Monseñor Osoro convoca a los jóvenes para «descubrir, juntos, lo que el Señor nos pide» - Alfa y Omega

Monseñor Osoro convoca a los jóvenes para «descubrir, juntos, lo que el Señor nos pide»

«¡Ha llegado la plenitud, hay que anunciarlo! Tenéis que ayudarme. Yo solo no lo puedo hacer. Como un pobre, en esta primera noche a vosotros, los jóvenes, os pido ayuda». Una fuerte llamada a la misión marcó el primer encuentro de monseñor Carlos Osoro con los jóvenes, en la Vigilia de la Almudena. El arzobispo de Madrid aprovechó para convocar a los jóvenes al primero de los encuentros de oración mensual, que será el 5 de diciembre. En ellos, espera «ir descubriendo, juntos, lo que el Señor nos va pidiendo a cada uno»

María Martínez López

Los jóvenes de Madrid ya tienen cita con monseñor Carlos Osoro para los encuentros mensuales que el arzobispo convocó nada más conocerse su nombramiento. Al concluir la tradicional Vigilia de la Almudena, monseñor Osoro anunció a los miles de jóvenes que abarrotaban la catedral que «el próximo día 5 de diciembre tendremos la primera vigilia de jóvenes aquí en la catedral, a las diez de la noche. Os invito a todos a que podamos tener estos encuentros que serán, de alguna manera, el daros una palabra que no es mía sino del Señor para que durante ese mes lo hagamos vida en nuestro corazón y en los ambientes y realidades en las que estamos. Ojalá podamos, juntos, también ir descubriendo lo que el Señor nos va pidiendo a cada uno de nosotros».

Los jóvenes no faltaron al primer encuentro con su nuevo obispo, y llenaban los bancos, buena parte de los pasillos y el espacio anterior al presbiterio de la catedral. Y monseñor Osoro aprovechó la ocasión para exhortarles a abrir su corazón y sus vidas a Cristo para, luego, salir a los caminos a anunciarlo, como María.

No dudó, para ello, en abrir su corazón a los jóvenes en varias ocasiones. Por ejemplo, cuando se preguntaba: «¿Hace unos meses, podía imaginarme yo que iba a estar aquí, hablándoos a vosotros? Es más: si me lo dicen, como me lo dijeron, me asusto. Pero creo en la Palabra del Señor: para Dios nada hay imposible. Y en la terquedad, y en la oscuridad, y en la no habilidad de mi vida, el Señor se vale para acercarse a vuestro corazón y para que vosotros también hoy digáis, como María, aquí me tienes, Señor».

Lo mismo ocurrió cuando, al terminar la homilía, exclamó: «¡Ha llegado la plenitud, hay que anunciarlo! Tenéis que ayudarme. Yo solo no lo puedo hacer. Tenéis que ayudarme. Yo, como un pobre, en esta primera noche a vosotros, los jóvenes, os pido ayuda».

«El hombre tiene sed. No podemos estar tranquilos»

La Vigilia había comenzado con el saludo de dos jóvenes, y la proclamación de varios salmos y una lectura breve. Monseñor Osoro comenzó su homilía aludiendo a estos textos. Recordando la carta de san Pablo a los gálatas, anunció a los jóvenes «una noticia grande e importante para nosotros: estamos en la plenitud de los tiempos», porque «Cristo está en medio de nosotros. Cristo no solamente tomó rostro humano, no solamente pasó por este mundo, por todas las situaciones que viven los seres humanos, incluso por la muerte, sino que ha triunfado, ha resucitado. Esto es una alegría que tenemos que anunciar a todos los hombres».

También aludió al salmo 41 -«Como busca la cierva corrientes de agua…»- porque «nos decía la realidad que están viviendo los hombres. Tienen sed. Tienen oscuridad. No están a gusto con lo que se les está dando. Sienten que les roban lo más importante. Le están robando al ser humano la imagen de Dios que somos todos nosotros y que tan bellamente ha descrito nuestro Señor Jesucristo y que tan bellamente María nos enseña, pues es esa maestra singular y especial que Jesucristo nuestro Señor nos entregó a los hombres: Ahí tienes a tu madre».

Esta realidad -añadió el obispo dirigiéndose a los jóvenes- tiene que poner a los cristianos en movimiento. «No podemos estar tranquilos. Si el hombre tiene sed, hay que darle de beber; hay que alimentarle, si es que tiene hambre. Hay que acudir a él si se siente solo. Pero no podemos ir con nuestras fuerzas». Como tampoco «estamos aquí por casualidad. Todos los que estamos aquí estamos porque el Señor de una u otra manera ha hecho que escuchemos su voz».

«El Señor se acerca a todos»

Recordando el pasaje de la Anunciación, monseñor Osoro explicó que «el Señor la saluda a través del ángel y le pide que sea vasija para contener a Dios en esta historia. Estoy seguro de que todos en nuestra vida ha habido un momento en que el Señor nos ha saludado. Nos habremos hecho los sordos, habremos escamoteado su presencia, habremos estado huyendo para no responder al saludo. Pero el Señor saluda a todos los hombres porque para Él todos son hijos. Y Él se acerca a todos. No todos escuchan, es cierto. El Señor hoy os dice que el Espíritu, que la fuerza de Él estará con nosotros, que no tengamos miedo. Con aquella expresión que le dijo a María: gozamos del favor de Dios».

