43 cajas en un garaje custodiaron durante 25 años el Espíritu de Ermua
La familia de Miguel Ángel Blanco ha guardado todas las muestras de afecto que le llegaron tras el asesinato. «Darlo a conocer puede ayudar a que no se repitan los mecanismos del odio»
Entre el 10 y el 13 de julio de 1997 España entera se conmocionó ante el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, que entonces tenía 29 años, trabajaba de contable y cuyo único delito fue pertenecer al Partido Popular. «Todo el mundo se acuerda de lo que estaba haciendo el día en que ETA lo mató. Hay pocos episodios que estén tan enclavados en la memoria colectiva con esa hondura y transversalidad», asegura María Jiménez, profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra (UNAV). El crimen, de hecho, desató un multitudinario sentimiento de rechazo hacia el terrorismo, al que incluso se le puso nombre: Espíritu de Ermua. Cabe recordar que las manifestaciones posteriores a la muerte de Blanco fueron unas de las más concurridas en la historia reciente de España. Una ola de repulsa frente a la violencia y de solidaridad con los Blanco que se materializó en infinidad de muestras de afecto hacia la familia del asesinado. «Les escribió cantidad de gente anónima transmitiendo sus condolencias, les mandaron dibujos, telegramas oficiales, libros de firmas y un largo etcétera de recuerdos».
Pero, ¿qué hacer con todo aquello? La familia lo puso a buen recaudo, junto a los objetos personales de Miguel Ángel —desde los pósters de su grupo favorito, Héroes del Silencio, hasta su maletín de trabajo—, en un garaje de Ermua que ha permanecido cerrado durante un cuarto de siglo y que ahora se ha vuelto a abrir. La Fundación Miguel Ángel Blanco lo ha donado a la UNAV para su investigación y divulgación a través de la Facultad de Comunicación. «Para la familia era difícil subir la persiana del garaje porque suponía rememorar los recuerdos vividos durante aquellos días trágicos». Por eso ha permanecido cerrado tanto tiempo. «No tenían la entereza o el ánimo suficiente para afrontarlo». De hecho, «hay muchas de las cartas que están intactas», asegura Jiménez, que es responsable del proyecto puesto en marcha por la Universidad de Navarra para analizar y dar a conocer el contenido custodiado en el garaje.
Miguel Ángel Blanco nació el 13 de mayo de 1968. Quienes lo conocieron lo describían como un chico «normal, afable, extrovertido, sencillo y alegre», explican desde la fundación que lleva su nombre. Estudió Económicas y tocaba la batería en un grupo. Era muy creyente. Frecuentaba la parroquia de Santiago Apóstol, de Ermua, donde se iba a casar.
En la actualidad, la UNAV ya está trabajando con el contenido de las 43 cajas que se han recogido del garaje de Ermua. De entre todo el material, la responsable del proyecto destaca el maletín de Miguel Ángel. «Es un símbolo del trabajo realizado con perspectiva de servicio», asegura, así como del «compromiso cívico» que tenía y que desarrolló a través de la política. En este sentido, María Jiménez reivindica la figura del joven concejal vasco como un referente ante el contexto de polarización creciente. «Su figura constituye un punto de encuentro» que «puede ayudar a contrarrestar discursos radicales» y «establecer nexos y espacios de concordia».
—¿Que se haya abierto el garaje después de 25 años, quiere responder de alguna forma a los lazos de Bildu con el Gobierno de España?
—No. Llevábamos ya varios años hablando de esta posibilidad. Nuestra mirada no es a corto plazo. Lo que tenemos en esas cajas es mucho más valioso que la bronca política del momento. Ahora mismo somos custodios de los recuerdos de un episodio de la historia reciente de España. Y darlo a conocer creemos que puede ayudar a los mayores a no olvidar el suceso, a las nuevas generaciones a conocerlo y a ambos a estar alerta para que no se repitan los mecanismos del odio. La memoria tiene una labor preventiva.
Por todo ello, desde la UNAV creen que la difusión es una parte fundamental del proyecto y, de cara al futuro, están valorando la opción de montar una web o una exposición física, aunque Jiménez explica que eso será en una fase posterior. «Actualmente estamos digitalizando todo el material», un proceso que se alargará hasta final de año. La idea es analizar el contenido de las cartas para ver «cuáles son los mecanismos de identificación con el sufrimiento del otro que aparecen en ellas, cómo se vive una pérdida colectiva, cómo impacta en la sociedad un acontecimiento que quizá en otras circunstancias nunca hubiera causado ese impacto o, también, posibilitar que la gente que escribió alguna de esas cartas pudiera encontrarla, releerla y actualizar, de alguna forma, el compromiso en contra del terrorismo y a favor de las víctimas que manifestó en ese momento», concluye.