La Palabra como fuente de audacia y creatividad - Alfa y Omega

Somos muchos y muchas hoy quienes, sin negar el espesor de lo real y la densidad de la violencia y la injusticia en nuestro mundo, experimentamos a la vez con gozo que estamos siendo contemporáneos de un tiempo nuevo, un kairós suave empeñado en romper viejos y pesados muros que separan a la Iglesia del mundo. Un tiempo de oportunidad marcado también por un nuevo liderazgo eclesial identificado por la señal de la alegría, la provocación de las periferias, la cultura del cuidado y del encuentro, y el símbolo del poliedro como apuesta por la inclusión de las diferencias. Pero también son tiempos de amenaza y oposición por la desinstalación y las transformaciones profundas que conlleva. En definitiva, tiempos que nos urgen a tener oído atento a la Palabra de Dios encarnada en la historia, como fuente de audacia y creatividad.

Desde nuestra tradición cristiana confesamos que Dios es Amor y que el Amor se hace Palabra, Cuerpo, Encarnación. El cristianismo no es la religión del libro, sino la religión del cuerpo. La Encarnación es el riesgo de Dios en la historia que llama a las puertas del corazón y la responsabilidad humana como tantas personas desplazadas lo hacen hoy en la frontera sur o este de Europa, urgiéndonos a la hospitalidad, al reconocimiento de los derechos humanos y la dignidad de sus culturas.

De ahí que escuchar la Palabra pida hacerlo entrando en familiaridad con ella, con su espíritu, que siempre va mucho más allá de su literalidad, y hacerlo desde una hermenéutica crítica y una interpretación existencial, a la luz de los signos de los tiempos, para que nos ayude a reconocer que nuestro presente forma parte constitutiva de la historia de la salvación. La Encarnación acontece también hoy y por tanto podemos detectar sus señales en la vida cotidiana.

Afrontar las injusticias

Nos queda aún mucho por liberarnos de modelos evangelizadores que son más conquistadores que tiernos, más basados en llevar a Dios que en descubrir con otros las semillas del verbo que preñan la historia y las culturas en lo más hondo y dejarnos sorprender y modificar por lo que descubrimos. Pero para eso nos es imprescindible recuperar la humildad del Evangelio. Humildad viene de humus: pegado a la tierra. Ser humildes significa vivir pegaditos al suelo, pero desde la hondura, que nos da horizonte, lo cual pasa por la apuesta por los procesos y por provocar y acompañar mistagógicamente la búsqueda de sentido desde códigos culturales comprensibles. El reto es saltar con otros y otras la frontera de la banalización de la vida y entrar en la tierra de la trascendencia y la profundidad y su mística.

No me resisto a terminar este apartado sin referirme al desafío pastoral tan fuerte de la violencia en nuestros ambientes, especialmente la violencia xenófoba y la de género. Nuestra pastoral no puede estar al margen del racismo que va brotando en nuestros contextos. Ni podemos quedarnos indiferentes cuando en España han sido asesinadas más de 59 mujeres en lo que va de año. La Conferencia Episcopal se pronunció ante esta lacra en la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, pero rara vez en las parroquias se predica sobre la igualdad de género. Es necesario revisar las concepciones tradicionales sobre la autoridad y el poder masculino, la visión negativa y sospechosa todavía dominante en la Iglesia sobre el cuerpo de las mujeres, su identificación como objeto a disposición del varón y la exaltación esencialista de valores femeninos tales como el sacrificio y el aguante.

La lógica burguesa ha hecho del amor un sentimentalismo que ha dulcificando su carga transgresora. Pero el amor vivido al modo de Jesús descentra, desinstala, da prioridad a la necesidad del otro sobre la propia, subvierte el orden, sitúa como primeros a los últimos, se le hace intolerable la injusticia. En este sentido decimos que es político, porque se traduce en pasión y compromiso por el bien y la dignidad de todos, empezando por los últimos. Por eso nuestra pastoral no puede mantenerse al margen de la dinámica de injusticia y la violencia de nuestro mundo. Puesto que el pecado es también estructural hay que injertar amor en las estructuras sociopolíticas para transformarlas o desmantelarlas, y esto es imposible hacerlo sino desde las sinergias con las personas y grupos que anhelan una humanidad y una sociedad alternativa, aunque no todos ellos sean perfectos, como tampoco lo somos nosotros.

El silencio es la condición para un verdadero encuentro. Necesitamos hacer más hueco en nuestra vida para cultivar el silencio. La interioridad es el útero donde se gestan las transformaciones más profundas del ser humano. Solo desde su cuidado se nos puede regalar la experiencia de acoger y abandonarnos a la audacia y creatividad de la Palabra como aquel campesino del Evangelio que echa la semilla en tierra y descansa tranquilo, porque sabe que duerma o se levante, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo.

Extracto de su conferencia en la Semana de Teología Pastoral del Instituto Superior de Pastoral- Universidad Pontificia de Salamanca