Es cierto -advirtió a continuación- que «Dios os puede pedir la vida. Os puede decir: Préstame la vida, quiero que seas sacerdote. Quiero que anuncies y hagas presente a mi Hijo Jesucristo en tu vida, incluso en tu mediocridad. Pero hazle presente, entrega su perdón, su misericordia, alimenta a los hombres con Él. Yo creo que de todos los que estamos aquí, prescindiendo de los seminaristas, que ya han respondido, alguno habrá al que el Señor toque y llame. Y exactamente igual alguna chica. Seguro que si abrimos nuestra vida a Dios habrá alguna llamada para mantener viva la maternidad en la Iglesia en una consagración total y absoluta a Dios».

«Dejemos que el poder de Dios entre en nuestra existencia»

En segundo lugar, monseñor Osoro pidió: «Dejemos que entre en nuestra vida, con todas las consecuencias. Dejemos que formule nuestra vida el Señor. Dejemos que la vida de Dios entre en nuestra vida, que el poder de Dios entre en nuestra existencia». Como hizo dando un hijo a la anciana Isabel, «si dejas entrar a Dios en tu vida, si dejas ocupar tu vida por Dios, harás maravillas, harás cosas que no te imaginabas».

El mismo obispo había podido experimentarlo recientemente, y así lo compartió con los jóvenes: «Os lo digo de verdad: ¿Hace unos meses, podía imaginarme yo que iba a estar aquí, hablándoos a vosotros? ¿Podía imaginarme que os iba a hablar de nuestra Señora de la Almudena? Es más: si me lo dicen, como me lo dijeron, me asusto. Pero creo en la Palabra del Señor: para Dios nada hay imposible. Y en la terquedad, y en la oscuridad, y en la no habilidad de mi vida, el Señor se vale para acercarse a vuestro corazón y para que vosotros también hoy digáis, como María, aquí me tienes, Señor, aquí estoy; no te pongo condiciones, entra en mi vida. Ocupa toda mi existencia. Entra en todas las moradas de mi vida. Te las dejo ocupar. Quiero hacer llegar el amor de Dios a los hombres, como lo hizo María».

«Salir desde el centro, que es Jesucristo»

Otra lección que hay que aprender «en la escuela de María» es la de salir «a los caminos de este mundo, para dar el rostro de Dios, como María. Salgamos donde están los hombres». Sin embargo -recordó- «hay que salir siempre desde el centro, y el centro es Jesucristo. Por eso os he dicho abrámonos a Dios; por eso os he dicho dejad ocupar la vida por el Señor. Pero salid con Jesucristo a los hombres.

María es «la gran intérprete de la salida. Una vez que recibió la noticia de que iba a ser madre de Dios; una vez que habitaba Dios ya entre los hombres, ese primer sagrario que es la Santísima Virgen salió por los caminos, por la región montañosa, salió en la dificultad; pero fue a visitar a una anciana que necesitaba la alegría del Evangelio porque tenía sed, tenía hambre, quería escuchar a Dios mismo y sentir la presencia de Dios».

Al joven vacío, a la familia en dificultad, al niño falto de cariño…

Al llegar a casa de Isabel, «como llevaba a Dios, lo percibió no sólo Isabel, que se llenó de alegría, sino que lo percibió aquel niño que aún no había nacido, y saltó de gozo. Es impresionante que cuando a la Beata Teresa de Calcuta le dieron el premio Nobel de la Paz, ella utilizó este texto para el discurso, defendiendo la vida, y diciendo que los niños que no quisieran que se los diesen a ella, que ella los cuidaría y los haría crecer».

Esta misma alegría del pequeño Juan hay que hacerla experimentar a los hombres «en todos los caminos: al joven que quizá se cree que lo está pasando bien pero está vacío por dentro; al niño que tiene de todo, pero a veces no tiene el cariño que necesita para crecer en la vida, ni le hacen crecer en la noticia más importante que un ser humano tiene que tener: que Dios le ama, que Dios cuenta con él; o al niño que tiene hambre, está solo y abandonado; o al joven que está sin trabajo; o la familia que pasa dificultades. Hay que salir y hacer que salte de gozo quien encontremos por el camino, no solamente por las palabras que decimos, sino por las obras que tenemos. Haremos creíble al Señor si provocamos en los demás lo que provocó María: que digan de nosotros dichosos porque creemos, porque nos fiamos de Dios, porque nos adentramos en la historia con la fuerza de Dios, porque estamos abiertos totalmente a Dios».

«Como un pobre, os pido ayuda»

En este momento, monseñor Osoro volvió a adoptar un tono más personal para exhortar a los jóvenes, retomando una de sus ideas iniciales: «¿Veis, queridos hermanos, queridos amigos? ¡Ha llegado la plenitud, hay que anunciarlo! Tenéis que ayudarme. Yo solo no lo puedo hacer. Tenéis que ayudarme. Yo, como un pobre, en esta primera noche a vosotros, los jóvenes, os pido ayuda. Tenéis que ayudarme a anunciar a Jesucristo, a hacerlo creíble. ¡Ha llegado la plenitud, y esto hay que decírselo a los hombres, que no lo saben! Que no se han enterado… Pero vamos a hacerlo asistiendo a la escuela de María. Que el Señor siempre esté junto a vosotros, pero que os acompañe siempre la Santísima Virgen María».

Antes de concluir la homilía, lanzó una última petición a los jóvenes: que «esta catedral, que es al mismo tiempo el Santuario de la Santísima Virgen nuestra Señora de la Almudena sea un lugar especial siempre para todos nosotros, al que venimos de vez en cuando a arrodillarnos ante la Santísima Virgen María para decirle al Señor, junto a ella, aquí me tienes, Señor, hágase en mí según tu palabra».