Juan Pablo II, en el cielo - Alfa y Omega

Juan Pablo II, en el cielo

Benedicto XVI no podía esconder, el domingo, su alegría. Dos días antes, el Papa aprobó el Decreto que reconoce la curación inexplicable de Parkinson de una religiosa francesa como un milagro atribuido a la intercesión de Karol Wojtyla ante Dios. Su elevación a los altares tendrá lugar el Domingo II de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia, que este año coincide con el 1 de mayo

Jesús Colina. Roma
Juan Pablo II besa la cruz que le entrega el entonces cardenal Ratzinger, en el Via Crucis del Coliseo, el Viernes Santo de 2004

«Estamos felices!», reconoció el sucesor de Juan Pablo II ante los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, aclarando que la fecha escogida para la celebración «es muy significativa: de hecho, será el segundo domingo de Pascua, que él mismo dedicó a la Divina Misericordia, y en cuya vigilia concluyó su vida terrena», hace seis años. Con estas palabras, el Pontífice dio inicio a «una profunda preparación espiritual para este acontecimiento» en toda la Iglesia.

Acontecimiento histórico

Se trata, de hecho, de una de las decisiones más importantes de este pontificado. La beatificación es el reconocimiento formal por parte de la Iglesia de que una persona fallecida está en el Paraíso y que, por tanto, tiene la capacidad para interceder por las personas ante Dios. Por la beatificación, la persona puede ser venerada en público en una región determinada, generalmente la región que pidió su beatificación, que en este caso ha sido la diócesis de Roma. El próximo y último camino de este proceso es la canonización, por la que una persona es proclamada santa y su modelo de vida propuesto a la Iglesia universal.

Como explica Giovanni Maria Vian, quien además de director de L’Osservatore Romano es historiador, se trata de un hecho sin precedentes, pues desde que tienen lugar los procesos canónicos de beatificación, en los últimos diez siglos, nunca un Papa había elevado a la gloria de los altares a su predecesor. El único caso análogo, dada la rapidez con la que se ha celebrado el proceso, ha sido el de la Madre Teresa de Calcuta.

La fecha escogida para la beatificación ha sido propuesta por el fiel secretario de Karol Wojtyla, el cardenal Stanislaw Dziwisz, hoy arzobispo de Cracovia, quien recibió la noticia desde la ciudad polaca. «Sí, es verdad, se lo pedí al Santo Padre y le estoy profundamente agradecido por su decisión. Hay un motivo espiritual, pues toda la vida terrena del Siervo de Dios Karol Wojtyla estuvo encomendada a la Divina Misericordia», afirmaba el mismo día del anuncio. «Ahora todos estamos autorizados a dirigirnos a él para que interceda ante Dios. Yo lo hago diariamente desde el día de su muerte, y a partir de ahora lo haré con mayor intensidad».

Sus dos amigos judíos

Entre las personas más entusiasmadas por el anuncio de la próxima beatificación de Juan Pablo II, dos son judíos, que viven en Roma, y en estos días hemos podido recoger sus declaraciones. Uno de ellos es Elio Toaff, quien acogió a Juan Pablo II en la sinagoga de Roma como rabino, comenzando así una extraordinaria amistad que el mismo Pontífice recogería en su testamento. El rabino reconoce que «está claro que la beatificación es un hecho interno de la Iglesia católica. De todos modos, es un reconocimiento a un gran Papa y un gran hombre, al que yo conocí muy bien. Y esto me agrada mucho».

Jerzy Kluger, el amigo judío de infancia (era unos cuantos meses mayor que Karol Wojtyla), también está de fiesta. «Seguramente yo también estaré en la plaza de San Pedro para disfrutar de la beatificación de mi compañero de escuela».

