Juan José Omella: «A la Iglesia le viene bien una cierta distancia de la política» - Alfa y Omega

Juan José Omella: «A la Iglesia le viene bien una cierta distancia de la política»

Monseñor Omella toma posesión este sábado como arzobispo de Barcelona. Afronta el reto «con temor y temblor», pero se le nota el entusiasmo. Turolense de 69 años, no es conciliador por táctica, sino por convencimiento, y cree que la Iglesia no debe enredarse en política para anunciar mejor a Cristo

José Antonio Méndez
Foto: María Pazos Carretero

Su pueblo, Cretas, pertenecía a la diócesis de Lérida, pero a la provincia de Teruel. ¿Teme que una parte de la Iglesia de Barcelona lo rechace por no ser catalán?
No he sentido en ningún momento rechazo. La respuesta que percibo en las cartas, en los mensajes…, es que me acogen bien. En Barcelona la gente no es sectaria, sino hospitalaria y amable. ¡Si hasta me dicen que hablo bien el catalán, aunque sé que no es así! Lo que pasa es que no puedes entrar como un elefante en una cacharrería. Yo quiero hacerme catalán con los catalanes, como me hice riojano con los riojanos y aragonés con los aragoneses. Aunque puedes ser aragonés y trabajar mal en Aragón, o llegar de fuera a Aragón y hacerlo de maravilla… Usted piense en cuántos inmigrantes hay en Barcelona. De Aragón hay muchísimos. Y también árabes y de otras nacionalidades, y son bien acogidos. ¿Cómo no va a ser bien recibido un obispo nombrado por el Papa, que viene en el nombre del Señor y que no ha buscado ser obispo?

Un predecesor suyo, el cardenal Carles, me dijo: «Donde se predica el dios-nación se deja de predicar al Dios verdadero». El nacionalismo, ¿puede llegar a ser una idolatría?
Solo Dios es Dios. La política debe estar para servir al bien común. Como pastor de la Iglesia quiero que la política busque el bien común y trate de unir a todas las fuerzas divergentes para la construcción de la sociedad, no desde el enfrentamiento sino desde la colaboración. Estamos para unir, por el bien del pueblo. Y como sacerdote, no como político, trataré de hacerlo.

Parte de la sociedad catalana quiere separarse del resto de los españoles. ¿Se puede ser católico, que significa universal, y querer segregarse de tu hermano?
[Medita la respuesta en silencio, con una sonrisa y mirando a los ojos] Mire, yo he estado en China en varias ocasiones invitado por la Iglesia nacionalista; he estado en Cuba y he vivido en Francia, en África y en Bélgica. En todos los sitios, la Iglesia tiene algo que hacer, se adapta al pueblo y con él camina, a veces con éxito, otras con fracaso, con alegría o con dolor. Lo que tenemos que hacer es anunciar a Cristo en todos los contextos. Lo demás, se lo dejamos a los políticos.

¿Conviene entonces que la Iglesia no se meta demasiado en política?
A la Iglesia le viene bien una cierta distancia de la política: caminar, orientar, ayudar, no tomar partido. Como pastor, lo que encuentre tendré que afrontarlo. A veces nos tocan gobiernos socialistas, otras del PP, otras nacionalistas, y hay peleas de todo tipo. Yo quiero trabajar con todos por el bien común.

La realidad de Barcelona es muy plural. ¿Cómo se evangeliza en un entorno multicultural?
Creo que solo se evangeliza con el amor. Yo he tenido la suerte de ser formado con los Padres Blancos, que nacieron en el mundo musulmán, y he experimentado que la cercanía da frutos. Tú eres mi hermano, lo tuyo me interesa, y si me doy desde el amor, descubrirás lo hermosa que es mi fe en Cristo, por quien me entrego a ti. Si él descubre así a Cristo, será cristiano, pero no le obligo ni le compro. Por eso es muy importante el diálogo interconfesional.

Foto: María Pazos Carretero

Muchos católicos miran a los musulmanes con recelo… Por cierto, ¿se les puede evangelizar?
Hay que partir de un principio: una cosa es el islamista y otra cosa es el musulmán. A veces creemos que todos los musulmanes son islamistas, o sea terroristas, cuando estos son señores que matan en nombre del islam pero no lo practican ni lo viven porque eso se contradice con el terrorismo. El musulmán no es terrorista, los hemos confundido y nos ponemos en una actitud defensiva ante ellos. Y cuando te pones a la defensiva o lo rechazas, él no se ofrece. Si te pones en actitud de fraternidad y cercanía, él también se te entrega.

¿No deberían ellos adaptarse a nuestras costumbres, como muchos piden?
Ellos son extranjeros que vienen a un mundo distinto, y tendríamos que abrir más el corazón para que se nos abran. San Juan de la Cruz decía: «Donde no haya amor, pon amor y hallarás amor».

