Damián Iguacén Borau: «No sé si los que seguimos al Señor nos lo tomamos en serio» - Alfa y Omega

Damián Iguacén Borau: «No sé si los que seguimos al Señor nos lo tomamos en serio»

Mañana cumple 100 años, es el obispo más longevo de España y tiene un aspecto estupendo. Hasta hace poco, monseñor Damián Iguacén Borau celebraba Misa a diario y confesaba en el convento de clarisas de Huesca, donde vive en una residencia. Desde que el Papa aceptó su renuncia como obispo de Tenerife en 1991, ha seguido escribiendo cartas pastorales marianas

José Antonio Méndez
Monseñor Damián Iguacén, en un momento de la entrevista. Foto: Araceli Acerete Halli

Mañana cumple 100 años y sigue escribiendo cartas pastorales. Y hasta hace muy poco, celebraba Misa a diario. ¿Un obispo nunca se jubila?
Tengo muy claro que un sacerdote no se puede jubilar nunca. Cambiará de oficio, de responsabilidad, pero el sacerdote siempre tiene que actuar como sacerdote.

¿Y cómo sigue viviendo su lema episcopal: El último de todos y el servidor de todos?
Me ha ido muy bien en la vida tratando de ser fiel a ese lema. Desde luego entre los obispos soy el último, no tengo los títulos que tienen otros, y siempre he querido estar al servicio de todos. Me he entregado completamente al servicio de la Iglesia, y la Iglesia ha sido para mí el ideal, soy incondicionalmente de la Iglesia. ¿Quién soy yo para poner condiciones al Señor y a la Iglesia? Siempre me ha gustado hablar de cuatro palabras, y vivirlas: , Amén, Aquí estoy y Envíame. Desde que empecé como obispo de Barbastro formé grupos de personas que vivían este entusiasmo, y en medio de mis defectos, pecados y limitaciones, he procurado vivir siempre esas cuatro actitudes.

Ha vivido un siglo de muchísimos cambios en España, en el mundo, y en la Iglesia. ¿Cómo ve el futuro y el presente de España?
Lo veo con un poco de miedo por nosotros, los católicos, porque no sé si los que seguimos al Señor nos lo tomamos de verdad en serio y presentamos bien la religión. Aunque, la verdad, por temperamento no soy pesimista, soy optimista.

A lo largo de una vida tan longeva también habrá vivido momentos dolorosos. ¿Cuál es el secreto para mantener la fe y la esperanza?
La fe y la esperanza son dones de Dios que hemos de pedir. Lo nuestro es desearlos, quererlos de verdad. «¿Quieres?», pregunta el Señor. A veces decimos que sí, pero es mentira, porque si quisiéramos de verdad…

Fue consagrado obispo en 1970, como pastor de Barbastro. En 1974 pasó a Teruel y, en 1984, a Tenerife. Después de todos estos años, ¿cree que la labor evangelizadora de la Iglesia en España ha mejorado?
Sí, ha mejorado, pero tenemos que hacer mucho más. Empezando por los que estamos consagrados al Señor. Con que los sacerdotes, religiosos, religiosas y consagrados viviéramos bien nuestra consagración, solo eso sería un apostolado. Eso haría que los cristianos fuéramos puntos de referencia, que la gente pudiese decir «mirad cómo viven», y que nos pudieran decir «yo quiero ser como usted».

Ha conocido a nueve Papas. ¿Cuál es el que más le ha marcado?
Si soy sincero, digo que todos. He visto en cada Papa un mensaje personal que el Señor quería transmitirnos; y desde luego, he admirado a todos y he sido incondicional de la Iglesia. Por citar a los más recientes, de Benedicto XVI me quedaría con todo lo que decía y pensaba. Tuve la oportunidad de hablar dos veces con él…

«Mira este dedo: a la Virgen le debo algo desde niño»

Ha escrito, como obispo emérito, numerosas cartas sobre la Virgen, alguna con advocaciones realmente curiosas…
Yo no podría olvidarme de la Virgen. Mira este dedo, en el que llevo el anillo pastoral: de niño metí la mano en un cacharro de agua hirviendo y le dijeron a mis padres que no tendría solución y que habría que cortar la mano. Ellos me lo dijeron, yo miré a la Virgen de la Sierra, una advocación de mi pueblo, me encomendé a ella y me salvó la mano. Me dejó como recuerdo este dedo encorvado. A la Virgen le debo algo personal desde niño. Por eso tengo tantas cartas dedicadas a ella. Y, la verdad, no sabría cuál es mi advocación favorita…

¿Y de Juan Pablo II?
Con él hablé también varias veces y siempre con una gran confianza. Todo en él era muy sincero. «Que tiene que venir a Tenerife», le decía yo. Y respondía: «Díselo al que está abajo» (en la Secretaría de Estado).

¿Y del Papa Francisco?
El nombramiento del Papa Francisco me alegró enormemente. Le saludé como arzobispo cuando estuve de paso por Argentina. Ya entonces me impresionó. Me hablaron mucho de él y de su labor, y desde luego me encanta el camino que está siguiendo. Creo que está muy iluminado por el Señor en un momento muy difícil, y que está a la altura que debe estar. Es una continuación del Papa anterior, no hay ruptura. Tengo un poco de miedo a que tenga un atentado, porque habrá muchos enemigos que están enrabietados. Pero Dios le protegerá. Bendigamos al Señor.

Francisco habla mucho de la relación entre jóvenes y mayores. ¿Qué consejo daría usted a los jóvenes?
Que sean fieles a la Palabra de Dios, y que sean fieles si le han dado su palabra al Señor. Yo he dicho «sí» al Señor y haré todo lo posible por serle fiel. No hay nada que discutir con el Señor, solo decirle: Amén. Y decirle también «¡Aleluya!», porque siempre resulta mejor lo que el Señor quiere, que lo que queremos nosotros. Por sabios y entendidos que sean, el Señor es el Señor. Y a los que estén alejados de la fe, que sean sinceros con ellos mismos. Si uno es sincero, quizás se extraviará e irá por malos caminos, pero oirá dentro de él una voz que le dirá: «Esto no». He tratado mucho con jóvenes y aun los que parecen alejados en el fondo están deseando encontrarse con Dios.

Durante décadas se dedicó a poner en valor el patrimonio artístico de la Iglesia, y promovió la creación de la Comisión de Patrimonio Cultural en la Conferencia Episcopal. ¿Por qué?
Porque es un medio de evangelización. Doy gracias al Señor porque, aunque no soy fundador de nada, empecé en España un movimiento en defensa del patrimonio como forma de evangelizar. Me metí desde el principio en esa Comisión, no por la cultura en sí, o porque fuesen medios rentables, sino porque es un medio extraordinario para transmitir la fe.

¿Cómo se podría aprovechar mejor el patrimonio para evangelizar?
Esa es la pregunta que yo también me hago. Primero, descubriendo que eso no es una riqueza sino un medio para transmitir la fe. El arte eclesial es expresión de fe y si no sirve para eso, no sirve para nada.

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Les diría una palabra: que seamos incondicionales de la Iglesia. La Iglesia es maestra, es madre, es la que nos trae al Señor; seamos incondicionales.

José A. Méndez / Lara Acerete (Huesca)