En la Iglesia nadie es extranjero - Alfa y Omega

En un momento de extensión de la movilidad humana aún no hemos conseguido que nuestras comunidades cristianas sean un hogar habitable para quienes vienen de otros países. En nuestras parroquias seguimos utilizando el lenguaje ellos/nosotros y hay una brecha difusa que dificulta la integración eclesial de los inmigrantes. Bastantes de los niños que celebran la Primera Comunión son de procedencia extranjera, lo mismo que buena parte de la población joven. Sin embargo, no es habitual encontrar una parroquia en la que los catequistas o los miembros del Consejo Pastoral sean personas venidas de otros países. Ciertamente, las comunidades cristianas somos mucho más cerradas de lo que solemos pensar. Necesitamos abrirnos y recrear una identidad que se configura siempre en interrelación con los otros. El Papa, en su mensaje de este año, nos interpela señalando que los forasteros «amenazan la tranquilidad tradicional» de nuestras parroquias: somos convocadas en el Año de la Misericordia a practicar la cultura del encuentro y de la hospitalidad. Urge que revisemos nuestras prácticas pastorales y que nos empeñemos en otorgar a los hermanos inmigrantes el lugar central que les corresponde. Que la experiencia comunitaria cristiana ayude a recomponer la propia identidad, a celebrarla y a desplegar la plenitud de derechos y deberes en la tierra de acogida. La Iglesia ha de ser un hogar de puertas abiertas que invita a superar la visión asistencialista de las migraciones: incluso los ponemos al final de las peticiones, tras una letanía de situaciones de exclusión. Eso más que incluir, estigmatiza. Las hermanas y hermanos inmigrantes no son un problema sino una riqueza inmensa que rejuvenece. Finalmente, Francisco no se olvida de la emergencia que suponen los refugiados de hecho y de derecho. En España se han creado solo 50 plazas para realojarlos… ¡de un compromiso de 9.360! A pesar de la presión social, solo han sido reubicados ¡18 asilados provenientes de Italia! Como señala el Papa, «acoger al otro es acoger a Dios en persona» y ello siempre es fuente de esperanza y alegría. Por eso, quizá, nuestra sociedad anda tan falta de las dos.