El Señor sea siempre con vuestra merced... - Alfa y Omega

El Señor sea siempre con vuestra merced...

A santa Teresa de Jesús se la suele representar con una pluma en la mano, y pocas iconografías son tan fieles a la realidad histórica como ésa. Porque la Mística Doctora no sólo compuso poemas, villancicos y libros de elevada espiritualidad, sino que dedicó buena parte de sus días y de sus noches a escribir cerca de 15.000 cartas, que tenían por destinatarios a personas de todos los estamentos sociales: prioras, damas, novicias, mercaderes, virreyes, teólogos, obispos, frailes, cardenales, funcionarios del correo y hasta al mismísimo rey Felipe II. Con un elemento común: en todas se presenta «como lo que es: una testigo de Dios, que mezcla asuntos cotidianos con la presencia de Cristo». Toda una agencia de comunicación, «precursora de la cultura del encuentro y de la Iglesia en salida», en pleno Siglo de Oro

José Antonio Méndez
Santa Teresa de Jesús, de Gregorio Fernández

Febrero de 1577. Pasan ya de las doce de la noche, y en la fría y oscura celda del Carmelo descalzo que hace siete años se ha fundado en la noble ciudad de Toledo, una ya anciana Teresa de Jesús, enferma y asediada por los problemas que atraviesa su Orden, toma pluma y tintero y rasga con su vibrante grafía un pliego de grueso papel. Los márgenes amplios y el papel de buena calidad -el mismo que usa siempre para sus cartas, sea cual sea su destinatario- no reflejan la pobreza extrema en que vive la autora allá donde para, sino que muestran el respeto con que la carmelita descalza trata siempre a sus relaciones. Alumbrada por la llama de una palmatoria, Teresa traza una cruz en el encabezado y escribe: La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra reverencia… Su destinatario es el carmelita italiano Ambrosio Mariano, que reside en Madrid. En una extensa misiva, Teresa cuenta, entre otras cosas, que esa misma noche lleva media docena de cartas escritas, y otras tantas son las que le quedan: al obispo de Cartagena, al de Ávila, a unos teólogos abulenses, a las monjas del Carmelo de Caravaca, a la madre del Visitador de la Orden…

En otras ocasiones, los sobrescritos reflejarán nombres ilustres como el de la Duquesa de Alba, el Conde de Olivares, el cardenal Quiroga, o incluso «la sacra, católica, cesárea, real majestad del rey nuestro señor Felipe II» –toda una osadía en el contexto social y absolutista del Siglo de Oro, por tratarse de una simple monja de humilde cuna–; o bien el de personas anónimos de la época, como familiares, amigas de la infancia, novicias, frailes, doctores, meros empleados del correo, damas nobles, prioras de conventos, comerciantes, o personajes de todos los estamentos sociales, desde Roma hasta Madrid, de Quito a Salamanca, de Lisboa a Sevilla…

En total, y como explica el padre Tomás Álvarez, prestigioso teresianista y autor, entre otras muchas obras sobre la santa, de Comentarios a las cartas de Santa Teresa, «según los últimos estudios, sólo en el último tercio de su vida, porque antes de 1561 no hay constancia de una carta suya, Teresa escribió más de 15.000 cartas, en las que se muestra tal cual es: una testigo de Dios, que mezcla asuntos cotidianos con la presencia de Cristo; que habla con toda normalidad, de alma a alma, lo mismo con una novicia que con un obispo, con el rey o con su amiga la priora de Sevilla, porque su experiencia de Dios es incontestable e incontenible, y eso incluso se refleja en su caligrafía, vibrante y expresiva».

Del contenido, temática y destinatarios de todas estas cartas se ha ocupado el Congreso Teresiano Internacional sobre su Epistolario y Escritos Breves, que el pasado domingo se clausuró en Ávila, en el contexto del V Centenario del nacimiento de la Santa, que se celebrará entre octubre de 2014 y octubre de 2015. Un congreso en el que, además, se ha presentado Autógrafos: ubicación y contenido, reciente catálogo elaborado por el padre Álvarez y don Rafael Pascual, que localiza todos los manuscritos que nos han llegado de la Mística Doctora.

«Con sus cartas –concluye el padre Álvarez–, Teresa creó toda una agencia de comunicación, una red de relaciones sociales, que enseñan cómo buscar el encuentro con el otro, sea quien sea, para llevarle a Dios». Una precursora de la cultura del encuentro y de la Iglesia en salida, en pleno Siglo de Oro.