Rigor absoluto

Si bien el proceso se ha desarrollado de manera rápida, en el Vaticano se insiste en que no ha habido excepciones en cuanto al rigor propio que exige una causa de beatificación, que compromete en primera persona la autoridad del Papa. El encargado de dar seguimiento a este dossier ha sido el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, quien aclara que sólo se han tomado dos medidas particulares en este proceso y ninguna de las dos afecta al rigor. En primer lugar, como en el caso de la Madre Teresa de Calcuta, el Papa decidió derogar la normativa vigente, según la cual, era necesario esperar cinco años después de la muerte del Siervo de Dios para comenzar el proceso de beatificación. En segundo lugar, la Congregación vaticana simplemente decidió dar preferencia a esta Causa, evitando que sus dosieres quedaran en lista de espera por el elevado número de Causas en curso. Esta segunda decisión, aclara el purpurado, se tomó al constatar que «se trataba de una Causa compartida, que recibía positivas y continuas solicitaciones por parte de todo el mundo: desde los episcopados hasta los fieles. Sin contar las frecuentísimas señalaciones de gracias atribuidas a Juan Pablo II que han seguido llegándonos». Ahora bien –deja claro el cardenal Amato–, «quiero confirmar que, más allá de las facilidades relativas a los tiempos del proceso, por lo que se refiere al proceso no se han hecho facilitaciones. ¡Al contrario!».

Esto explica precisamente el motivo por el que la beatificación tiene lugar este año y no hace ya varios meses, como algunos medios habían anunciado. Y es que la Congregación no se ha dejado llevar por el estrés y ha tomado todo el tiempo necesario para analizar científicamente el milagro y poder demostrar que la religiosa ha quedado curada de manera duradera, sin recaídas (una de las condiciones que exige el proceso).

Respondiendo a las preguntas frecuentes de los periodistas, el cardenal Amato revela que la Congregación, en el proceso, ha analizado con detalle la relación del fallecido Papa con el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, y ha podido comprobar que «Juan Pablo II no estuvo en ningún modo implicado en las vicisitudes que afectaban al lado oscuro de la personalidad en cuestión».

Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus, el pasado domingo, en que anunció la beatificación de su predecesor

Otros periodistas habían tratado de empañar la figura de Juan Pablo II por su amistad con Wanda Poltawska, famosa psiquiatra de Cracovia, a la que dirigió espiritualmente a lo largo de su vida. El cardenal Amato, sobre este caso concreto, ha explicado al semanario Famiglia Cristiana que «conocíamos esas cartas antes de que fueran publicadas y han sido analizadas atentamente: no hay sombra alguna sobre el sacerdocio de Wojtyla».

Benedicto XVI: Juan Pablo II, siempre cercano

El cardenal Joseph Ratzinger conoció al cardenal Karol Wojtyla en el precónclave de 1978, que llevaría a la elección de Juan Pablo I. Surgió entonces una amistad que marcaría ambas vidas

En una entrevista concedida a la televisión polaca, el 16 de octubre de 2005, Benedicto XVI confesaba cómo era su relación con Juan Pablo II:

«El Papa me resulta siempre cercano a través de sus textos: le oigo y le veo hablar, y puedo estar en diálogo continuo con el Santo Padre, porque con estas palabras habla siempre conmigo; conozco también el origen de muchos textos, recuerdo los diálogos que tuvimos sobre cada uno de ellos. Puedo continuar el diálogo con el Santo Padre. Naturalmente, esta cercanía a través de las palabras es una cercanía no sólo de textos sino con la persona: más allá de los textos, escucho al Papa mismo. Un hombre que va con el Señor no se aleja: cada vez siento más que un hombre que va con el Señor se acerca todavía más y siento que con el Señor está cercano a mí; en cuanto yo estoy cercano al Señor, estoy cercano al Papa y él ahora me ayuda a estar cercano al Señor y trato de entrar en su atmósfera de oración, de amor al Señor, de amor a la Virgen y me encomiendo a sus oraciones. Hay así un diálogo permanente y también un estar cerca, de una forma nueva, pero de una forma muy profunda».

