Jon Juaristi: «Faltan los requisitos para la transmisión del saber» - Alfa y Omega

Jon Juaristi: «Faltan los requisitos para la transmisión del saber»

Javier Alonso Sandoica
Un momento de la conversación con Javier Alonso Sandoica. Foto: Laura González Alonso

Al final de la entrevista, le reprocho a Jon Juaristi (Bilbao, 6 de marzo de 1951) su tono pesimista, pero en su recorrido biográfico es hasta cierto punto lógico que le ocurra. Percibe en las nuevas generaciones desconocimiento y desinterés por la civilización judeocristiana. Ahora toca jugar. Después de haber dirigido la Biblioteca Nacional y el Instituto Cervantes, enseña Literatura en la Universidad de Alcalá de Henares. Lleva más de cuarenta años metido en la docencia, y ahora el mundo no quiere maestros.

Jon, a propósito de los terribles acontecimientos de fin de año en Alemania, has dicho que los responsables eran terroristas islámicos dentro del colectivo de refugiados. Quizá habría que hacer bien las cosas: luchar contra el terrorismo, no caer en el fatal multiculturalismo, favorecer una decisiva integración…
Tendría que haber una discriminación más efectiva a la hora de saber quiénes entran y exigirles respeto a las reglas del juego, a la legalidad de las sociedades anfitrionas. Se ha procedido con imprudencia y con un buenismo estúpido, por haber interiorizado ese discurso progre de que todo rigor nos retrotrae a los años 30. Pero es que estamos ante una guerra sin frentes. No pueden entrar tropas sobre el terreno, los terroristas seguirán atacando en el corazón de Europa. Vemos además algo preocupante, hay una cierta organización de guerrilla urbana. Pero nos pierde el humanitarismo ciego, un sentimentalismo que sigue siendo eficaz.

Sentimentalismo que llega a todo el tejido social y se cuela hasta en política: con un bebé en el hemiciclo, con relatos ilusionantes… Por cierto, has sido muy duro con Podemos, lo has denominado movimiento siniestro que aspira a imponer «una nada paradójica anarquía totalitaria».
Porque veo a una panda de descerebrados que no tienen noción de la historia, no tienen elementos para un relato, solo cuentan con las series de la HBO para construirlo. Glucksman decía que el discurso anarquista –hacer lo que a uno le dé la gana–, es una solución tiránica y totalitaria. El principio de que «siempre hay una razón para rebelarse» es un hundimiento intelectual del progresismo europeo, acaba con cualquier tipo de planteamiento racional. Y aquí hay algo que tiene que ver con el islam.

¿En qué sentido?
En el de la desconfianza a todo planteamiento racional desde una posición fundamentalista. Ya Benedicto XVI en el discurso de Ratisbona criticó la apelación a un tipo de fe sin base racional alguna. Pero, volviendo a la política y a nuestra historia, la primera gran crisis del Estado liberal fue en el sexenio, a finales del XIX, con un sistema caótico y violento. Después hay un pacto político entre progresistas y moderados, y funcionó. La salida del fascismo en Italia fue también un pacto entre la democracia cristiana y el comunismo. En nuestro caso ocurrió ente 1978 y 2004, cuando se rompió el consenso. El bipartidismo puede funcionar si ambos son generosos para integrar todas las tendencias. Yo soy muy de Menéndez Pidal, cuando decía que hacía falta un partido de la tradición y otro de progreso para ponerse de acuerdo; lo demás son tiranías de izquierda y derecha. La libertad queda asegurada por un zócalo político que tiene que ser siempre doble.

Pero en España no parece que lleguemos a acuerdos, y en política más que buenos amigos son necesarios buenos adversarios. ¿Estamos llamados a un desacuerdo permanente, de uniones a la contra y no de proyectos comunes?
Julián Marías decía que esto es exclusivo de los españoles y que va por generaciones. Ha habido generaciones enamoradas de la violencia y otras llamadas a suspender la enemistad política.

