¡Velad! - Alfa y Omega

¡Velad!

Primer Domingo de Adviento

Juan Antonio Martínez Camino
Pensamos poco, nos falta lucidez, a fuerza de ruidos…

Estamos bastante dormidos; o mejor: adormecidos. Duerme quien ha de buscar el descanso reparador. Es muy necesario dormir bien. En cambio, quien debiendo estar despierto, no lo está, es que se ha adormecido. No es fácil mantenerse despiertos y lúcidos, cuando son tantos los somníferos que se nos administran. Ahí están esas televisiones encendidas día y noche en hogares y en lugares públicos. Ahí está el murmullo constante de la radio en las casas, autobuses, espacios deportivos… en todas partes, como si de un hilo musical de fondo se tratara. Ahí están los pinganillos que tantos llevan incluso por la calle o en el metro, inoculando directamente al cerebro algún tipo de ruido. Pero ¿qué es lo que se oye de continuo? ¿Cuál es la música? Los sucesos de la vida social, económica o política, bien aderezados con las interpretaciones al uso. Las monsergas acerca de lo mal que van las cosas y de la cantidad de derechos (antiguos y nuevos) que aún se nos regatean. El escándalo ante los horrores morales de unos y de otros, siendo así que nos hallaríamos, desde hace al menos un par de siglos, en el feliz nuevo mundo de la ciencia y del progreso. Otras veces se trata, simplemente, de música de verdad, pero enlatada. El caso es que la contaminación acústica que padecemos nos abotarga el oído, nos roba agudeza espiritual y tiende a actuar como un somnífero que nos quita la capacidad de ver con nitidez y de pensar con soltura. Pensamos poco, nos falta lucidez, a fuerza de ruidos.

El Adviento, que comienza el próximo domingo, es un tiempo propicio para apartarse del ruido y ejercitarse en la lucidez. Su finalidad en el ciclo espiritual del año litúrgico es precisamente suscitar cada año en nosotros la vigilancia necesaria para no permitir que el Señor llegue a nuestras puertas, llame y nos encuentre dormidos, ¡adormecidos! Es verdad: el entorno social supuestamente navideño que se crea en estas semanas previas a la Navidad no ayuda demasiado. A todos los ruidos mencionados, se añade ahora el del montaje machacón de luces y reclamos que pretenden vendernos una felicidad barata. Pero, como cada tiempo, éste es de modo muy propio un tiempo de gracia, un tiempo de salvación.

¡Vigilad! ¡Velad!: Es la Palabra de este domingo. Pero ¿cómo, Señor? ¿En qué se puede concretar la vigilancia de este Adviento? Tal vez pueda ser algo tan sencillo como desconectar un poco alguno de los canales de ruido que me aturden y adormecen. Darle tiempo al silencio físico y espiritual. Superar el miedo a ese supuesto vacío de discursos y sonidos, que me da vértigo porque me parece cargado de soledad. El silencio puede, efectivamente, ser una parábola de la nada, del vacío. Pero no lo es para quien se ejercita en la escucha de la Palabra que nos invita a saber esperar la llegada de Dios a nuestra vida y a acoger la soledad sonora en la que Él se acerca al alma. Porque Él viene. No es verdad que no haya nadie a quien esperar. Dios viene. No te dejes adormecer. Merece la pena velar.

Evangelio / Marcos 13, 33-37

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.

Velad entontes, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

Lo que os digo a vosotros, lo digo para todos: ¡Velad!».