Un acontecimiento universal

Con el anuncio, ahora empiezan también los preparativos de la beatificación, que según algunos congregará a más de un millón de personas –algunos dicen, dos millones–, convirtiéndose en la beatificación más numerosa de la Historia. Los obreros del Vaticano están trabajando para preparar la capilla de la Basílica de San Pedro del Vaticano, a la izquierda de la Piedad de Miguel Ángel, donde serán trasladados los restos mortales del querido Papa, para que puedan visitarse con más facilidad por parte de los fieles. Hoy día, su desnuda tumba se encuentra en las Grutas Vaticanas, y hay días que recibe más de 20 mil visitas.

El Alcalde de Roma, Gianni Alemanno, ya ha comenzado a coordinar la acogida de los peregrinos. Sólo de Polonia vendrán un número extraordinario de fieles, pues en el país no sólo se celebra el 1 de mayo, sino también el 3 de ese mes, por ser fiesta nacional. «Para todos los romanos, la beatificación del Papa Karol Wojtyla es una noticia conmovedora y excepcional», declaró el alcalde, recordando que, en el pasado, la ciudad eterna ya ha demostrado que es capaz de «responder a grandes encuentros religiosos, como el del Jubileo del año 2000 o el de los funerales del Papa. Será una gran fiesta», ha subrayado.

Los otros milagros de Juan Pablo II

Además de la curación inexplicable de Parkinson, experimentada por la religiosa francesa Marie Simon-Pierre, reconocida como un milagro por Benedicto XVI, cientos de personas en el mundo han experimentado gracias particulares atribuidas a la intercesión de Juan Pablo II. Muchos de estos testimonios han llegado, en estos años, a la postulación de la Causa de beatificación. Presentamos dos de estos milagros, no reconocidos:

Una señal divina

España, octubre, 2008. Tengo 61 años, estoy casada y soy madre de tres jóvenes universitarios. Corría el año 1992, cuando me diagnosticaron un mioma extrauterino que había que intervenir quirúrgicamente de manera urgente. El miedo a que la intervención no saliera bien y no pudiera ya seguir junto a mis tres angelitos, aún pequeños, me tenía desesperada e incierta. Mi ginecólogo me había insistido en que me presentara al día siguiente en el hospital para la operación. ¡Estaba hecha pedazos! Imploré al Espíritu Santo con todas mis fuerzas para que me mandase una señal que me indicara qué debía hacer. Era la tarde del 28 de febrero de 1992, cuando soñé que estaba en la cama del hospital, y junto a mi almohada vi el rostro de Juan Pablo II, que movía la cabeza afirmativamente, como diciendo: Sí, sí, ve. Despierta del sobresalto, le conté el sueño a mi marido, y éste me afirmó que ciertamente era una señal divina. De repente, desaparecieron mis miedos… Hice enseguida la maleta, me dirigí al hospital, y cinco días después estaba de nuevo en casa junto a mis hijos. Puedo testimoniar con esto que Juan Pablo II era ya santo antes de morir.

