Sigue a Jesucristo: «Vence el mal con el bien» - Alfa y Omega

El anuncio de Jesucristo no se puede hacer más que como nos dice el apóstol san Pablo en la Carta a los Romanos: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rom 12, 21). Descubre que este es el «arte de la Evangelización». Con este arte que Cristo te regala gratuitamente dándote su Vida y que debe dar fruto abundante, camina por el mundo. Te aseguro que lo cambiarás. Con la gracia y la fuerza que Él te da, entrega a este mundo sus obras. Hacedlo todos: niños, jóvenes, adultos y ancianos, familias, grupos, comunidades. Tenéis la oportunidad de inundar este mundo de obras bellas, compartid vuestra experiencia de fe; expresad con toda vuestra vida, utilizando cabeza, corazón y manos, el arte que da más belleza a los hombres y a la tierra en la que habitamos. Regalemos la Belleza que es Dios mismo y que se nos manifestó y reveló en Jesucristo. Hagamos ver a todos los hombres la necesidad de hacer de este mundo una gran sala de exposiciones, donde todos los hombres puedan descubrir a este Jesús del que tienen necesidad, porque todos queremos saber la verdad, el camino que hemos de seguir y de la vida que debe estar en nosotros. Ese mismo Jesús que nos dice el Evangelio que «salió de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó […] les habló mucho rato en parábolas».

El Señor siempre, en todas las situaciones y circunstancias, nos convoca y nos hace ver que somos su Iglesia. Una Iglesia que camina por este mundo y que tiene la misión de regalar la vida del Señor, tiene que saber sentarse también como Jesús y hablar a los hombres. ¿Qué nos diría hoy, en este momento, el Señor? Que nos centremos en Él y descubramos más y mejor la sencillez y la cercanía a todos sin excepción; el servicio desinteresado a las personas simple y llanamente porque son «creadas a imagen y semejanza de Dios»; la sensibilidad a los problemas y situaciones que urgen respuesta en nuestra sociedad; la convivencia construida desde el diálogo y no desde la fuerza del que más poder tiene; la paciencia incansable. Así tiene que aparecer la Iglesia, para reflejar el rostro misericordioso del Señor. Pues pone en el centro de todo lo que existe a la persona, tal y como Dios mismo la puso, protegiendo y buscando siempre que el ser humano pueda desarrollar todas las dimensiones de su existencia, sin tapar ninguna o negar el derecho a desarrollarlas; en definitiva, todo lo contrario a crear tiranías o dictaduras de unos contra otros. ¡Qué fuerza tiene la Iglesia cuando, en nombre de Jesucristo, transmite la fe con el lenguaje de la belleza, cuando comunica el valor del trabajo para todos los hombres, de la concordia y de la verdadera reconciliación en la convivencia, participando todos y contribuyendo a transformar y mejorar la sociedad!

El Señor nos enseñó que siempre tenemos que tener una doble una mirada si queremos vencer el mal a fuerza de bien:

1. Mirada hacia nosotros mismos. Déjate mirar por el Señor, mírate como Él te mira: Dejemos que nos hable Jesús, como habló a aquellas gentes desde la barca, en parábolas. Dejemos que el Señor se meta hasta el fondo de nuestro corazón. Pensemos cómo quiere llegar y desea sembrar su Vida en cada uno de nosotros para que así seamos testigos de Él en medio de los hombres. Tengamos una mirada hacia nosotros mismos, la que nos da Jesucristo: el Señor que salió a sembrar, y pasó a mi lado y derramó su Vida en mí. Soy cristiano por gracia de Dios. Soy un milagro de Dios. Porque milagro es saberse hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Milagro es saber para que estamos en la vida. Milagro es saber el sentido que tiene nuestra vida. Milagro es sentir la mano del Señor que coge mi mano y me dice levántate. Milagro es saber que el Señor me dice coge de la mano a tu hermano, nunca lo abandones, nunca le respondas con una mirada inquisitorial aunque él te la dé a ti. El Señor se fijó en nosotros y nos regaló su existencia. Somos regalo de Dios, tenemos su Vida.

2. Mirada hacia todos los hombres. Mira a los demás con la misma mirada del Señor: La Vida del Señor en nosotros nos hace ver todo de una manera nueva, con la novedad que Dios te regala para ver tu vida, la de los demás y todo lo que existe. Sin embargo, no siempre hemos cultivado bien esa mirada. No siempre hemos sido testigos cualificados de la misma. ¿Qué situaciones podemos vivir de incoherencia de nuestra fe y de una mirada que no es la de Jesucristo?: 1) Mirando a los demás como esclavos de mis propios intereses. Utilizando mal la libertad, pues desde esa libertad que nos da el Señor para acoger su Vida y que dé fruto y belleza a los demás, nos hemos entretenido en otras cosas que aparentemente nos llenaban más, pero que dejaban más vacíos de su dignidad a quienes teníamos a nuestro lado; 2) Mirando superficialmente la existencia de los otros y no reconociendo todos y cada uno de los derechos de la persona humana, que tan maravillosamente han sido revelados por Jesucristo; 3) Mirando a los demás creyéndome yo dios, poniendo mi razón y mis razones por encima de todo. Es la seducción que hace que desaparezca de mi vida el reconocimiento del otro como alguien único e irrepetible, que a la larga llena nuestra vida de angustia y de infelicidad, entre otras cosas porque no doy vida sino muerte.

Vence el mal con el bien. Ten siempre una mirada como la de Jesucristo hacia todos los hombres. Para ello, si vale esta comparación, queramos ser como la luna, que no tiene luz propia, pero refleja la luz que le viene de otro y da luz. Para vencer el mal con bien, déjate invadir del Bien, de la Belleza Suprema, y regala a todos los que te rodeen la luz del Señor. No tenemos luz propia, pero el Señor nos ha regalado la suya. Y esa Luz es la que queremos dar. ¡Qué maravilla mirar con la mirada de Jesucristo y que reconozcan su dignidad, hablar con un lenguaje que todos entiendan y que descubran el arte verdadero que solamente comunica Jesucristo! Quien tiene la mirada, el lenguaje, la vida del Señor, deja de pensar en sí mismo. Lo importante en su vida ya no es él, son los otros y todos. No ahoguemos ese yo que el Señor puso en nuestra vida, que es su mismo ser. No ahoguemos el yo por el . Muchos hombres y mujeres de la tierra desconocen el yo porque no conocen a Jesucristo. Y entonces aparece la gran enfermedad: mi vida para mí, mis gustos, mis preocupaciones, lo mío… Es un mí que siempre es muerte, desolación, tristeza, angustia, desesperanza, desilusión, desentenderse de todos los demás.

¡Qué maravillosa es la vida vivida con el Arte y la Belleza que nos ha regalado gratuitamente el Señor! ¿Qué será de una persona a la que nadie miró con la mirada de Jesucristo, a la que nadie dijo que era amada y que era fruto del amor de Dios? El anuncio de Jesucristo no es cuestión secundaria. Él me abre a todos los demás y, cuanto más me encuentro con Él, más apertura tengo. El encuentro con Jesucristo no es secundario. Regalemos la semilla. Salgamos a sembrar. Hagámoslo con el lenguaje que entienden todos los hombres. Comuniquemos la Buena Noticia, el gran amor y pasión del Señor por el ser humano.