Camino hacia la Pascua - Alfa y Omega

Camino hacia la Pascua

I Domingo de Cuaresma

Aurelio García Macías

Con el Miércoles de Ceniza se inicia un largo tiempo de casi cien días de gracia, en cuyo centro celebramos el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, precedido por los 40 días de la Cuaresma y prolongado por los 50 días del tiempo pascual. La fiesta más importante de estos santos días es la Vigilia Pascual, como decía san Agustín, «madre de todas las vigilias» del año; en la que se celebra el glorioso misterio de la resurrección de Jesucristo y la gran noche sacramental dedicada a la iniciación de los nuevos cristianos. Precisamente en el contexto de la Vigilia Pascual se hacen dos preguntas a quienes conforman la asamblea litúrgica: «¿Renuncias…?» «¿Crees…?».

Para poder responder con verdad en esa santa noche, se necesita preparación. Este es precisamente el sentido de la Cuaresma, que se inaugura con las mismas palabras con las que Jesús inició su ministerio público: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Hay una estrecha relación entre el inicio y el final de la santa Cuaresma. Para poder responder afirmativamente a las preguntas de la Vigilia Pascual, hay que experimentar un tiempo oportuno de conversión y confianza en Dios, de renovación espiritual de todo el pueblo de Dios. El tiempo cuaresmal no tiene sentido en sí mismo, sino en cuanto itinerario de preparación para la fiesta de la Pascua, como recuerdan las oraciones litúrgicas de estos días: «Que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual».

Camino penitencial: «¿Renuncias…?»

Quien se encamina a profesar la fe bautismal advierte que el seguimiento de Jesucristo requiere lucha y renuncia a toda clase de mal, como nos recuerda el evangelio de este domingo. El mismo Jesús experimenta la tentación del mal en el desierto, al inicio de su ministerio mesiánico. Es la misma tentación que experimenta todo ser humano y cristiano, también quien se dispone a iniciar el camino cuaresmal. La tentación existe. Así nos lo enseñó Jesús en su misma oración: «No nos dejes caer en la tentación». Y se manifiesta en forma de placer (las piedras convertidas en pan abundante para quien llevaba cuarenta días sin comer), o de tener (le mostró los reinos del mundo y le dijo: «Te daré poder y gloria»), o de ser más (le prueba para dudar si es el Hijo de Dios).

La Cuaresma sirve al cristiano para tomar conciencia de su verdad y condición pecadora. Nadie es perfecto. Cuando el cristiano percibe las consecuencias del pecado, experimenta la fragilidad humana y busca la gracia divina para superar esta situación de desgracia. El pecado destruye y mata. Es entonces cuando surge el deseo y la necesidad de la conversión. Y este es el sentido de la imposición de la ceniza al inicio del tiempo cuaresmal. Al principio era un signo propio de los penitentes públicos, pero cuando estos desaparecen, el Papa Urbano II extiende esta costumbre en el año 1001 a todos los fieles de la Iglesia, incluidos los clérigos. Es un gesto bíblico penitencial que permanece como invitación a la conversión personal y eclesial.

Camino bautismal: «¿Crees…?»

La Cuaresma surgió como el momento último del largo proceso catecumenal de la iniciación cristiana. Durante este largo tiempo, la Iglesia hace una gran catequesis sobre la importancia de la fe que conduce al bautismo. Por eso en la Vigilia Pascual, en el corazón mismo de la Pascua, se nos pregunta: «¿Crees…?». La pregunta directa requiere una respuesta directa, un convencimiento pensado, orado, creído y vivido cada día. Este aspecto sacramental de la Cuaresma ayuda a vivir el renacimiento bautismal de la Pascua; tal como expresa una de las últimas oraciones del tiempo cuaresmal: «Señor todopoderoso, que por la confesión de tu nombre nos haces renacer a la vida eterna en el sacramento del Bautismo, recibe nuestros dones y atiende nuestras súplicas, para que cuantos en ti esperan puedan ver realizados sus deseos y perdonadas sus culpas».

La tradición litúrgica romana reservó el texto evangélico de las tentaciones de Jesús para ser proclamado el primer domingo de Cuaresma. Con él, presentaba a Jesús como el modelo a seguir por parte de los fieles en este santo tiempo; como recuerda el prefacio de este domingo: «Al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado». La tentación existe, pero es posible vencerla. Como Jesús, todos experimentamos nuestra propia fragilidad frente al mal; pero, como Jesús, todos podemos vencerlo con la fuerza de la Palabra de Dios y la ayuda materna de la Iglesia. La lectura de este texto es estímulo y aliento para los que inician el camino cuaresmal con el buen propósito de prepararse para la santa Pascua.

Evangelio / Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante 40 días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Dará órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”; y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.