2.000 años de Historia - Alfa y Omega

2.000 años de Historia

Alfa y Omega

«En el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas»: acaba de decirlo el Papa Francisco en el Parlamento Europeo, y añade que hay «una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz».

Ya al comienzo de su discurso, el Santo Padre había señalado que «una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida». El diagnóstico no podía ser más certero, como tampoco podía ser más claro su deseo de «enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento». Y así lo hizo, el pasado martes, en Estrasburgo, pues transmitía la «esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida. Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea».

Comenzó el Papa Francisco evocando la visita, hace ya «más de un cuarto de siglo», de Juan Pablo II. Desde entonces, «muchas cosas han cambiado», y vale la pena recordar cómo, en aquella ocasión, el 11 de octubre de 1988, evocaba igualmente a los fundadores de la Unión el santo Papa: «Vuestra Asamblea, pieza maestra de la integración europea desde los comienzos de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y de la firma del Tratado de Roma, aparece, ante vuestros compatriotas, como la institución portadora de su futuro, una comunidad democrática de países, deseosa de integrar más fuertemente su economía, de armonizar sobre diversos puntos su legislación y de ofrecer a todos sus ciudadanos un espacio único de libertad dentro de una perspectiva de cooperación y de enriquecimiento cultural mutuos». ¿Qué ha sucedido desde entonces?

«En el centro de este ambicioso proyecto político -el de los fundadores, Schuman, De Gasperi, Adenauer…, decía el martes el Papa Francisco-, se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente. Y quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: dignidad y trascendente». Dignidad, sí, más aún, «sacralidad de la persona humana»: sin este reconocimiento, Europa, y el resto del mundo, necesariamente, no pueden tener esperanza para el futuro. Sin el reconocimiento del futuro trascendente de todo ser humano, al que nos ha destinado el Creador, el futuro temporal no es otro que vacío y desesperación. «Una Europa -afirma el Papa- que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma», y sin alma, el cuerpo se destruye. Por eso, el Papa ha exhortado a los europarlamentarios «a trabajar para que Europa redescubra su alma buena», ¡sus raíces!

Ya en 1973, el Beato Papa Pablo VI decía al Presidente del Parlamento Europeo, ante los «graves problemas económicos y sociales, el empleo, la migración, la evolución cultural, la educación…», sin olvidar, «en esta enumeración, todo lo que degrada profundamente las costumbres de los individuos y de las familias», que «está en juego el alma de un pueblo». Nueve años después, y seis antes de su visita a Estrasburgo, en Compostela, su sucesor, el santo Papa Juan Pablo II, lanzaba a la vieja Europa, aquel formidable «grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces». Sí, está en juego el alma de Europa, y bien lo subrayó, el pasado martes, el Papa Francisco, al recordar que «la función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de Historia -añadió- unen a Europa y al cristianismo», ¡su auténtica alma!, el origen de su dignidad trascendente, y «una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida, es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma», y con ella la garantía de una vida humana digna de tal nombre. He ahí las raíces que es preciso avivar, esta historia que «es nuestra identidad». E insiste el Papa: «Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos». Su libertad, garantía de paz y de verdadero progreso humano, justamente, está en mantener viva ese alma que lleva ya sosteniéndola dos mil años.