De boda en boda - Alfa y Omega

De boda en boda

Rodrigo Pinedo

Ricardo, el director de este semanario, y Cristina, la redactora que me persigue cuando me toca escribir un artículo, quizá se enfaden conmigo porque una vez más no voy a hacer honor al encabezado de esta columna –De Madrid al cielo–. En vez de ejercer de cronista de la villa y diócesis, voy a tratar uno de los temas del momento en mi entorno: el matrimonio. Literalmente, me faltan dedos de las manos para contar las bodas de gente cercana que tengo en 2016.

Aparte de bromear con que este año no voy a poder ahorrar ni un céntimo o hacer apuestas sobre quién será el próximo, me siento muy agradecido por ser un poquito partícipe de tanta felicidad. En una época en la que solo se oye hablar de divorcios y de la alergia al compromiso de los jóvenes, me encanta ver que hay veinteañeros dispuestos a echar por tierra las estadísticas y embarcarse en un proyecto de vida en común. Sé a ciencia cierta que varios tuvieron dudas a la hora de dar el paso; que a algunos les han advertido de lo arriesgado de la empresa, y que a otros tantos les han dicho que están locos, que quizá deberían esperar a tener un colchón más mullido o conocer más mundo. Pero también sé que todos han visto que quieren pasar el resto de su vida con la persona que hoy tienen a su lado y formar juntos una familia, con independencia de los problemas que puedan ir surgiendo.

El sábado pasado, dos de los primeros valientes, Ana y Ramón, me contaron una anécdota que, en cierto modo, ilustra estas ganas de caminar de la mano y sobreponerse a cualquier obstáculo. En una reunión prematrimonial les habían hecho definirse con un adjetivo que empezara por la primera letra de su nombre y habían elegido alegre y responsable. Alegría y responsabilidad, ¡qué buena receta! Imagino que casarse da algo de vértigo porque es un ejercicio de responsabilidad: uno ya no puede pensar solo en sí mismo a la hora de tomar cualquier decisión, sino que tiene que pensar en la persona que tiene a su lado y en las que puedan ir llegando. Y desde luego en esta vida todo es más fácil si uno ve el lado bueno de las cosas e intenta que aquel que tiene al lado también lo vea, compartiendo abrazos y sonrisas. Alegría y responsabilidad, dos ingredientes fundamentales en una cocina compartida… y en la de cualquier cristiano.