Oración ante el sepulcro de la santa, en el IV Centenario de su muerte - Alfa y Omega

Oración ante el sepulcro de la santa, en el IV Centenario de su muerte

Durante todo el recorrido teresiano de Juan Pablo II, en su primer viaje a España en 1982, el Santo Padre no sólo habló de la mística abulense, sino que también habló con ella. Así lo hizo en Alba de Tormes, en el Acto de Clausura del IV Centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús, cuando dirigió un discurso-oración en el que el Pontífice pedía la intercesión de la santa española ante Dios, con estas palabras que reproducimos de forma íntegra:

Redacción
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Mis queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas de Santa Teresa:

1. Nos hallamos congregados junto al sepulcro que guarda, como precioso tesoro, las insignes reliquias del cuerpo de Santa Teresa de Jesús.

Al clausurar solemnemente este IV centenario, abierto hace un año por el cardenal Enviado especial mío, quiero que mis palabras sean una evocación y una plegaria dirigida a Teresa de Jesús, presente entre nosotros en la comunión de los santos.

«Una muerte de amor»

2. Ante todo, la evocación de aquella muerte gloriosa.

¡Teresa de Jesús! Quiero recordar las palabras de los últimos instantes de tu vida:

La humilde confesión de tus faltas: «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies» (Un corazón contrito y humillado, Dios no los desprecia), (Ps 50, 19).

La exhortación a tus hijas a mantener intacta tu herencia espiritual, la fidelidad al carisma.

El deseo de ver a Dios: «Señor mío, tiempo es ya que nos juntemos; ya es tiempo de caminar».

La gozosa profesión de fe: «En fin, Señor, soy hija de la Iglesia».

Entregaste tu vida al Señor, envuelta en el cariño maternal de esa Iglesia de la que te sentías hija: con la gracia del sacramento de la penitencia, el viático de la Eucaristía, la santa unción de los enfermos.

Fue la tuya una muerte de amor, como bien expresó San Juan de la Cruz: «Consumida por la llama de amor viva, se rompió la tela del dulce encuentro con Dios» (San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, 1, 29-30).

«Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió… y que vive en ella Cristo» (Santa Teresa, Castillo interior, VII, 1, 3).

«¡Se han cumplido tus deseos de servir al Señor!»

3. Vives con Cristo en la gloria y estás presente en la Iglesia, caminando con ella por los senderos de los hombres.

En tus escritos plasmaste tu voz y tu alma. En tu familia religiosa perpetúas tu espíritu. Nos has dejado como lección la amistad con Cristo. Nos has legado como testamento el amor y servicio a la Iglesia. «¡Dichosas vidas -como la tuya- que en esto se acabaren!» (Vida, 40, 15).

Tu patria es España, pero todo el mundo es hoy tu hogar, donde habitan tus hijas y tus hijos, donde hablas desde las páginas de tus libros.

Eres mensajera de Cristo. Eres palabra universal de experiencia de Dios. Tu vivo lenguaje castellano ha sido traducido en muchos idiomas. Tus autógrafos se han multiplicado en ediciones sin fin. Has entrado en la cultura religiosa de la humanidad. Estás presente, honrando a la Iglesia, en la literatura universal.

¡Se han cumplido, Teresa, tus deseos de servir al Señor sin límites de tiempo ni de espacio, hasta el día de la venida gloriosa de Jesús!

Te pido…, te ruego…, bendice…

4. Suba ahora hasta el Padre, por intercesión tuya, Teresa de Jesús, la ardiente plegaria del Papa peregrino.

Te pido por la Iglesia nuestra Madre: «No ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia» (Camino de perfección, 35, 5).

Intercede por su extensión evangelizadora y por su santidad, por sus pastores, sus teólogos y ministros, por los hombres y mujeres que han consagrado a Cristo, por los fieles de la familia de Dios.

Te ruego por un mundo en paz, sin guerras fratricidas como las que herían tu corazón.

Descubre a todos los cristianos el mundo interior del alma, tesoro escondido dentro de nosotros, castillo luminoso de Dios. Haz que el mundo exterior conserve la huella del Creador y sea libro abierto que nos habla de Dios (Santa Teresa, Vida, 9, 5).

Acoge mi súplica por las almas que alaban a Dios con sosiego, por los que han recibido la gran dignidad de ser amigos de Dios, por los que buscan a Dios en tinieblas, para que se les revele la Luz que es Cristo.

Bendice a los que buscan el entendimiento y la armonía, a los que promueven la hermandad y la solidaridad, porque «es menester hacerse espaldas unos a otros» y «crece la caridad con ser comunicada» (Ibid. 7, 22).

Protege a los hombres del mar y del campo, a los que trabajan y a los que dan trabajo, a los ancianos que en ti encuentran un modelo de sabiduría y de incansable creatividad.

Bendice a las familias, a los jóvenes, a los niños. Que encuentren un mundo de paz y libertad, digno de hombres llamados a la comunión con Dios, donde puedan cultivarse esas virtudes humanas que tú llevaste al esplendor de la santidad cristiana: la verdad y la justicia, la fortaleza y el afabilidad, la simpatía y el agradecimiento.

Pongo en tus manos la causa de los pobres que tú tanto amaste. Haz que se cumplan tus ideales de justicia en una fraterna comunión de bienes: porque todos los bienes son de Dios y El los reparte a algunos como administradores suyos, para que los compartan con los pobres (Pensamientos sobre el amor de Dios, 2, 8).

Intercede por los enfermos, objeto de tus cuidados hasta el fin de tus días. Ayuda a los desvalidos, a los marginados, a los oprimidos, para que en ellos se respete y honre la morada de Dios, su imagen y semejanza.

«¡Teresa de Jesús, escucha mi oración!»

5. ¡Teresa de Jesús, que sigues viviendo en esta tierra de España! Te pido por todos sus pueblos. Haz que vivan la riqueza de sus valores culturales en espíritu de fraterna y solidaria comunicación.

A ti que eres amiga de Dios y de los hombres, y con tus escritos abres caminos de unidad, te encomiendo la unidad de la Iglesia y de la familia humana: Entre los cristianos de diversas confesiones, entre miembros de diversas religiones, entre hombres de diferentes culturas. Que todos se sientan como tú los sentías: «hijos de Dios y hermanos» (Santa Teresa, Castillo interior, V, 2, 11).

Haz que se cumpla tu oración y tu palabra de esperanza, escrita en el Castillo interior (Ibid. VII, 2, 7-8).

«Orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus Apóstoles, dijo que fuesen una cosa con el Padre y con El, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El (Io. 17, 21). ¡No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también». Haz que todos lleguemos donde tú llegaste: hasta la comunión con la Trinidad, «donde nuestra imagen está esculpida» (Santa Teresa, Castillo interior, VII, 2, 7-8).

¡Teresa de Jesús, escucha mi oración! Suba hasta el trono de la sabiduría de Dios la acción de gracias de la Iglesia, por lo que has sido y has hecho, por lo que todavía harás en el Pueblo de Dios que te honra como Doctora y Maestra espiritual. Quiero hacerlo con tus mismas palabras de alabanza y bendición: «¡Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito! Amén. Amén» (Ibid. 4).