Mártires de una Iglesia que no abrazó las armas - Alfa y Omega

Mártires de una Iglesia que no abrazó las armas

Andrés Beltramo Álvarez
Los franciscanos Michael Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski. Foto: www.beatificacionchimbote.org

Entre los años 80 y 90 del siglo XX, Perú vivió uno de los períodos más sangrientos de su historia. La sombra del terrorismo anarquista más cruel se abatió sobre el país. Mientras la organización guerrillera Sendero Luminoso sembraba la zozobra, tres misioneros entregaban la vida en la selva. Y la entregaron no solo metafórica, sino también concretamente. El próximo sábado ellos serán elevados al honor de los altares como beatos de la Iglesia católica.

Se trata de los franciscanos polacos Michael Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, y el sacerdote diocesano italiano Alessandro Dordi. Fueron asesinados por las tropas senderistas el 9 y el 25 de agosto de 1991, en parajes perdidos de las sierras peruanas. ¿Su culpa? Haber ayudado a los indígenas y retrasado la llegada de la revolución.

Caridad contrarrevolucionaria

Eran tiempos turbulentos. La guerrilla, de impronta maoísta, se había movilizado de la selva a la ciudad. Su penetración ideológica en las universidades públicas había dado frutos de muerte y temor. Su líder, Abimael Guzmán, era uno de los personajes más temidos. Todavía hoy en la capital del Perú, Lima, se pueden observar las cicatrices de aquella temporada. Edificios lacerados son mudos testigos de los bombazos más violentos.

Del 1 de enero al 22 de agosto de 1991 Perú alcanzó la cifra récord de 1.638 muertos por violencia y solo en ese país se registró el 53 por ciento de los desaparecidos de todo el mundo.

Este entorno no amedrentó a los padres Michael y Zbigniew, de 30 y 32 años, respectivamente, quienes habían completado sus estudios en el Seminario Mayor de Cracovia. Ellos acompañaron al padre Jaroslaw Wysoczanski en la atención de la parroquia de Pariacoto, al norte del país. Pero su presencia se convirtió en incómoda para el proceder guerrillero en la zona. «Con la Biblia y la cruz pretendían ser una barrera al avance de la subversión…», señaló entonces un panfleto publicado por Sendero Luminoso. Casi involuntariamente, la suya se convirtió en una acción contrarrevolucionaria. Por eso terminaron entregando la vida.

Todo fue muy rápido. Aquel 9 de agosto de 1990 un grupo de encapuchados entró a su parroquia y secuestró a los dos frailes franciscanos polacos. Se les acusó de «engañar a la gente», de «infectar a las personas mediante la distribución de alimentos de la imperialista Cáritas» y de «adormecer el ímpetu revolucionario con la predicación de la paz».

El sacerdote Alessandro Dordi. Foto: www.santalessandro.org

Junto al alcalde de Pueblo Viejo, en las cercanías del cementerio de Pariacoto, fueron ejecutados. Tenían las manos atadas y un cartel en sus cuellos que decía: «Así mueren los lames del imperialismo».

Una suerte similar corrió el padre italiano Alessandro Dordi. Su labor de promoción de la mujer y alfabetización molestó a los guerrilleros. Unos 16 días después, el 25 de agosto de 1991, encapuchados rodearon su camioneta mientras se dirigía de Vinzos a Santa (donde residía) para celebrar una Misa. Lo ejecutaron con tres balazos.

Testigos misioneros de una Iglesia simple, que optó por estar con los pobres sin abrazar las armas ni la vía del marxismo. Ellos serán beatificados el próximo sábado 5 de diciembre. La ceremonia tendrá lugar en el estadio de la diócesis peruana de Chimbote hasta donde llegará, incluso, el presidente Ollanta Humala.

La violencia sigue

El anfitrión del enviado papal, el cardenal Angelo Amato, será el obispo local Ángel Francisco Piorno Simón. Él todavía vive con custodia personal, después de su insistente denuncia contra la corrupción y la violencia en la provincia de Ancash, 500 kilómetros al norte de Lima. Una zona donde, no obstante el paso del tiempo, pocas cosas parecen haber cambiado de verdad.

Sobre el martirio de los nuevos beatos, Piorno Simón escribió: «La mayor parte de los seres humanos no estamos preparados para un momento así. Ellos en cambio sí lo estaban. Las pequeñas fidelidades de cada día los prepararon para ese testimonio magnífico de fidelidad sin límite».