«Construyamos juntos la nueva Europa» - Alfa y Omega

«Construyamos juntos la nueva Europa»

En un viaje histórico a Estrasburgo para dirigirse a los dos grandes organismos europeos, el Papa hizo, el martes, un llamamiento a redescubrir «la sacralidad de la persona humana» y la «dignidad trascendente del hombre», para que el continente no pierda «lentamente la propia alma y aquel espíritu humanista» que la hizo ser lo mejor de lo que ha sido en la Historia

José Antonio Méndez
El Papa Francisco, el pasado martes, durante su discurso al Parlamento Europeo

Cualquier guía de turismo francesa debiera señalar la visita a la ciudad de Estrasburgo como obligada. Y no sólo por la belleza de las fachadas de los caserones alsacianos y de los palacetes otrora nobles, ni tampoco por el pintoresco y sinuoso recorrido que trazan los canales del río Ill, flanqueado acá por robles dorados y allá por sauces, chopos y álamos centenarios. Es más bien porque Estrasburgo, la segunda capital política de Europa después de Bruselas, sede del Parlamento Europeo y del Consejo de Europa (instituido en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial), es la radiografía perfecta del cada vez más viejo continente.

Por las avenidas de Estrasburgo no se ven carritos de bebé ni mujeres embarazadas; los niños caminan solos por la calle cuando salen del colegio; en los bares, los jubilados cenan solos y miran con recelo a los inmigrantes y a las familias musulmanas cuajadas de hijos; los mendigos son discretamente recluidos a las puertas de las iglesias y a las estaciones de tren, autobús y tranvía… Mientras, en el orden del día del Parlamento Europeo previsto para la semana, hay debates sobre la desigualdad que causa la crisis, una moción de censura presentada por grupos populistas y euroescépticos contra el Presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, por presunta corrupción, pactos con Canadá para frenar el terrorismo internacional, y estrategias grandilocuentes para eliminar la violencia contra las mujeres.

Fronteriza con Alemania, en el último siglo, la ciudad de Estrasburgo ha pasado varias veces de manos francesas a germanas, y viceversa, siempre en contexto de guerra, aunque hoy los universitarios alemanes y galos comparten cervezas en la misma mesa de cualquier cafetería. Y todo, bajo un cielo cubierto de nubarrones grises que amenaza tormenta, y que sólo las altas torres de las iglesias se atreven a desafiar. Estrasburgo, además de una ciudad preciosa, es la metáfora perfecta de Europa.

Europa, enferma de soledad

A esta Europa, cada vez más envejecida y polarizada económica, social y políticamente, se ha dirigido el Papa Francisco, en dos discursos históricos ante el Parlamento Europeo y ante el Consejo de Europa (órgano que aglutina a todas las naciones del continente), en los que ha denunciado que hoy, también en Europa, «persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y después pueden ser desechados cuando ya no sirven», como ocurre en el caso «de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones o de los niños asesinados antes de nacer». Una Europa «anciana, que ya no es fértil ni vivaz», enferma «de soledad», que genera desconfianza en las instituciones comunitarias, y contaminada (no sólo en las grandes instancias políticas, sino también en muchos hogares) por unos «estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo, y sobre todo a los más pobres».

Las palabras del Papa, serenas pero nada complacientes, arrancaron los aplausos de todos los grupos políticos, salvo los de un grupúsculo de eurodiputados españoles de izquierda, que abandonaron el hemiciclo antes del discurso, y por eso no pudieron escuchar al Pontífice llamando a «promover la dignidad de la persona», a «reconocer que el ser humano posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privado arbitrariamente por nadie», y que «es hora de favorecer las políticas de empleo y volver a dar dignidad al trabajo», de modo que se cree «un adecuado contexto social que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar a los hijos». Además de la más fuerte de las denuncias que el Santo Padre lanzó al corazón de Europa, unos días antes de viajar a Turquía: «No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio», ni tampoco la ausencia de políticas migratorias coordinadas, pues eso «favorece el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales».

A estos nuevos muros que dividen Europa (el individualismo, la soledad, la mala política inmigratoria, la falta de apoyos a la familia y un sistema económico y social que reduce a la persona «a un mero engranaje de un mecanismo», que cuando la considera improductiva o sobrante «la descarta sin reparos»), destacó uno más el Papa, en la sede del Consejo de Europa: la fragilidad de una paz entendida sólo como ausencia de guerra, que no es capaz de «reconocer en el otro, no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger».

Un voluntario atiende a una persona sin hogar en Estrasburgo

Los nuevos muros

El Papa comenzó su discurso al Parlamento Europeo aludiendo a cuánto había cambiado Europa desde la visita a Estrasburgo de Juan Pablo II, un año antes de la caída del Muro de Berlín. Aquel muro cayó, pero el Santo Padre dejó claro en sus discursos que faltan otros muchos muros por caer. ¿Cuál será hoy el martillo que los derribe? La respuesta del Papa fue defender «la sacralidad de la persona humana», es decir, «la dignidad trascendente del hombre», que está «inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en todo lo creado». En el camino de reconstruir una Europa más humana, más creativa y más esperanzada, los europeos pueden contar con el apoyo incondicional de la Iglesia, que «en el mundo, a imitación de Cristo, y no obstante los pecados de sus hijos, no busca más que servir y dar testimonio de la verdad», dijo. Ya «ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza el presente». La Europa que «mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme».