«Río de miseria, océano de misericordia» - Alfa y Omega

«Río de miseria, océano de misericordia»

No hay que ser ilusos, advirtió Francisco al recibir 2016. Con el año nuevo «no cambiará todo», y «los problemas de ayer permanecerán también mañana». Para superarlos se necesita «abrir el corazón» y vencer la indiferencia

Andrés Beltramo Álvarez
Primera Misa del año en la basílica de San Pedro. Foto: CNS

La paz se conquista. Para el Papa cada día tiene lugar una «lucha» en el corazón de cada uno. Un combate sin tregua entre el bien y el mal, entre el amor y la indiferencia. La batalla más importante de todas. Porque no solo la guerra es enemiga de la convivencia fraterna. Lo es, sobre todo, la indiferencia que genera egoísmo y barreras, sospechas, miedos y cerrazones.

Por eso, para Francisco, la verdadera paz nace del combate a esa indiferencia. Personal y social. Así lo asentó en su primer gran mensaje del 2016, su reflexión con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de título más que explícito: Vence la indiferencia, conquista la paz. Ese mismo mensaje Jorge Mario Bergoglio lo retomó durante su primera Misa del año, la mañana del 1 de enero en la basílica de San Pedro.

En la solemnidad de María Madre de Dios y ante miembros de la Curia Romana, eclesiásticos, diplomáticos y fieles en general reflexionó sobre «el misterio» del nacimiento de Jesús que, según las Escrituras, marcó «la plenitud de los tiempos». Y constató que esa plenitud contrasta con la «dramática experiencia histórica». Cada día, insistió, se ven signos opuestos, negativos, múltiples formas de injusticia y de violencia que hieren cotidianamente la humanidad.

«A veces nos preguntamos: ¿cómo es posible que perdure la vejación del hombre sobre el hombre; que la arrogancia del más fuerte continúe humillando al más débil, relegándolo a los márgenes más escuálidos de nuestro mundo? ¿Hasta cuándo la maldad humana sembrará sobre la tierra violencia y odio, víctimas inocentes? ¿Cómo puede ser el tiempo de la plenitud aquel que pone ante nuestros ojos multitudes de hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar la vida con tal de ver respetados sus derechos fundamentales?».

En un ejercicio de respuesta, el Papa afirmó que existe en el mundo un «río de miseria, alimentado por el pecado», que parece contradecir la plenitud del tiempo de Cristo, y aseguró que hasta los niños se dan cuenta de esto. Francisco hacía referencia a los niños porque, un día antes, en la mañana del 31 de diciembre, se reunió y conversó con niños, unos 6.000 cantores que participaron en una audiencia multitudinaria en el Aula Pablo VI del Vaticano. Varios de ellos le hicieron preguntas y el Papa respondió improvisando.

Uno de los pequeños le preguntó por qué existe tanto mal en el mundo y si hay espacio para una esperanza de cambio. Francisco no dio una respuesta previsible. Por un lado, lanzó una cortante crítica a la sociedad y a los medios de comunicación, y aseguró que la gente parece más atraída por las malas noticias y, por eso, la buena prensa resulta escasa.

«Existe mucha gente santa pero no se ve en la televisión porque eso no tiene audiencia, no tiene publicidad. Si quieres tener audiencia periodística, en televisión, muestra solo las cosas feas. De las cosas buenas la gente se aburre o no se saben presentar, hacerlas ver bien», señaló.

Y por otro lado, pidió a los niños no dejarse engañar, porque la humanidad está plagada de bondad. Solidaridad por doquier. Como dijo en la Misa del 1 de enero: «un océano de misericordia». Una metáfora que usó para ilustrar la verdadera magnitud del bien, ante el «río de miseria».

«Dios no promete cambios mágicos»

Francisco advirtió de que todos están llamados a «sumergirse» y «dejarse regenerar» por ese océano para vencer la indiferencia que impide la solidaridad. Porque en esa lucha interior de cada uno no es posible permanecer inermes. Es necesario salir de la «falsa neutralidad» que «obstruye el compartir».

El Pontífice abordó también estos temas en su primera bendición con el Ángelus de 2016 el mismo 1 de enero. Al mediodía, asomado a la ventana de su estudio personal en el Palacio Apostólico del Vaticano, descolocó a la multitud congregada en la plaza de San Pedro cuando llamó a no ser ilusos, porque con el año nuevo «no cambiará todo», mientras «muchos problemas de ayer permanecerán también mañana».

El Papa reconoció que es muy bello felicitarse porque es signo de esperanza que anima e invita a creer en la vida, en que las cosas puedan ser un poco mejor. Pero advirtió de que «Dios no promete cambios mágicos» ni «usa la varita mágica», sino que «ama cambiar la realidad desde adentro, con paciencia y amor». Por eso «pide entrar con delicadeza» en la vida de las personas.

De ahí que el Santo Padre prefiriera felicitar a la multitud con una «esperanza real» y les deseara «que el Señor haga resplandecer su rostro» sobre ellos, porque –insistió– descubrir su rostro «vuelve a la vida».

Y retomó la crítica a los medios de comunicación que anestesian con infinitas informaciones que sumergen todos los días a las mujeres y los hombres, pero los distraen de la realidad, «del hermano y de la hermana que tienen necesidad de uno». Para Francisco ahí se incuba la indiferencia, tan enemiga de la paz. Por eso instó a «abrir el corazón». Porque la caridad más profunda es la única forma de combatir esa indiferencia. Porque despertar la atención por el prójimo es el único camino para conquistar la paz, de verdad.