Misión en la gran ciudad - Alfa y Omega

Una gran misión tiene la Iglesia en medio de la ciudad: acentuar el primado de Dios, renovar los vínculos entre los que viven en ella, haciendo posible que realicen esa versión nueva de vivir, de pasar de ser islas, o desconocidos, a ser imágenes de Dios que, por tanto, al vivir con el amor mismo de Dios, no pueden prescindir de nadie que esté viviendo junto a ellos, sino que son capaces de crear un ethos urbano que provoque, en todos los que la habitan, pasar de ser desconocidos a ser hermanos. (…)

Siempre habrá que proclamar la feliz noticia de que Dios habita entre nosotros y de que esa eterna comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es de la que tiene que vivir la Iglesia y manifestar a todos los hombres para que sean esa gran familia que tiene un signo que la distingue y que promueve, a quien la hace, a vivir en esa comunión, que tiene un signo, como es la señal de la Cruz. Decir: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,y hacer esa señal públicamente en medio de la ciudad, no es un gesto más, al contrario, es ese gesto único por el que, quien lo hace, reconoce que la primacía sobre todas las cosas la tiene Dios, y que el ser humano alcanza la máxima dignidad y la promueve cuando, viviendo esa comunión trinitaria en medio del mundo y junto a los hombres, construye esa nueva ciudad de hermanos e hijos de Dios. (…)

¡Qué fuerza tiene para todos los hombres la fe y la adhesión a Nuestro Señor Jesucristo! Él no sólo nos enseña a dar, sino que nos dice algo mucho más importante: hay que darse. Acoger la vida de Nuestro Señor Jesucristo supone entregar una novedad tan grande en medio de esta Historia, que con nada se puede comparar. Los cristianos tenemos ya esa novedad por el Bautismo, somos partícipes ya de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, hemos sido engendrados de nuevo a la vida de Dios mismo y de la verdadera identidad y verdad del hombre. Por eso, estamos llamados a suscitar, consolidar, madurar, sanar, afianzar, promover, dar un nuevo estatuto a la historia de los hombres con el humanismo verdadero. Ser misioneros en medio de la ciudad supone entregarnos a purificar y elevar la dignidad del hombre a la medida que solamente Dios ha dado, de tal manera que la fe y la adhesión a Jesucristo no es una cuestión secundaria o de unos ilusos engañados, es la cuestión más humana que jamás se ha podido presentar.

Como los primeros cristianos

En la ciudad, hemos de volver a hacer descubrir lo que los primeros cristianos hicieron cuando comenzó la evangelización: su tarea fue entrar en el corazón de aquellos hombres urbanos, hombres y mujeres de su tiempo; unos, paganos y entregados a toda clase de muerte, y otros, haciéndose dioses a su medida, que no daban salvación sino esclavitud, y que anunciaban el deseo de absoluto que estaba en sus corazones. Ellos tenían la realidad de un Dios-Amor que podía quitarles la sed que sentían, devolverles la dignidad humana y llevarlos a una comunión con los demás que hiciese posible que quienes se encontraban con ellos recibieran y experimentaran el Amor mismo de Dios, que tenía nombre y rostro, Jesucristo.

No creamos lo que a veces se dice. El Dios que nosotros anunciamos no crea problemas para la paz en el mundo, ni tampoco para que los más pobres recuperen su dignidad, no crea odios, intolerancias o desuniones, no construye convivencia del descarte o de posicionamientos en los que unos tienen más privilegios que otros; al contario: si alguien tiene privilegio es el que más necesita. Por tanto, para construir la nueva ciudad, no hay que prescindir del Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. Prescindir de Él es construir vieja ciudad: que es deshonesta, donde el culto al dios-poder tiene su vigencia, o el culto al dios-dinero, que esclaviza y utiliza, donde una imagen deformada de Dios deforma a Dios, al hombre y la convivencia entre nosotros, pues suscita eliminaciones, muertes, irracionalismos, fanatismos y fundamentalismos. El Dios que se nos revela en Jesucristo es Aquel de quien Él dijo: «Dios es amor», y por tanto suscita siempre amor y no odio, reconciliación y perdón, encuentro y no desencuentro (…).

En los caminos de los hombres

Los cristianos, para evangelizar la ciudad, hemos de ser atravesados y hemos de atravesar todos los caminos de la vida de todos los hombres con los que nos encontremos. Y lo hemos de hacer con el contenido fundamental de nuestra fe, creído, vivido y manifestado en obras, Jesucristo, al que damos rostro y hacemos posible su encuentro personal con los hombres. Digamos con la fuerza del testimonio: Dios es Amor, se ha manifestado y revelado en Jesucristo, muerto por amor a los hombres, Él ha resucitado dándonos su vida.

Todos los areópagos son buenos. Los cristianos hemos de construirlos para establecer un diálogo abierto y una comunicación de hondura con todos los hombres: todo lo que hagamos por tener lugares de encuentro con los hombres, que en la gran ciudad andan y viven mucha soledad, es misión de la Iglesia. Pero hoy hay unos que son nuevos y muy importantes, que deseo destacar: los medios de comunicación social, en los que tan bellamente se fijó el Concilio Vaticano II. La Iglesia misionera en la nueva ciudad tiene que emplear sus códigos simbólicos en los que se haga una oración que hable del hombre a Dios, y un anuncio que hable de Dios al hombre.