Un Papa que rompió moldes - Alfa y Omega

Un Papa que rompió moldes

Ante la ya cercana canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, resulta interesante leer los recuerdos de ese archivo viviente —pronto cumplirá los cien años— que es monseñor Loris Francesco Capovilla, secretario personal de Juan XXIII, recientemente creado cardenal por el Papa Francisco

Miguel de Santiago
Con el Papa Juan XXIII, su secretario personal, monseñor Capovilla, durante una reunión con embajadores en el Vaticano

En Mis años con el Papa Juan XXIII, editado por La Esfera de los Libros, monseñor Capovilla, en conversación con el sacerdote Ezio Bolis, traza un retrato certero del nuevo santo a través de anécdotas y recuerdos, nimios aparentemente, pero muy significativos, de aquel hombre sencillo, pero no simple; misericordioso, pero no manejable; disponible, pero no crédulo; candoroso, pero no ingenuo; espontáneo, pero no impulsivo; abandonado a la Providencia, pero no al fatalismo; con valentía intrépida, pero no temerario; con esperanza inquebrantable, pero no iluso…

Juan Pablo II, pocos días después de su elección como Pontífice de la Iglesia universal en 1978, rezó ante las tumbas de sus predecesores; al llegar a la de Juan XXIII, se arrodilló sobre el suelo desnudo —y no sobre el reclinatorio como hizo ante las de otros Papas— y, apoyando las manos y la cabeza sobre el sepulcro, se concentró en oración.

Conviene recordar que no es ninguna novedad que los Papas pidan que se les encomiende en las oraciones a Dios nuestro Señor. Todos recordamos cómo desde niños hemos rezado por las intenciones del Romano Pontífice: ante el Señor sacramentado, al final de devociones como el Rosario, el vía crucis y algunas más. Si hace un año Francisco dijo, desde el balcón de la Plaza de San Pedro: «Recen a Dios por mí», Benedicto XVI, que se calificó como «un simple y humilde trabajador de la viña del Señor», había pedido con gran sencillez y dulzura de voz: «Me encomiendo a vuestras oraciones». Y si Juan XXIII no salió al balcón (fue Juan Pablo II quien inició esa costumbre), inmediatamente escribió al obispo de su diócesis natal, Bérgamo: «Las plegarias de todos han de conseguir que sea un hombre de gobierno sabio y apacible, que sea un santo y un santificador».

Dios ha escuchado las oraciones de los fieles y ha concedido a la Iglesia un siglo largo de grandes Papas, cada uno con el estilo y la personalidad adecuada para cada momento histórico.

Don Loris Capovilla destaca no sólo la fe rocosa y la sencillez de Juan XXIII, sino también su prudencia. Son emocionantes las páginas en las que recuerda la jornada de la elección de Roncalli el 28 de octubre de 1958, o la clarividencia con que se decidió a convocar un Concilio ecuménico en enero de 1959 y, por supuesto, los días finales de la enfermedad que le llevó a la muerte a consecuencia de un doloroso cáncer de estómago en los primeros días de junio de 1963.

Empezó a romper moldes

Quien fuera secretario personal de aquel Papa nos cuenta que Juan XXIII manifestó a los médicos que le trataban: «Debéis tener la valentía de decirme claramente de qué se trata, porque si me viera imposibilitado para seguir adelante con mi misión, quisiera tener tiempo para retirarme como Dios manda».

Pues bien, aparte de esta puerta abierta a la renuncia si se daban determinadas circunstancias, Juan XXIII empezó a romper moldes en el pontificado, que después adquirirían la fuerza de la costumbre: recibimiento de miembros de otras religiones y confesiones y de representantes de países de toda ideología, salidas del recinto vaticano, visitas a parroquias romanas, cárceles, hospitales y santuarios, saludos en varios idiomas, conversaciones con los trabajadores que le atendían en su residencia, incluso la concesión de una entrevista a un periodista considerado peligroso anticlerical, Indro Montanelli, para ser publicada en un diario laico de gran tirada, Il Corriere della Sera

Introducción a Juan XXIII

De un modo rápido y ameno, es posible empezar a familiarizarse con la figura del Papa Juan, con biografías como las que acaban de publicar San Pablo y Rialp. La primera, El Papa Juan XXIII, de los periodistas italianos Domenico Agasso senior y junior (padre e hijo), incide en los aspectos más rompedores de este Pontífice, y se detiene en episodios especialmente significativos de su biografía, como su visita a los presos más peligrosos de una cárcel romana —«¿Sabéis? También un primo mío fue encarcelado una vez», les dijo a los reclusos-, su encuentro con el arzobispo de Canterbury, o el día en que dejó a un lado todas sus obligaciones, para recibir a la niña americana Catherine, enferma terminal, de quien se despidió con un «Reza por mí». Este tipo de detalles permiten calibrar la magnitud del Fenómeno Juan, un Papa que logró llegar a multitud de personas hasta entonces alejadas.

El enfoque del argentino Mario Fazio (profesor en la Universidad de la Santa Cruz de Roma) es, en cambio, algo más introspectivo, y en buena medida se apoya en el Diario del alma. Se titula San Juan XXIII. Obediencia y paz, estas últimas, las palabras del lema episcopal del Papa Roncalli, que retratan bien su humildad y su profundo amor a la Iglesia. En una segunda parte, el libro repasa escuetamente algunos de los puntos más destacados de su magisterio, incluido su modo de poner en marcha el Concilio Vaticano II.

R. B.