Los obispos españoles sobre la Cuaresma del Año de la Misericordia - Alfa y Omega

Cuando acogemos a Jesucristo, su Amor nos hace fecundos y quienes están a nuestro lado lo perciben. Es el primer paso para vivir la Cuaresma de la misericordia. El segundo paso es poner por obra la misericordia y ser valientes para dar de comer, vestir, alojar en el corazón y en casa, o dialogar con quien nos lleva más allá de nosotros mismos

+ Carlos Osoro
arzobispo de Madrid

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La misericordia de Dios transforma el corazón de las personas, nos hace experimentar un amor fiel, y lo hace capaz de misericordia. Las obras de la misericordia corporales y espirituales nos recuerdan que nuestra fe ha de traducirse en gestos concretos y cotidianos, orientados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu. Así también nosotros encontraremos alegría: ¡Dichosos los misericordiosos!

+ Fidel Herráez
arzobispo de Burgos

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No se augura nada bueno en el campo político y en el concierto, más bien desconcierto, de las naciones. Sin embargo, se nos llama a arreglar, o mejor dejarnos arreglar la propia casa. La Cuaresma debe ser para nosotros un poner en cuestión, a la luz de la Iglesia, nuestra propia vida. Sacar faltas a los demás es lo fácil y en eso solemos ser expertos. Pero ver la conversión que necesito para cambiar de vida y pedirle a Dios que ponga su corazón en mis propias miserias se nos antoja ya más complicado.

+ Antonio Algora
obispo de Ciudad Real

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Si somos veraces reconoceremos que hemos rechazado el amor y la vida de Dios con nuestros pecados. Si somos humildes reconoceremos que estamos necesitados de su perdón y reconciliación. Dios nos espera y nos acoge en el sacramento de la Confesión para perdonar y olvidar nuestros pecados. Dios cura nuestras heridas, Dios sana las huellas negativas que los pecados dejan en nosotros. La misericordia transforma nuestros corazones para poder ser misericordiosos como el Padre.

+ Casimiro López Llorente
obispo de Segorbe-Castellón

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Durante esta Cuaresma hemos de procurar dedicar tiempo a la meditación constante y profunda de la Palabra de Dios; a la participación consciente en la celebración de la Eucaristía, actualización del sacrificio redentor de Cristo; y del sacramento de la Penitencia, momento de experimentar que la misericordia de Dios es más fuerte que el pecado y que la muerte; así como también a la práctica de las obras de caridad, comunitarias e individuales.

+ Josep Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa