¿Feliciqué? - Alfa y Omega

¿Feliciqué?

Javier Alonso Sandoica

Estrenar año resulta peligroso para el filósofo de andar por casa, que se pone a dar gracias a la vida o a pedir deseos al año que comienza, como si el tiempo fuera el genio de la lámpara que concede cuanto se le pide. El tiempo solo trae un lienzo en blanco, no tiene corazón, digámoslo abiertamente, y es más despreocupado que la ballena que perseguía el capitán Ajab.

«Pido felicidad al año nuevo», dice el incauto a esa piñata de ficción que es el año nuevo. La vida es, en el fondo, como una buena novela: no se nos da toda la información desde el principio, porque aún no ha llegado. Ahora que inauguramos el lienzo de 2016, es momento de pensar en ser felices, ¿por qué no? Es la búsqueda oculta que jalea cuanto hacemos.

Muchos han asociado la felicidad a lo poco, es decir, al «con poco me conformo». El escritor Philip K. Dick escribió ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? La novela fue una bomba y Ridley Scott la adaptó libremente al cine con el famosísimo nombre de Blade Runner. Cuando el filme produjo millones de beneficios, se le ofreció a Philip que hiciera la novela de la película, una vuelta de tuerca que no gustó a su autor. «Pero Philip, es que no te enteras, te vamos a dar millones de dólares por tu nuevo libro». «¿Y para qué los quiero?, soy feliz en mi apartamento y con mis libros». Algo así fue la anécdota que me narró un amigo que lo sabe todo de la ciencia ficción. Pero en el fondo no me parece que lo poco satisfaga a toda esta alma que se nos ha dado, porque el alma es oceánica, no puede contener dos o tres especies, es omnívora, quiere ser anfitriona de todo y de todos. Yo, que soy filósofo de fin de semana, me atrevo con una teoría de la felicidad que me he puesto a improvisar esta tarde con un lápiz. Es más que probable rozar el manto de la felicidad si el hombre es capaz de desplegar cuanto de constitutivo tiene. Es decir, lo que compartimos con los demás seres vivos, los mamíferos los primeros, nos sirve de apaño para ir tirando. Comer, dormir, bostezar, estornudar, correr, darse el gustazo de arrojarse a una charca helada en verano, pues como que está bien. Pero la felicidad es abrir otros toriles: el amor y su insospechada generosidad, la autoconciencia, las dimensiones ética y estética, y el sentido religioso. Si alguna de estas puertas permanece cerrada, el hombre intuirá la felicidad de lejos, pero andará torpe con su cojera.