Ancléame en tu mar - Alfa y Omega

Ancléame en tu mar

Javier Alonso Sandoica

Cuando uno es muy joven, lee casi sin darse cuenta, y sin querer aparecen en su regazo libros muy diversos que los amigos le andan poniendo, como el fruto que cae después de sacudir muchas conversaciones. Yo empecé muy pronto con Blas de Otero, y también con León Felipe: tenía 16 años. Alguien, no recuerdo quién, me regaló Ancia, ese par de poemarios del de Bilbao, configurado por Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia. Era la primera vez que oía unos versos tan desgarrados, como grumos que no guardan reposo, dirigidos a Dios. No sabía nada de la ideología de su autor, ni quién era, ni sus gustos; sabía de él sólo por aquellos versos dichos tan en posición de deriva. Dámaso Alonso dejó escrito: «Todo es don de Dios, que ha querido que Otero fieramente le cantara. ¿A quién sino a Dios canta toda su poesía?». Sí, pero esa fiereza suponía una entera novedad en mí, y desde entonces me interesa esa poesía que se le dice a Dios sin brida.

Mañana, viernes 28 de junio, el poeta, que muriera en Madrid, habría cumplido años. Ya le dijo a Dios, en unos versos, que le quitara la brevedad de lo que apenas dura: «Salva, ¡oh Yavé!, mi muerte de la muerte / ancléame en tu mar, no me desames, / amor más que inmortal. Que pueda verte». Le gustaba a Otero poner a reventar las palabras, como si se las encontrara caídas o se le hubieran ensuciado. A mí me gustaba todo así de novedoso: «Seguir siguiendo, subir a contra muerte, hasta lo eterno». El poeta era pura ansia de quien no gusta de paredes que lo retengan.

Ancia se hace necesaria en estos tiempos en los que pocos se preguntan despacio por la Muerte, por Dios, por el Amor, así, todo con sus debidas mayúsculas. Pocos dedican tiempo a insinuarle a Dios lo que sienten, apenas los hay que parezcan aventurarse con Él y decirle cosas en voz alta. O jurarle, como hizo Pedro: «¡Yo jamás te dejaré!» Decía Paul Bowles que hasta el viaje ha desaparecido en nuestros días, ya sólo quedan desplazamientos, todo se ha transmutado en veloz y no queda tiempo para el sosiego y el ejercicio de la razón.

Acaba de salir, por cierto, un libro que compila la obra completa de Blas de Otero, pero la noticia que apareció el pasado sábado en el diario El País apenas señalaba nada de Ancia, y me extrañó, porque la relación de un ser humano con Dios es uno de la espejos en los que mejor podemos advertir el alma de quien se contempla. A mí, sus versos consiguen pararme en medio de la calle, algo que a su autor le hubiera gustado con creces.