Foto: Laura González Alonso

Hablemos de ti, del escritor, maestro, ensayista, del poeta que habló de sus raíces bilbaínas: «esta tierra feroz, feraz en curas me dio un roble, un otero y una muno».
Vengo de una familia numerosa, nacionalista y católica. Estudié en el primer colegio del Opus Dei del mundo, mi formación cristiana fue bastante sólida. Vengo también de la secularización traumática del 68 con todos los fenómenos que se incluían, como la extrema izquierda. Luego hubo un regreso al judaísmo como intuición moral. Los judíos invertimos la máxima de Los hermanos Karamazov: «Si Dios no existe, todo está permitido», en «Como es obvio que no todo está permitido, puede que haya Dios». Lo esencial es la ley, en mi caso como un enorme blindaje para evitar una concepción idolátrica de Dios y de los sacrificios humanos, porque un sacrificio no es otra cosa que un crimen.

¿Pero en qué se basa esa ley para que no sea puro positivismo? La historia del pueblo judío es una historia de alianza, de relación entre Dios y su pueblo.
Para mí la cuestión del origen de la ley no es pertinente, que sea revelada o descubierta. Me interesa la crítica a los sacrificios, a defender el gran principio del no matarás, del no derramar la sangre del prójimo. La ley es un despliegue de una normativa práctica para evitar el derramamiento de sangre.

Vayamos con las humanidades, que viven hoy en día una situación de descrédito absoluto. En un artículo reciente, hablas de un libro muy interesante de Alessandro Baricco, Los bárbaros, ensayo sobre la mutación, en el que el escritor italiano se refiere a un cambio en las letras hacia una banalización de la cultura. Dice Baricco que, con El nombre de la Rosa, la novela de Umberto Eco, «la literatura italiana, en su significado antiguo de la palabra escrita, llegó a su fin. Y algo distinto, algo bárbaro, nació».
Sí, especialmente ha ocurrido una banalización de la historia, como el caso del manuscrito misterioso, de los templarios… Hay series de televisión que también han sustituido toda referencia al pasado, como Juego de tronos. Y ahí vemos a Pablo Iglesias entregándosela al Rey para que aprenda historia política. Yo veo series porque mi hijo mayor las ve. El pequeño solo está colgado de YouTube, las nuevas generaciones ni siquiera tienen paciencia para seguir una serie. Llevo cuarenta años dando clase y creo que los requisitos que hacían posible la transmisión del saber han ido desapareciendo. Lo que hemos ganado en información lo hemos perdido en conocimiento, como decía Eliot. Hay un stock enorme en la nube a la que se puede recurrir siempre que se desee, sin que sea necesario ejercitar las tres potencias del alma. Toda invocación en la enseñanza a la memoria está fuera de juego. Tampoco puedes exigir un trabajo serio, porque los alumnos cortan y pegan. En la instrucción estamos en un caos de experimentación. Si las costuras de la universidad moderna han estallado, ¿cómo se va a transmitir el saber? Ni siquiera las series van a mantenerse como tal. Los más jóvenes se dedican a estar colgados en juegos de estrategia. En vez de ver una serie, participan en ella desde dentro, con lo cual el binomio espectador-actitud crítica ha desaparecido, ahora toca divertirse.

¿Ha desaparecido un espíritu como el de Unamuno, con su búsqueda de Dios, la necesidad de la inmortalidad del alma, un ser humano en constante búsqueda?
Evidentemente, y al mismo tiempo era un hombre al que le interesaban las ranas y el centeno. Vive la mitad de su vida en el XIX, cuando todavía había una civilización campesina y tenía cierto sentido reflexionar sobre el alma, sobre Dios. No tenemos ni siquiera la nación liberal en la que él pensaba. Unamuno es irrepetible, su figura me abruma.

¿Hay pesimismo en Juaristi?
No, sencillamente veo que Europa vive un período experimental. Tengo un amigo que es cura y rector de universidad, y me dice que lo sólido no se desvanece en el aire, siempre permanece. De acuerdo, pero las relaciones entre las cosas cambian. Es difícil la transmisión del sentido, ni siquiera es planteable el sentido de las cosas. Y hasta la figura del maestro ha quedado devaluada.

«Vengo de una familia numerosa, nacionalista y católica. Estudié en el primer colegio del Opus Dei del mundo, mi formación cristiana fue bastante sólida. Vengo también de la secularización traumática del 68 con todos los fenómenos que se incluían, como la extrema izquierda. Luego hubo un regreso al judaísmo como intuición moral. Los judíos invertimos la máxima de Los hermanos Karamazov: «Si Dios no existe, todo está permitido», en «Como es obvio que no todo está permitido, puede que haya Dios»».