25 años compartiendo la vida con los últimos - Alfa y Omega

25 años compartiendo la vida con los últimos

Varios jóvenes de Aranjuez (Madrid) consagraron hace 25 años su vida a los enfermos de sida. En las tres casas de Basida viven hoy también personas con adicciones o mujeres maltratadas

María Martínez López
José María Avendaño, vicario general de Getafe, celebra la Eucaristía del 25º aniversario de Basida Aranjuez. Foto: Basida

«En verano de 1990, nos fuimos de vacaciones y ya no volvimos». Cristina Alonso se refiere a los jóvenes de la Renovación Carismática de la parroquia de San Antonio, de Aranjuez. En ese grupo «entendimos que el Evangelio tiene que marcar un estilo de vida que pasa por no ser indiferente al dolor de tu hermano. Con 15 años, surgió la idea de hacer un proyecto de vida común para ayudar a gente con problemas».

Sus padres pensaban que «ya se nos pasaría». Pero no se les pasó. Los doce chicos crecieron y eligieron carreras acordes a su sueño: educación social, como Cristina; o psicología, profesiones sanitarias… No sabían a quién dedicarse, pero sí que tenía que ser a «los más desfavorecidos».

Por esa época, llegó a España «la lepra del siglo XX», el sida. En 1984 hubo doce muertes, 1.378 en 1989, y en 1995 se alcanzó el pico: 5.857. Los jóvenes de San Antonio vieron en esta pandemia «un signo del amor de Dios, la señal de que teníamos que dedicarnos a eso», recuerda Cristina. Cuando hubo que bautizar su asociación, le pusieron de nombre Basida. No por la enfermedad; en realidad, significa Buscadores Ansiosos de Signos de Amor.

En las vacaciones de 1990, los jóvenes –ya universitarios o licenciados– vieron que era el momento de arrancar. Los primeros meses vivieron en casa prestadas. «Nuestra idea era convivir un tiempo sin acoger a nadie para ver si daba de sí lo de la comunidad de vida –recuerda la educadora social–. Pero Dios tenía otros planes. Unas hijas de la Caridad nos hablaron de un preso, terminal de sida. Le habían ofrecido morir fuera de la cárcel, pero no tenía a nadie». Rezaron, y «dijimos que adelante. Así llegó Julián. En una semana teníamos a otros cuatro»… y los vecinos no los querían.

Les pusieron fecha para dejar el cortijo que habían alquilado en la pedanía de Alpajés: el 15 de diciembre. Salieron adelante porque «la Providencia es real». En unas semanas, encontraron una finca en Aranjuez, les donaron 14 millones de pesetas para la entrada, se mudaron… «y en dos años habíamos pagado el resto». Ahora, tienen otros dos hogares de acogida, en Manzanares (Ciudad Real) y Navahondilla (Ávila). Hace poco, en la misma fecha que pudo haber marcado su desaparición, celebraron su 25º aniversario.

Alas para volar alto

Julián, el primer residente de Basida, murió solo unas semanas después de llegar a Aranjuez. Delante de un mural con fotos de los primeros años, Cristina cuenta que «la inmensa mayoría de estos residentes había muerto en 1995», un año antes de que empezaran a usarse los cócteles de antirretrovirales. Acompañarlos es parte de su misión: «Los residentes llegan con las alas rotas por la vida, y nosotros se las restablecemos. A unos, para salir fuera y reinsertarse; a otros, para volar al encuentro del Padre». Estos 275 que volaron murieron sin dolor, acompañados 24 horas al día, y habiendo saldado cuentas pendientes y pedido perdón a los suyos.

«¿Cómo te metes en eso?»

Los primeros años «fueron muy difíciles», sobre todo por la incomprensión de sus familias y de algunas personas de la Iglesia. «La gente tenía pánico al sida. Yo he visto cómo en el hospital», al ver que se trataba de esta enfermedad, «todos desaparecían».

El estigma continuaba en 1997, cuando Chon entró como voluntaria. «Mi marido y mis hijos me decían que cómo me metía en esto, que les podía contagiar a ellos». Ella no cedió, y ahora pasa allí dos días completos por semana. «Creo que Dios me ha puesto aquí para algo –comparte–. Esto me ha ayudado a ver de una forma totalmente distinta a Dios. Esto es Evangelio vivo: amar a Dios primero, y luego a los hermanos». Quizá por eso, desde que en 1991 se creó la diócesis de Getafe, a la que pertenece Aranjuez, han contado con el apoyo de sus obispos. «Monseñor Golfín enseguida empezó a venir –recuerda Cristina–, y don Joaquín, su sucesor, heredó ese cariño. Nunca nos ha fallado».

El sida hoy no asusta ya tanto. Con la cronificación de la enfermedad, muchos enfermos ya no necesitan la atención que ofrece Basida. Pero la asociación sigue acogiendo a personas con VIH unido a adicciones. También acogen a mayores sin familia; a mujeres con alguna adicción y problemas de maltrato; a personas en riesgo de exclusión y con enfermedades terminales o mentales, o con discapacidad (los peques). En total, son 80 residentes entre las tres casas; y 1.200 en estos 25 años. Los 18 miembros de la comunidad de vida conviven con ellos compartiéndolo todo, y de forma totalmente gratuita, al igual que 57 voluntarios a tiempo completo.

