencio y mirar a la Madre mucho y calmadamente» - Alfa y Omega

«Nos hace bien un poco de silencio y mirar a la Madre mucho y calmadamente»

Redacción

El Papa vio el sábado cumplido su deseo de poder recogerse unos minutos a solas ante la imagen de la Virgen de Guadalupe. «Lo que pediría es –pero como un favor, a ustedes– que me dejen un ratito solo delante de la imagen. Es el favor les pido. ¿Me lo van a hacer?», decía Francisco hace unos días en su residencia vaticana, la Casa de Santa Marta, en un encuentro organizado por la agencia Notimex, coordinado por el también corresponsal de Alfa y Omega en Roma, Andrés Beltramo.

El director de la Oficina de Prensa vaticana, Federico Lombardi, explicó este sábado que esos 30 minutos de Francisco fueron no solo emocionantes para Francisco, sino también «una muy bella expresión de reflexión común».

Previamente, en una emotiva homilía, el Papa recordó el encuentro de la Virgen con el indígena san Juan Diego. «Nos puede hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente». «Y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: “¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?”. “¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?”», dijo.

«Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores. ¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan solo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, perdona al que te lastimó, consuela al que esta triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios. ¿Acaso no soy tu madre? ¿Acaso no estoy aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, tus hermanos».

Un «mensaje fuerte» a los obispos

La visita a la gran basílica de la capital mexicana, principal destino de peregrinaciones en América y en todo el mundo (unos 20 millones de personas la visitan al año), por delante incluso del Vaticano y de cualquier otro centro religioso de cualquier credo, fue el último acto de una jornada en la que Francisco se encontró con el presidente de la República, Peña Nieto, y los obispos de México.

Pese a que, en algún momento se le haya podido ver cansado, Federico Lombardi aseguró que la salud del papa Francisco es buena y, si acaso, tiene problemas para subir y bajar escalones, pero nada de esto va a afectar a sus actividades programadas. «Con la edad», dijo, es comprensible. Pero «vimos que tiene la energía. El Papa nos dijo otras veces que hacía fisioterapia por estos problemas de movilidad. Esto lo hace normalmente algunas veces en la semana, eso le ayuda. No hay grandes problemas particulares».

El portavoz vaticano habló también del «mensaje fuerte» que les dejó el Papa a los obispos sobre cómo afrontar «los grandes problemas de la sociedad mexicana», si bien descartó la interpretación periodística de que se hubiera tratado de una reprimenda. «Es un mensaje de responsabilidad por todos. Él dice siempre que la solución no es de un componente o de una sola persona, la solución viene de la responsabilidad de todos y de los símbolos ciudadanos que tienen que ser activos y responsables», explicó Lombardi. «En particular, naturalmente, es una responsabilidad aun de los obispos que son los pastores de la Iglesia y son responsables de que la Iglesia dé su contribución al bien de pueblo, de una nación que tiene grandes problemas. Es un mensaje fuerte porque la responsabilidad es grande».

Lombardi habló también del encuentro el viernes en La Habana con Cirilo. Francisco «estaba totalmente feliz y lleno de energía». Después, el viaje a México, comenzó con una «increíble» acogida por parte del pueblo mexicano.

Imágenes de multitudes aclamando al Papa por las calles se pudieron ver varias veces este sábado, especialmente en el recorrido hacia la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.

Homilía del Papa en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe

Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en sus últimos meses de embarazo.

El encuentro con el ángel a María no la detuvo, pues no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será recordada siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.

Escuchar este pasaje evangélico en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran nación. Así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba así mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».

En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de su pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.

En ese amanecer, Juanito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada –con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre– le dice: no, que él sería su embajador.

Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos…

Al venir a este santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: «¿Qué puedo aportar si no soy un letrado?». Miramos a la Madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.

Por eso nos puede hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho: «Mirarte simplemente, Madre, dejar abierta solo la mirada; mirarte toda sin decirte nada, decirte todo, mudo y reverente.

No perturbar el viento de tu frente; solo acunar mi soledad violada, en tus ojos de Madre enamorada y en tu nido de tierra trasparente.

Las horas se desploman; sacudidos, muerden los hombres necios la basura de la vida y de la muerte, con sus ruidos.

Mirarte, Madre; contemplarte apenas, el corazón callado en tu ternura, en tu casto silencio de azucenas». (Himno litúrgico)

Y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?» (cf. Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd. 119).

Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.

¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan solo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, perdona al que te lastimó, consuela al que esta triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.

¿Acaso no soy tu madre? ¿Acaso no estoy aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, tus hermanos.