Rosa

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Una historia de verano

Agosto, 2005, Val Veny (Valle d’Aosta, Italia). Era más que sabido que aquellas montañas eran muy queridas de Juan Pablo II. Mientras recorría el sendero que lleva al Refugio Elisabetta, con mi mujer, hijos y amigos, pedí al Señor que dejara descender por unos momentos a Karol sobre aquel sendero inmerso en el verde, bajo el cielo azul, con las montañas nevadas alrededor. Y experimenté algo inexplicable, sentí una fuerza insólita. Desde 1994, padezco de una forma de reumatoides cuyos síntomas se manifestaban cada vez que hacía caminatas de ese tipo, o que me cansaba. Aquel año, en cambio, no sentí el cansancio en ningún momento. ¡Caminaba tan rápido que mis amigos me pedían que andará más pausadamente, y me preguntaban qué había tomado para tener toda esa energía! Todos los días mi pensamiento estaba con el Santo Padre, al que sentía hacer de pegamento entre el Padre Eterno y yo. Fue en aquellas vacaciones cuando, en los momentos de parada en los refugios de montaña, empecé a escribir el texto de algunas canciones para un musical dedicado a Karol. Nunca antes había tenido una inspiración para nada semejante. Cada vez que daba una caminata, pensando en Karol y pidiendo a Dios que lo hiciera venir a aquellos lugares…, se me llenaba de gozo el corazón… Un día, con el grupo de amigos, conseguimos llegar a un refugio. Almorzamos allí. Descansamos alrededor de una hora, para gustar las maravillas que se presentaban ante nuestros ojos. Finalmente, emprendimos el camino de vuelta, y fue entonces cuando sufrí una torcedura de pie. Un dolor atroz. Llevaba en la mochila una venda elástica, y con ella me sujeté el tobillo. Nos quedaban más de tres horas de marcha a pie antes de llegar a los coches. Decidí caminar a paso rápido, para sacar ventaja. Mi hijo vino conmigo, mientras los demás proseguían a paso normal. Pedía ayuda a Karol… Llegado a un cierto punto, me sentí ligero, desapareció el dolor; apoyaba el pie normalmente para andar como si no hubiera pasado nada. Después de unas dos horas de marcha, encontré una pequeña cascada que formaba un estanque. Me detuve, me desvendé el pie y lo sumergí algunos minutos en el agua gélida, y así hice varias veces mientras esperaba a que nos alcanzaran los demás. Cuando llegaron los restantes, me vendé el pie de nuevo y proseguimos por el sendero. El trozo de sendero que nos esperaba estaba muy en pendiente, por lo que durante un buen rato tuvimos que descender bastante en altitud. Todo transcurrió magníficamente, sólo con un gran calor en el pie. Alcanzamos los automóviles, regresamos a nuestros albergues de montaña, y después de la ducha fuimos a cenar a un restaurante. Yo también iba: todos me preguntaban cómo me encontraba… ¡Me encontraba bien! A la mañana siguiente, el tobillo tenía un color muy oscuro, y mi mujer quiso llevarme a la casa de socorro de Courmayeur. El médico que me vio ironizó un poco, como diciendo que si caminaba tan bien no podía tener nada. De todos modos, me hizo tenderme y me dijo que me desvendara el pie. Lo vio muy oscuro, y empezó a palparlo preguntándome si sentía dolor. Mi respuesta fue negativa. El médico y la enfermera se cruzaron miradas como diciendo: ¡Bah! De todas maneras, era conveniente hacerse una radiografía. Resultó que tenía dos fracturas en el maléolo, y tenían que enyesarme la pantorrilla. Le pregunté si era absolutamente necesario, ya que había de regresar a Bolonia, y era yo quien conducía. El médico se encogió de hombros, me miró unos instantes, y luego me dijo que siguiera la terapia que me iba a prescribir, evitando el enyesado, y que acudiera a revisión en Bolonia. El regreso fue perfecto. Acudí a mi médico de cabecera, que se echó a reír cuando le dije que tenía dos fracturas en el maléolo y que caminaba regularmente. Miró la radiografía, se quedó admirado, y me prescribió otra, que confirmó el diagnóstico. Luego acudí a un traumatólogo de confianza que se quedó estupefacto, como los demás, por el hecho de que no sufriera dolor, y que caminara normalmente. El radiólogo me tocaba el pie para ver dónde sentía el dolor, de manera que pudiera dirigir el rayo al lugar dañado, pero yo no le pude servir de ayuda, como tampoco lo fui cuando el traumatólogo me prescribió una terapia que seguí en un centro especializado. Mi pie está bien.

¿Qué decir de todo esto? Yo me permito dar las gracias a Juan Pablo II por su intercesión ante el Padre.

Carlo