Navidad con olor a sencillez, pobreza y humildad - Alfa y Omega

En esta época de Navidad recuerdo mis comienzos en el aula en un barrio de Valencia. Los taxis no querían entrar en el barrio. Yo no lo entendía, porque se vivía muy bien allí. No había ningún exceso en los medios para vivir, pero el ambiente era de acogida y respeto.

El barrio y el colegio se fundían como espacios comunes y es verdad que de vez en cuando podía haber alguna pelea en la calle, pero muy de vez en cuando, os lo aseguro. Comprendí el miedo de algunos cuando, a raíz de una trifulca, un periódico se encargó de volver a hacer memoria de todo lo que había pasado en tiempos pretéritos. Así no hay manera de reconocer los avances y el desarrollo. El problema es que quien tiró de archivo para presentar la noticia no conocía a la gente. No conocía a Sandra, una adolescente que me enseñó que mi miedo a la falta de control en el aula le provocaba mucha tensión y por eso, solo por eso, discutíamos demasiadas veces. No me lo enseñó gritando como hacía yo por mi falta de experiencia, sino hablándome desde el corazón. Tampoco conocía a Santi, el que me ponía los pelos verdes en clase pero me dedicaba goles en el partido de los sábados. Alberto era capaz, en la primera fila del aula, de dar una colleja al de al lado y levantar las manos cual futbolista queriendo decir: «Yo no he hecho nada».

En este barrio la Navidad tenía otro olor: el de la sencillez, el de la pobreza, el de la humildad… y también el de la alegría profunda de descubrir que aquel era un lugar privilegiado para entender eso de hacerse uno de tantos, de sentirse pequeña y pobre lejos de las luces, el derroche y los cotillones.

Era la verdadera alegría de la Navidad.