Al teólogo Domingo Báñez, sobre una monja a la que la santa acogió sin dote:

«Crea, padre mío, que es un deleite para mí cada vez que tomo alguna que no trae nada, sino que se toma sólo por Dios, y ver que no tienen con qué y lo habían de dejar por no poder más. Veo que me hace Dios particular merced en que sea yo medio para su remedio. Si pudiese fuesen todas así, me sería gran alegría; mas ninguna me acuerdo contentare, que la haya dejado por no tener».

Confesiones espirituales a su hermano Lorenzo de Cepeda, tras su vuelta a España desde América:

«¡Bueno anda nuestro Señor! Paréceme que quiere mostrar su grandeza en levantar gente ruin, y con tantos favores, que no sé qué más ruin que entrambos. (…) Desde antes que escribiese a vuestra merced, me han tornado los arrobamientos, y hame dado pena; porque es, cuando han sido algunas veces, en público, y así me ha acaecido en maitines. Ni basta resistir ni se puede disimular. Me querría meter no sé dónde. (…) Cuando de veras está tocada el alma de este amor de Dios, sin pena ninguna se quita el que se tiene a las criaturas, digo de arte que esté el alma atada a ningún amor. Lo que no se hace estando sin este amor de Dios; que cualquiera cosa de las criaturas, si mucho se aman, da pena, y apartarse de ellas, muy mayor. Como se apodera Dios en el alma, vala dando señorío sobre todo lo creado».

A su hermana Juana de Ahumada, le aconseja a toda prisa y le pide que le mande al convento… ¡unos pavos!

«Con vuestra merced sea el Señor. Este arriero viene por la carta cuando se quiere marchar. Así no hay lugar de decir más cosas. Piense vuestra merced, mi señora, que de una manera o de otra, los que se han de salvar, tienen trabajos, y no nos da Dios a escoger. (…) El confesarse a menudo le pido por amor de Dios y de mí. (…) Los pavos vengan, pues tiene tantos».

A su hermano Lorenzo, sobre las muchas cartas que escribe cada día

«Aquel día fueron tantas las cartas y negocios, que estuve escribiendo hasta las dos, y hízome tanto daño a la cabeza, que creo ha de ser para provecho; porque me ha mandado el dotor [el médico] que no escriba jamás sino hasta las doce, y algunas veces no de mi letra. Y cierto ha sido el trabajo escesivo, en este caso, este invierno, y tengo harta culpa; que por no estorbar la mañana, lo pagaba el dormir; y, como era después del escribir el vómito, todo se juntaba. (…) Helo dicho, porque si alguna vez viere allá vuestra merced alguna carta no de mi letra, y las suyas más breves, sepa ser esta la ocasión».

Consejos carmelitanos a la novicia Leonor de la Misericordia

«Deje a Dios con su alma y esposa, que Él dará cuenta de ella y la llevará por donde más le conviene. Y también la novedad de la vida y ejercicios parece hacer huir la paz, más después viene por junto. Ninguna pena de eso tenga. Préciese de ayudar a llevar a Dios la cruz, y no haga presa en los regalos, que es de soldados civiles querer luego el jornal. Sirva de balde, como hacen los grandes al rey. El del cielo sea [contigo]».

A Felipe II, para pedir la liberación de san Juan de la Cruz y contar los problemas de las monjas con sus confesores:

«La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra majestad, amén. Yo tengo muy creído que ha querido nuestra Señora valerse de vuestra majestad y tomarle por amparo para el remedio de su Orden, y así no puedo dejar de acudir a vuestra majestad con las cosas de ella. Por amor de nuestro Señor suplico a vuestra Majestad perdone tanto atrevimiento. (…) Puse allí en una casa [en el convento de San José, en Ávila] un fraile descalzo [san Juan de la Cruz] tan gran siervo de nuestro Señor, que las tiene bien edificadas, con otro compañero, y espantada esta ciudad del grandísimo provecho que allí ha hecho, le tienen por un santo, y en mi opinión lo es y ha sido toda su vida. (…) Y ahora un fraile [el prior de los carmelitas calzados] las ha hecho tantas molestias y tan sin orden y justicia, que están bien afligidas. (…) Hales quitado éste los confesores [san Juan y su compañero] (que dicen le han hecho vicario provincial y debe ser porque tiene más partes para hacer mártires que otros), y tiénelos presos en su monasterio, y descerrajaron las celdas (…). Tuviera por mejor que estuvieran entre moros, porque quizá tuvieran más piedad. Y este fraile tan siervo de Dios [san Juan de la Cruz] está tan flaco de lo mucho que ha padecido, que temo por su vida. Por amor de nuestro Señor, suplico a vuestra majestad mande que con brevedad le rescaten. (…) Sea Dios bendito, que los que habían de ser medio para quitar que fuese ofendido, le sean para tantos pecados, y cada día lo harán peor si vuestra majestad no manda poner remedio».