El amor, sin límites - Alfa y Omega

El amor, sin límites

XXXIII Domingo del Tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías
Lo que Cristo nos da, se multiplica dándolo

La liturgia de estos días nos va introduciendo, paulatinamente, en la necesidad de la vigilancia, de la espera activa, ante el regreso del Señor al final de los tiempos. En este domingo, el evangelio de San Mateo nos presenta la parábola de los talentos. Es importante observar los personajes que aparecen y el papel que a cada uno le asigna Jesús. El primero que entra en escena es aquel que se ausenta dejando un encargo a sus empleados: representa a Cristo mismo. Él está en disposición de dejarles unos dones, unos talentos. Éstos son las cualidades naturales que poseen aquellos hombres, pero al ser Cristo quien se los entrega, simbolizan también aquellos dones que el mismo Señor Jesús nos ha dejado para hacerlos fructificar: «Esto nos dice -explica el Papa Francisco- que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción -nosotros estamos en el tiempo de la acción-, el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo» (Audiencia general: 24-4-2013).

Desde esta perspectiva, podemos valorar bien la reacción del señor cuando regresa a pasar cuentas con ellos, en especial con el que no fue capaz de aportar nada nuevo. El oyente se siente tentado a considerar justo el razonamiento del siervo e injusta, por el contrario, la pretensión del amo. Es la misma reacción que surge frente a otras parábolas; por ejemplo, en la parábola en que se habla del amo que da la misma paga a los obreros que han trabajado sólo una hora (véase Mt 20, 12), o en la parábola del hijo pródigo, cuando no se hace fiesta por el hijo que quedó en casa (véase Lc 15, 29-30).

Jesús quiebra una vez más nuestra lógica y se sitúa en la perspectiva del amor, que no sabe de cálculos, pero tampoco de miedo. Dios nos cambia el paso: por eso perdona a los pecadores, festeja la vuelta del hijo pródigo y paga a los últimos obreros como a los primeros. Y de ahí viene su exigencia a los empleados. El siervo, es decir, cada uno de nosotros, no debe poner límite a su servicio, porque el amor no tiene límites. Ni debe temer correr riesgos, porque el amor no sabe de temores. Hemos de negociar con los talentos recibidos de Dios, personalmente y como Iglesia. No importa si se han recibido muchos o pocos talentos, lo importante es que ninguno de ellos permanezca ocioso, sino que se ponga enteramente al servicio de Dios, de la Iglesia y de mis hermanos los hombres. Nadie es tan pobre que no tenga algo que dar a los demás. «Y en particular hoy -dice también el Papa-, en este período de crisis, es importante no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro». En este sentido, rico no es el que más tiene, sino el que más da, el que ofrece lo que tiene como don para los demás. Sí; lo que Cristo nos ha dado se multiplica dándolo.

Por eso, el cristiano no puede acobardarse ante el mundo y ante la vida, porque su ejercicio es el amor; porque su vida ha pasado, de las tinieblas, a la luz; él es hijo de la luz y vive en el amor y el amor es donación, el amor es valentía, el amor es entrega sincera de sí sin límites.

Evangelio / Mateo 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos, le presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Se acercó luego el que había recibido dos y dijo: Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. Su señor le dijo: Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el Banco para que, al volver, yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».