Pequeños milagros - Alfa y Omega

Nunca dejará de sorprenderme el poder de sanación que tiene la escuela. Cada nuevo curso se repite la misma historia: niños y niñas tímidos, ariscos, agresivos o tristes, que llegan al cole tras años sin escolarizar. No hablan, no ríen, sus miradas parecen apagadas por el peso de la vida. Es el precio pagado por crecer antes de tiempo. A los pocos meses empieza la transformación: aparecen las sonrisas, se relacionan entre ellos y, sobre todo, comienzan a soñar. Su horizonte se expande, otro futuro es posible.

No os creáis que hacemos algo extraordinario; más bien, nuestro trabajo es bastante normal y quizás ahí esté la clave: somos para ellos un hospital de normalidad. Los refugiados en el Líbano viven en condiciones de gran pobreza, de inseguridad, de incertidumbre y de discriminación. En nuestro centro encuentran un lugar seguro donde poder estudiar, jugar y relacionarse como cualquier niño de su edad. Esta normalidad, junto al cariño y al esfuerzo de todos los que trabajamos con ellos, constituye la primera piedra en el proceso de sanación del niño. No os voy a engañar, el odio, la guerra y la violencia dejan heridas profundas en sus vidas, por lo que necesitarán años para recuperarse. Pero también os digo que aún no nos hemos encontrado con ningún caso perdido; por muy honda que sea la huella, siempre hay esperanza.

Cada uno de nuestros niños es un pequeño milagro que nos demuestra que el amor y la ternura son mucho más fuertes que el odio. Cada sonrisa es un recordatorio de que hay que ser paciente y constante, de que a pesar de que no veamos resultados inmediatos el Señor sigue trabajando por dentro. Cada una de sus miradas nos anuncia que, por muy larga que sea la noche, al final siempre sale el sol.