El amor cura - Alfa y Omega

El amor cura

Ayer se celebró en todo el mundo el Día mundial de prevención del suicidio, un problema creciente que en los países desarrollados constituye ya la primera causa de muerte no natural, después del aborto. ¿Qué pasa por la cabeza de una persona que ya no quiere vivir? ¿Qué puede hacer su entorno familiar y afectivo? ¿Qué podemos hacer nosotros desde la Iglesia?

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Lo primero es acudir a los servicios médicos: la Medicina es sabiduría de Dios a nuestro servicio

Cada día hay en el mundo casi 3.000 personas que deciden poner fin a su vida. Eso quiere decir que, cada 40 segundos, una persona se suicida en el mundo. Según los últimos datos publicados por la Organización Mundial de la Salud, en los últimos 45 años las tasas de suicidio han aumentado en un 60 % a nivel mundial, y se calcula que, por cada persona que consigue quitarse la vida, hay otras 20 personas que lo intentan. Paradójicamente, el mayor número de suicidios se produce en los países desarrollados -tres de cada cuatro decesos-, y las tasas entre los jóvenes han aumentado tanto que hoy son el grupo de mayor riesgo.

En España, tienen lugar hoy casi 10 suicidios diarios, y los números crecen: según datos del INE, en los últimos tres años la tasa de suicidios ha aumentado un 12 %. En nuestro país, el grupo de edad que más se suicida es el de los mayores de 70 años, y, entre los jóvenes de 15 a 30 años, es ya la primera causa de muerte. En cuanto al sexo, hay tres veces más suicidios de hombres que de mujeres, pero, por cada mujer que lo intenta, hay otras tres que no alcanzan su objetivo. Además, estas cifras podrían estar ocultando un problema mayor, pues hay bastantes accidentes inexplicables -tanto de tráfico como laborales- que podrían ser considerados como suicidios.

Al otro lado de la soledad

Sin embargo, sobre el suicidio existe un tabú más o menos aceptado socialmente, que impide abordarlo con realismo y serenidad, tanto para discernir sus causas como para proponer soluciones. Don Jesús Martínez, Director del Departamento de Pastoral de la Salud en la Conferencia Episcopal Española, observa en primer lugar lo llamativo del dato de que tres de cada cuatro suicidios se producen en Occidente: «Si lo tenemos todo, ¿por qué somos tan infelices? La alegría que vemos en otras partes del mundo no se suele ver aquí. Igual el dinero y las cosas no dan la felicidad… Esto no quiere decir que la causa de un suicidio sea siempre un vacío existencial, pero tampoco hay que descartar que este vacío esté detrás de muchos de los problemas mentales que presentan las personas que se suicidan».

En efecto, la mayoría de los suicidios presentan una enfermedad mental previa. En España, el 90 % de los suicidas tienen diagnosticada una enfermedad mental: el 50 % es depresión, alcoholismo el 25 % y psicosis el 15 %. Las fechas de Navidad son aquellas en las que se produce un mayor número de intentos suicidas, junto a otras fechas relacionadas con ámbitos afectivos: cumpleaños, aniversarios… Pero «no se puede identificar una sola causa, sino que hay que tener una perspectiva más amplia. Entre los jóvenes, por ejemplo, puede haber una incidencia importante de drogas, inmadurez para afrontar los fracasos que trae la vida, un fracaso amoroso o escolar, falta de perspectivas de futuro… Y los ancianos presentan, sobre todo, una soledad afectiva que puede llevar a muchos a plantearse esta salida». Asimismo, en España, el mayor riesgo de suicidio lo tienen, por este orden: solteros, viudos, separados, casados sin hijos y, por último, casados con hijos; lo cual hace de la soledad un factor de incidencia especialmente importante.

Venid a Mí los que estéis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré

Que no se sientan solos

Para don Jesús Martínez, «en el fondo, lo que falta es la dimensión afectiva de la vida, de sentirte parte de una familia. En España, solemos tener muchas cosas, pero vivimos más en solitario. Éste puede ser un factor a tener en cuenta a la hora de explicar y afrontar este problema; pero, si lo cuidamos, puede ser un factor de prevención. Es llamativo que el Papa esté denunciando el descarte tanto de los jóvenes como de los ancianos, y que esté pidiendo a la Iglesia hacer todo lo posible por que se sientan queridos».

