El juego de Yalta. Cuando amarse es más que un juego - Alfa y Omega

El amor, siempre el amor… Es cierto. Mueve montañas y las despedaza, acerca amantes y los devora, eleva a las alturas y ahoga en los infiernos… El amor es, sin duda, esa fuerza telúrica a la que los poetas se han sometido y a la que todos, en mayor o menor medida, hemos rendido pleitesía.

De amor trata esta pieza maravillosa de Chéjov. En realidad está basada en el cuento La señora del perrito, uno de sus últimos relatos, y también es un texto de Brian Friel. Entre otras cosas porque –como habrán imaginado– la protagoniza una joven “señora del perrito”, Anna (María Pastor, dulce, tierna, brillante como siempre); y otro no tan joven Gurov (José Maya, todo un seductor). Al final del verano, los dos solitarios disfrutan de unas vacaciones en la costa de Yalta, Crimea. Y lo que en un principio se convierte en un juego de cortejo y seducción, terminará en un amor apasionado y doliente que ni la separación ni los encuentros podrá calmar.

Si esto les parece poco, les voy a animar con algo de ingenio, y del bueno. Es así como lo ha querido Juan Pastor, el director, quien ha conseguido hacer del escenario uno y muchos a la vez con unas imágenes poéticas y divertidas al mismo tiempo. Resulta que de pronto uno aspira el humo del tren o se hiela con la nieve de Pargolovo, a seis kilómetros de Petesburgo; uno degusta una copa de coñac al mismo tiempo que se deja empapar por las olas… Estampas al estilo costumbrista que crecen, y mucho, con la música en directo de un piano (Marisa Moro), y la voz emotiva y sensacional también –por qué no decirlo– de Noemí Irisarri. Resulta que cuando cantaba (en inglés, francés, alemán…) lo hacía mirando a los ojos al público, jugando con los actores, guiñando a su pianista. Lo que quiero decir es que por momentos los personajes se salen de la historia, o quizás es que somos los espectadores los que entramos de lleno en las tablas. Ahí está la magia. Unos y otros, entre lo real y lo irreal, bajo una neblina y el amor como testigo celebrando la risa. Unos y otros, actores y público, guardando el secreto de los amantes e incluso imaginando vidas ajenas, romances etéreos, prohibidas caricias… Todos a la espera del final del verano.

Aunque no es del todo cierto porque el verano llegó, como era de esperar. Y le sucedió el frío invierno y la diáspora y la despedida; y los amantes que se separan, y lo amantes que regresan a sus vidas, y los amantes que son incapaces de vivir la vida de otros, y… Eso es lo que sucede, ya no son los mismos. He ahí la enorme fragilidad del ser humano, del ser amante: saberse amado y separado por el yugo de lo prohibido.

Podría parecer que es un simple relato amoroso, no lo niego. Pero no se queden ahí. Se trata más bien de un canto a los sentimientos en estado puro. Un elogio a la libertad y a las emociones. Una apuesta por la vida. Porque en esencia vivir es eso, dejarse llevar para construirse poco a poco. Se trata de querer amar y ser amado. De dejarse, en suma, invadir por el amor y el buen gusto.

Las pequeñas pasiones que conoce la humanidad y que la mantienen con vida servirán de excusa a los amantes para compartir con todos el proceso emocional que late por debajo de los personajes, los que se dibujan en las páginas del cuento y la de cada uno de nosotros, los del otro lado, que frágiles por igual a veces no somos valientes para permitirnos escoger, de entre todo, la vida.

Vayan a ver la obra. Vayan a vivir la obra. Vayan a pensar la obra. Se trata más bien de una celebración del amor y de la ruina. Una fiesta de los sentimientos. Una apuesta por la certeza. La que nos redime, al fin y al cabo, que no es otra que el amor.

El juego de Yalta

★★★☆☆

Teatro:

Teatro Guindalera

Dirección:

Calle Martínez Izquierdo, 20

Metro:

Diego de León

Hasta el 10 de enero