Miembros y residentes de Basida, durante una celebración en 1992. Foto: Basida

«Hola, ¿cómo estás?»

Además, hay otros 103 a tiempo parcial, como Chon. Ha aprendido que «lo fundamental es el cariño. Puedes estar un día entero en el ropero, pero si se acerca un residente y no le dices “Hola, cariño, ¿cómo estás?”, no vamos a ninguna parte». Cristina ratifica que el cariño es «la mejor medicina. El hecho de que vivamos aquí con ellos genera un vínculo afectivo muy fuerte, que nos da autoridad» incluso frente a los casos más difíciles. En 25 años con expresidiarios y drogadictos, «nunca hemos tenido un problema grave. No sabes cómo cambian. Aquí recuperan las ganas de vivir, se abren, y sanan por dentro y por fuera».

Cada día por la mañana, en las casas de Basida, todos comparten el trabajo, que para los residentes es también formación laboral. Por la tarde, hay actividades terapéuticas: teatro, revista, deportes, prevención de recaídas… En medio de este ritmo, la capilla está siempre abierta. Hay Laudes, oración personal, Eucaristía… En la parte de atrás, el cuadro El retorno del hijo pródigo preside el rincón del perdón. «Aquí, la religión no es un requisito, pero sí una oferta más. En esa capilla ha habido mucha oración, y ha cambiado mucha gente. Encontrar a alguien que los quiere así les cuestiona mucho. En todo momento dejamos claro que el sentido de Basida es la fe. Nosotros –puntualiza Cristina–no dejamos todo porque éramos solidarios, sino porque estábamos enamorados de Jesús y de su Evangelio».

Un mundo nuevo

Hay momentos en la vida en los que uno se plantea qué es lo que quiere. Momentos en los que se te ofrece la posibilidad de dar un vuelco hacia lo que tu alma anhela, o dejarte llevar por las modas y maneras de vivir de tu entorno. Con 25 años, y después de varias idas y venidas dejándome llevar, todo aquello que había soñado y anhelado desde mi adolescencia se vino abajo. Todo lo que el mundo me ofrecía carecía de valor y sentido: familia, pareja, estudios, carrera, aficiones… todo desapareció.

Recuerdo que entonces −era el Año Nuevo de 1992− apareció en mi horizonte Basida. Les había conocido el verano anterior y la fuerza y alegría que irradiaban me sedujo, pero tenía otros planes y pasé de largo. Esta vez era distinto. Necesitaba dar un sentido trascendente a mi vida, así que tras muchos miedos y dudas me decidí. Me acerqué a Aranjuez para conocerlos, y entonces todo cambió. Un mundo nuevo se abrió ante mí. Ya no era echar unas horas a la semana colaborando con un proyecto del barrio, era compartir todos los momentos del día con los desheredados; ya no era asistir a Misa los domingos, era comenzar y terminar el día dando gracias, celebrando y cantando el privilegio de estar vivos; ya no era llegar a casa y desconectar, era vivir cada minuto aprendiendo el valor de una sonrisa, de una mirada cómplice, de un estar disponible y cercano a quien te necesita para caminar, para charlar, para desahogarse, para despedirse…; había entrado en la Vida, y la dicha y el Amor ya no se apartarían de mi lado.

Rafael
Basida Navahondilla

«Todos los días ves a Dios»

Foto: María Pazos Carretero

Mary Carmen llegó a Basida hace cuatro años, con dos hijos –una chica de 13 años y un chico de 6–, para superar el alcoholismo, huir del maltrato de su marido y «poder salir adelante. Lo más fácil ha sido dejar el alcohol, porque para mí era solamente una vía de escape en un momento de depresión. No supe hacerlo mejor. Lo más difícil son las secuelas psicológicas. Todavía no las he superado del todo, pero no tengo prisa. Tengo dos niños que dependen de mí, y tengo que hacer las cosas bien». Entre otras responsabilidades, ayuda en la lavandería. Además, ella y sus hijos reciben tratamiento psicológico en Madrid. La chica «se ha recuperado bastante, ha vuelto a sonreír. Está estudiando Auxiliar de Enfermería en los Hermanos de San Juan de Dios de Ciempozuelos –cuenta, orgullosa–. El niño va al colegio a Aranjuez y sigue jugando al fútbol», que le encanta.

Foto: María Pazos Carretero

Juan Antonio (Juanan) estaba recuperándose de su adicción a la heroína en una comunidad terapéutica de Bilbao cuando, en 1999, un miembro de Basida fue a darles una conferencia. «Me quedé enamorado, sobre todo por la atención que tenían con los peques, las personas dependientes. Decidí venir como voluntario cuando saliera» de la comunidad de Bilbao. Al final ingresó como residente, porque «tuve una recaída. Pero da igual, porque aquí todos somos iguales». Los miembros de la comunidad «te dan pautas, pero eres tú el que tienes que salir. Y está El de Arriba, que ayuda mucho». Juanan ha dejado la comunidad dos veces para intentar reinsertarse fuera, «pero algo no cuadraba. Siempre he dicho que era El de Arriba diciéndome que me quería aquí». Los últimos años ha estado como voluntario a tiempo completo, y se está preparando para entrar en la comunidad de vida. Entre otras cosas, está al frente de la cocina. «Lo que recibes, tienes que darlo. Aquí todos los días ves el amor de Dios en algo, aunque sea cortando pimientos», dice, cuchillo en mano.