Entonces, ¿cómo ayudar a quienes tienen ideas suicidas, o a aquellos que han intentado suicidarse y no lo han logrado? «De entrada -afirma don Jesús Martínez-, es necesario hablar con ellos de este tema, sin esquivarlo y sin juzgarlos; y hablar no sólo sobre sus ideas suicidas, sino sobre toda su vida; y luego plantear los valores que les mueven y los porqués para vivir. Viktor Frankl dejó escrito: Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar cualquier cómo. Por eso es necesario, en primer lugar, ayudarles en sus problemas y necesidades básicas concretas; y, segundo, ayudarles a descubrir un sentido, buscar amigos, hacer un voluntariado… Y, por supuesto, si presentan un trastorno mental, derivarlos al médico para que tenga un buen diagnóstico y un buen tratamiento. La labor de los que estamos alrededor de alguien con este problema es acompañarle para que no se sienta solo».

Un acompañamiento distinto es el que precisan los familiares de aquellas personas que han acabado con su vida. Con su experiencia en grupos de apoyo a familiares, don Jesús Martínez precisa que «hay que ayudarles a que no se sientan culpables, porque muchos se preguntan: ¿Qué he hecho yo, qué pude hace y no hice…? Es necesario ayudarles a descubrir que la causa de la muerte nunca es un familiar, sino una decisión que muchas veces no es plenamente libre ni razonada, sino que nace de un impulso. Apoyarlos, acompañarlos, dejar que expresen sus sufrimientos… Y también ayudarles a comprender y a perdonar a esa persona que se ha ido, pues hay muchos que se quejan: ¡Qué faena me ha hecho! Perdonar a ese familiar ayuda, aunque no sea fácil».

Ya han pasado aquellos días en los que la Iglesia no permitía enterrar a los suicidas en los cementerios. «Eso era un doble sufrimiento para los familiares -señala don Jesús Martínez-, porque a la pérdida del ser querido se añadía un juicio religioso severo. La actitud de un creyente ha de ser de acogida, no de juicio. No se puede evaluar a una persona por un hecho puntual final de su vida. Un suicida tiene detrás toda una vida, y siempre hay que pensar que está en manos de Dios». O sea, en las mejores manos, las del Padre de la misericordia.

La fe no es una varita mágica

«Hay curas que también se suicidan»: constata don Jesús Martínez, y es que «la fe ayuda a vivir, pero no te exime de pasar por los mismos sufrimientos y circunstancias que cualquier otra persona». El Director del Departamento de Pastoral de la Salud en la Conferencia Episcopal Española lamenta que, «a veces, tenemos un concepto de la fe un poco ilusorio: uno puede ir a Misa pero tener una fe muy pobre. La fe no es una varita mágica que te quita los problemas».

En cualquier caso, «el primer recurso es acudir a los servicios médicos. Una persona con un trastorno ha de tener una medicación, y alguien con fe tiene que acudir a ello si tiene algún problema. A mí me gusta mucho citar el libro del Eclesiástico: Hijo, cuando estés enfermo, acude al médico, porque al médico también lo creé yo, para que él, a través de las medicinas hechas con las plantas que yo he creado, te pueda curar. Porque el médico es un instrumento mío para tu curación. Es una perspectiva realista y muy sana. Nunca debemos despreciar la Medicina, porque es sabiduría de Dios puesta a nuestro servicio».

Doña Carolina Martínez, psicóloga con experiencia en el trato de personas con ideaciones suicidas, añade que «una persona vacía por dentro es terreno para que crezcan estas ideas de quitarse la vida. Cuando desaparece el sistema de creencias de una persona, esa zona trascendente no se queda vacía, sino que se genera una vivencia oscura, con sentimientos de desesperanza y de vacío». Salvo aquellos casos «que no encajan en la práctica psiquiátrica y en los que no habría que descartar una influencia demoniaca», doña Carolina defiende que, en general, «mover la zona trascendente genera que la persona tenga más deseos de vivir. Cuando les propones ir a un comedor, o entregarse de alguna manera a otras personas, cuando empiezan a regar esa zona, esas ideas suicidas remiten. Cuando alimentas esa zona trascendente, ese vacío vital se llena de contenido en la entrega a los demás y en la contemplación de lo hermoso y de lo bello. Y mirar hacia Dios es necesario también. Como decía san Agustín, nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti; porque la parte psíquica llega hasta donde llega. Todos tenemos experiencia de ello: cuando llevas tiempo sin confesarte y vives con muchas prisas, sin rezar, te sientes mal y triste; si luego haces una buena Confesión y vas a Misa, eso te da alegría. Hay que conocer nuestro corazón, y darle lo que necesita».

