Acompañar a las familias - Alfa y Omega

Acompañar a las familias

La familia es un lugar privilegiado para experimentar el significado de la palabra misericordia, el amor incondicional de Dios hacia los hombres

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Foto: REUTERS/Alessandro Bianchi

El Jubileo de las Familias ha sido el primero del Año de la Misericordia. En Roma y, simultáneamente, en todas las diócesis del mundo, las catedrales se llenaron el domingo de familias. En muchos lugares, nunca antes se había celebrado la fiesta de la Sagrada Familia con un realce similar. En Segovia, el obispo no presidía esta Misa en la catedral desde 1916. El nuevo prelado, monseñor César Franco, procede de Madrid, donde durante unos años hubo grandes celebraciones en las plazas de Colón o de Lima con presencia de obispos de otras diócesis. El formato ha cambiado, la celebración se ha descentralizado, pero la fiesta de la Sagrada Familia sigue creciendo en protagonismo.

La Jornada de este año ha servido como nexo de unión entre un 2015 protagonizado por el Sínodo de la familia y un 2016 en el que se celebra el Año de la Misericordia. La familia es un lugar privilegiado para experimentar el significado de la palabra misericordia, el amor incondicional de Dios hacia el hombre, que se refleja en la entrega de Cristo en la cruz o en la alegría desbordante del padre de la parábola del hijo pródigo. Una familia que vive según esta lógica de perdón y donación, según resaltó el domingo el Papa, hace «resplandecer las virtudes evangélicas» en el mundo, como el «espíritu de sacrificio» o la «solidaridad». Y esto es, ya en sí mismo, una forma de misión.

La familia es motivo de esperanza para la Iglesia, pero también de preocupación, debido a esa epidemia mundial de rupturas familiares que «deja al hombre a la intemperie», como destacaba el mensaje de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal. El acompañamiento a las familias es hoy, por ello, una de las grandes prioridades para la Iglesia. Ese acompañamiento, según ha pedido el Sínodo, incluye de forma especial a quienes sufren la ausencia de familia o su ruptura. Porque la Iglesia, más que defender a la familia, quiere ser ella misma familia, y esto significa acoger a todos con la ternura de una madre, empezando por los hijos en dificultades.