Una novela de culto - Alfa y Omega

Una novela de culto

Javier Alonso Sandoica

La historia que cuento es el resultado de un proceso biográfico reciente. El punto central tuvo lugar el 19-N. Entonces estuve en el auditorio de la Fundación Mapfre, en Madrid, porque el escritor Enrique Vila-Matas daba una conferencia sobre el libro fundacional para su vocación de escritor: la lectura de Jakob Von Gunten, del suizo Robert Walser.

La semana anterior yo había hecho los deberes y leí la novela de Walser, quizá la más interesante de su corpus. Tan es así, que se podría decir que, con ella, escrita en 1909, arranca todo lo que será la gran literatura del siglo XX, y resultará especialmente clave para entender a Kafka. He de reconocer que la propuesta del libro fue para Vila-Matas la excusa para mostrarnos, una vez más, su talento, capaz de citar diez textos de memoria de escritores bien diferentes, y su pasión por la literatura. Pero poco se dijo de Walser y, sin embargo, el argumento de su novela me sigue zureando en la cabeza.

La lectura del Jakob Von Gunten se hace imprescindible en nuestros días. Habla de una vocación insípida: la formación de jóvenes en un instituto para obedecer, pero para una obediencia sin más, «para tener una existencia modesta y subordinada». Es la ausencia de toda chispa espiritual, de cualquier arranque o desarrollo de la voluntad. Es la enseñanza de una perfecta sumisión y una superficial cortesía. Estas criaturas adiestradas en el proceso de deshabitarse serán siempre un cero a la izquierda, sumisos seguidores de cualquier propuesta, porque nada hay por lo que valga la pena entregar el corazón.

Cuando frisaba los doce años, oí que un vecino de casa nos decía que España era un país de cabestros. Para no interrumpir su discurso, no le pedí entonces que me lo explicara. Hoy, después de la novela de Walser, entiendo esa peligrosa naturaleza de ser toro mansurrón, sin más definición que la que marcan los andares de sus iguales. El hombre vaciado es el objetivo de toda ideología.

La novela adelanta el fascismo, el comunismo, y la tibieza del demócrata silente. Qué bien lo cuenta Benigni, en La vida es bella, cuando –cito de memoria– uno de los personajes le dice al protagonista: «La acción más sagrada del hombre es servir, pero el hombre nunca puede ser siervo; es como Dios, que gusta servir al hombre, pero no es su siervo». Cuando el hombre pierde la dignidad en el acto de servir, se convierte en esclavo, y a un esclavo cualquier amo le sirve.