Newman, el corazón y la verdad - Alfa y Omega

La Fundación Maior acaba de publicar un enjundioso librito titulado John Henry Newman (Colección Acercarse), que recoge una semblanza del gran cardenal inglés trazada por Stratford Caldecott y su esposa Léonie, y sendos artículos del profesor Ricardo Aldana dedicados a profundizar en su teología. Anotemos aquí que tanto Pablo VI como Benedicto XVI han expresado públicamente su convicción de que Newman es ya, podríamos decir que «in pectore», un doctor de la Iglesia, que abrió a través de su pensamiento y de su propio testimonio de vida, algunos de los grandes caminos que la comunidad católica ha transitado en el último siglo. De ahí que el intento de acercar los rasgos esenciales de Newman al gran público, merezca ser siempre agradecida.

El perfil biográfico que nos ofrece el matrimonio Caldecott (una vez fallecido Stratford, su esposa y su hija Teresa mantienen la llama del Centre for Faith and Culture en Oxford) nos conduce a lo largo de la apasionante singladura de Newman, en la que razón y afecto se abren paso a través de grandes dificultades en busca de la verdad. Un párrafo inicial nos sumerge de manera brillante en un retrato compuesto de aparentes contradicciones: tímido pero valiente a la hora desafiar la opinión dominante; de salud frágil pero con una increíble capacidad de trabajo; radicalmente inglés pero decididamente universal; amante de la tradición pero en absoluto reaccionario; con frecuencia forzado a la soledad pero siempre en el corazón de la comunión. Y concluye con esta frase de Chesterton: «cuando cosas tan contradictorias se juntan, uno tiene que pensar que allí reside una verdad grande».

Me parece especialmente interesante la ubicación de Newman en el universo de los grandes santos y maestros de la historia católica, que los Caldecott toman de los estudios de H. U. von Balthasar. El gran teólogo suizo subraya el carácter de Newman como hombre de Iglesia, «vir ecclesiasticus», y lo compara con personajes osados y capaces de desafiar a las situaciones establecidas, al estilo de Mary Ward y Francisco Javier, pero también con grandes teólogos que mantuvieron su lucha hasta la ancianidad, como Anselmo o Gregorio de Nisa.

Newman mantuvo su pugna (como anglicano y después como católico) con el «liberalismo teológico que ya no escucha amorosa y obedientemente a Dios, sino que juzga sobre la pertinencia de su revelación». Su posición es clara: lejos de significar progreso alguno, esa postura significa envejecimiento y decrepitud. Por eso Balthasar ve también a Newman junto a aquellos que han levantado contra diversos «ablandamientos de la fe»: Ireneo contra los gnósticos, Atanasio contra los arrianos, Ignacio frente al renacimiento y la Reforma. Pero también es preciosa la imagen del Newman profeta, que introducía con su propia vida una novedad difícilmente asimilable para muchos de su tiempo. Este no contentarse con dejar las cosas como estaban, este oponerse al estrechamiento de la teología y de la doctrina, supuso un sufrimiento personal prolongado, aunque nunca condujo a Newman a la amargura ni al resentimiento.

Resulta también muy sugerente el epígrafe dedicado a situar a Newman en el contexto de la tradición del cristianismo inglés. Precisamente con su entrada en el hogar católico, Newman hará que lo mejor de la cultura ingresa vuelva a fluir por las venas de la Iglesia.

Esta apretada y lúcida semblanza lleva por título El corazón y la verdad y expresa la gran cuestión que ocupó a Newman toda su vida: el modo humano de asentir a la verdad encontrada: «la adhesión a la verdad es libre, no puede imponerse sino por el diálogo entre el corazón de Dios y el corazón del hombre (Cor ad cor loquitur). Por eso los Caldecott dedican la tercera parte de su semblanza a sintetizar la «Gramática del asentimiento religioso»», la obra más largamente madurada de Newman, en la que se despliega todo el dramatismo propio del acto libre de adhesión a la verdad cristiana. Para quienes deseen acercarse a este núcleo del pensamiento newmaniano, estas páginas pueden ser una ayuda de suficiente nivel, que requerirá, eso sí, algo de esfuerzo intelectual, ese del que con demasiada frecuencia nos sentimos banalmente dispensados.

Para quienes deseen ir un poco más allá en esa dirección, aconsejo adentrarse en la parte del texto firmada por el profesor Ricardo Aldana, del Instituto Lumen Gentium de Granada, centrada en un aspecto esencial de la enseñanza de Newman y titulada To realize, real, unreal. Aquí se nos introduce en la enseñanza de Newman sobre el acto del conocimiento (To realize), que implica la totalidad del que conoce, y que por tanto es ya un hacer libre, con todo el corazón. Aldana recorre lo que significa esta concepción del conocimiento en la Profesión real de fe, en la experiencia de la santidad y de los consejos evangélicos, y en la potente idea de sacramentalidad en la enseñanza de Newman. Concluye este recorrido subrayando que «el alegre vigor evangélico de su predicación… ha debido recorrer un largo camino permaneciendo real en la obediencia y en el sufrimiento, y siempre de nuevo en el amor católico…» To realize, para Newman, responde a mucho más que la mera traducción de estas palabras («darse cuenta»): es el acto de conocimiento de la fe cuando el amor está vivo, y gracias a él llegamos a entrar en la realidad.