Lo que puede hacer la Iglesia, lo que podemos hacer nosotros. Al lado de los dolores de hoy

Internet funciona hoy como una botella en la que cada vez más jóvenes lanzan un mensaje a la desesperada. Hay blogs anónimos en los que los autores programan su suicidio, o se comparten pensamientos de este estilo. Hay rasgos comunes: muchos se sienten muy solos, después de algún suceso dramático, por acoso escolar o laboral, falta de empleo o un desengaño amoroso: ¿Sabías que me siento sola en clase? ¿Sabías que siempre finjo una sonrisa? ¿Sabías que miento cuando digo que estoy bien? ¿Sabías que los pensamientos suicidas son una cosa ordinaria para mí? ¿Sabías que soy tan inútil que ni siquiera puedo hacerme daño cuando quiero?, escribe una chica. Muchos muestran también un gran deseo de paz y de descanso, y una desesperada búsqueda de sentido: Ahora, antes de volarme los sesos, me gustaría señalar: cada pensamiento y cada emoción vuelve al problema central: la vida no tiene sentido, se puede leer.

Muchos parecen lanzar un desesperado grito pidiendo ayuda: El suicida no quiere matarse a sí mismo, sino que quiere matar al sufrimiento que habita dentro de él, se lee también. Uno incluso dice que le apena no poder ver cumplido su sueño: Haber podido tener hijos y nietos para malcriarlos… Y también aparece la amarga necesidad de un Dios al que sienten lejano: Padre nuestro, de todos nosotros, de los que te siguen y de los que en ti ya no creemos. Baja de los cielos, pues aquí esta el infierno. ¿Por qué nos has olvidado? Padre nuestro, ciego, sordo y desocupado, ¿por qué nos has abandonado?

¿Qué puede hacer la Iglesia ante este paisaje de desolación interior por el que transita el alma de tantos jóvenes? «La Iglesia -que no son sólo los obispos y los sacerdotes, sino todos los creyentes- debe presentarse, cada vez más, como una comunidad afectiva -afirma don Jesús Martínez-. Nuestra fe tiene una dimensión muy importante que es la vivencia comunitaria. No se trata de: Yo tengo a Dios y con eso me basta. Necesitamos una comunidad alrededor. La Evangelii gaudium va en esa línea. La Iglesia en Occidente se ha vuelto muy racional y se ha perdido la afectividad. Las comunidades más vivas son aquellas que se sienten queridas por su párroco, donde el párroco se siente querido por su comunidad, donde todos se sienten queridos y arropados; ahí las Misas son mucho más vivas, porque la afectividad ha sido creada por Dios. El amor cura: a esto tenemos que volver».

Esto tiene hasta una dimensión evangelizadora: «Si un joven triste pasa un día casualmente por delante de una iglesia a la salida de Misa y ve a la gente salir con cara de muermo, no se hará ninguna pregunta. Pero si salen con alegría, a lo mejor dice: ¿Qué tendrán? La fe es esperanza y alegría», añade.

Otro reto importante, según don Jesús Martínez, es que, «en tres cuartas partes del Evangelio, Jesús estaba, o curando enfermos, o viviendo el sufrimiento. Por eso nosotros tenemos que estar al lado de los dolores de hoy». Uno de los problemas más acuciantes es que «hoy padecemos un déficit de escucha. ¿Cuántos padres escuchan hoy, de verdad, a sus hijos? ¿Cuántos matrimonios se escuchan, de verdad, el uno al otro? ¿Sabemos algo de la vida del vecino de enfrente? Para muchos hoy es vergonzante todo lo que no sea alegre. ¿Cuántos reconocen que tienen problemas en su matrimonio? Queremos dar una imagen feliz a toda costa; y a los jóvenes no les permitimos fracasar. Sólo nos comunicamos lo positivo. Lo malo nos corroe por dentro y, si no sale, se queda estancado».

Por eso, es necesario, como pide el Papa Francisco, no tener miedo a la ternura. Quizá hay alguien a nuestro lado que nos necesite.

J. L. V. D.-M.