Además de conocer Barcelona y sus parroquias, ¿cuáles serán sus primeras líneas de trabajo?
Hay tres cosas que llevo muy en el corazón. La primera, una pastoral que anime a no perder la esperanza, aun en las situaciones complicadas que nos toque vivir a la Iglesia, al mundo, a las familias… He sido 19 años cura rural, y en los pueblos dicen que «la esperanza es lo último que se pierde». Y es verdad, no porque lo diga el refrán, sino porque lo dice Jesucristo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». A veces, no ver los frutos del trabajo pastoral hace perder la esperanza, pero estoy seguro de que todo lo que sembramos da fruto.

Le faltan otras dos ideas…
La segunda es que hoy el Evangelio tiene que ser anunciado con alegría: Jesús ha triunfado, y cree en el ser humano, en cada uno de nosotros. A mí me da una alegría inmensa que Dios, tan grande, confíe en mí. Es algo que quiero trabajar con los jóvenes y en la pastoral vocacional, porque es el motor que enciende la vocación a la santidad y a la felicidad.

¿Y la tercera?
Nos lo dice el Papa y viene del Evangelio: la atención a los que más sufren. Hemos de dar una vuelta de tuerca para poner a los más pobres en el centro de nuestra actividad.

Fue usted durante 15 años consiliario de Manos Unidas y ha estado siempre muy vinculado a la pastoral social. ¿Qué le da el trato con los pobres?
La gente sencilla me produce una alegría inmensa. Las veces que he ido a África me llenaba de gozo su gratitud, su esperanza, la alegría de su fe. Y a la vez, me llama a una mayor fraternidad: el otro, sea quien sea, es mi hermano y tiene algo que aportarme. Eso pasa también con los pobres de mi calle. Quizás sea alguien degradado por no tener trabajo, por no tener familia o por otros problemas…, pero es un hermano, tiene corazón y tengo que acercarme a él sin paternalismos, reconociendo su dignidad y ayudando a que sea protagonista de su desarrollo.

Mientras lo dice, piensa en personas concretas, ¿verdad?
¡Claro! Desde que era cura de pueblo trato con los pobres. Hace poco me encontré con un juez de Zaragoza que empezó en el pueblo donde yo estaba de párroco, en el Bajo Aragón. Un día me llamó y me dijo: «Tengo a un chaval de tu parroquia y le vamos a tener que mandar a la cárcel, pero no quiero, porque lo van a destrozar. Vente y hablamos». En la parroquia le hicimos un gran seguimiento y al final no fue a la cárcel. La mano que le echamos el juez y el cura le hizo un bien enorme. La colaboración entre las instituciones aporta mucho.

¿La Iglesia debe evangelizar explícitamente a los pobres al ayudarlos?
Eso es algo que hemos dicho los obispos en Iglesia, servidora de los pobres. Hay pobrezas de hambre, de techo o de trabajo, y hemos de atenderlas. Pero hay muchas otras: la pobreza afectiva de quien no encuentra amor, o se le ha roto el matrimonio; la de la soledad; la de no encontrar sentido en la vida; la de no tener fe; la de desconocer una religión en la que Dios te sostiene… Jesucristo se acercó a la prostituta y al leproso, segregados de la comunidad, pero también a Nicodemo y a José de Arimatea, hombres ricos faltos de esperanza. Claro que al perro flaco todo son pulgas, y cuanto más pobre es uno materialmente, más pobrezas arrastra. Ahí tenemos que volcarnos.

A veces, en la Iglesia hay una división entre lo social y lo sacramental. ¿Se puede superar esa fractura?
Hay quien dice que la cara bonita de la Iglesia es el aspecto social, y lo demás es malo. Pues mire, no. El camino de la evangelización está clarísimo en el Evangelio y nos lo han recordado el Vaticano II y los Papas. Empieza por la oración y la liturgia: una oración y una liturgia vividas en profundidad evangelizan incluso al que no cree. Después está la formación: el diálogo que ofrece cultura. Por eso tenemos que trabajar en los medios, en la Universidad, allí donde se generan ideas, para dar razón de nuestra fe. Y tercero está la caridad, la entrega a los pobres. Los tres puntos van unidos y, si los separamos, no evangelizamos. O hacemos acción social sin Dios, o hacemos una liturgia desencarnada que no lleva al compromiso.

Un sello episcopal con la Virgen de su pueblo

La cruz pectoral y el anillo episcopal con los que llega a Barcelona no son los que monseñor Omella ha lucido en sus once años como obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño, sino un regalo de despedida de los sacerdotes riojanos. «Me llevo muy bien con los curas. Los quiero mucho», dice. Lo que no cambia es su sello episcopal, con la Virgen de su pueblo, la de la Misericordia, y su lema, tomado del Benedictus: Por la entrañable misericordia de nuestro Dios. «Desde pequeñito he aprendido a mirar a la Virgen de la Misericordia, que con los brazos abiertos acoge a todos bajo su manto. La llevo en el sello desde el 96, cuando me eligieron obispo auxiliar de Zaragoza, pero porque la llevo en el corazón. En el lema, uno la ternura de Dios con la ternura de la Madre», dice. Y ve «providencial» que al inicio del Jubileo de la Misericordia entre como arzobispo de Barcelona, «donde la patrona es la Mercé, rescatadora de cautivos».